jueves

GUILLERMO ENRIQUE HUDSON - LA TIERRA PURPÚREA (2)



PRÓLOGO / ROBERTO B. CUNNINGHAME GRAHAM (2)

La manera lenta, cauta y sentenciosa del gaucho de aquellos días, está trazada como nadie que no haya nacido en la pampa podrá haberlo hecho. Hudson lo lía conservado para siempre y, en cierto modo, mejor de lo que han hecho los escritores modernos en parligauchesco. Éstos consideran al gaucho como nuestros escritores consideran al paisano de la isla Arran o las islas Hébridas, o sea, como una supervivencia de otros tiempos. Para Hudson, los gauchos fueron sus inseparables y diarios compañeros, y sus cuerdos dichos, tales como “Tuitos somos carne; es verdá que algunos somos carne de perro y güena pa nada, pero a tuitos nos duele el golpe del rebenque, y ande cai, ay brota la sangre.”, debió haberlos conocido desde el tiempo en que montó su primer petiso en la pampa. Sólo Hernández, en su inimitable Martín Fierro ha conservado tales joyas del habla gauchesca.

El Tio Vizcacha mismo no contiene nada mejor que “tal vez podría haber ido ante la justicia, que anda a tientas como un ciego en busca de algo ande no está”, “El carancho siempre hace presa a los enfermos y enclenques”, “Nada jiede pior que la pobreza”, “No soy aficionado a andar rumbiando por ay como un borracho abrazado a extraños”. Estos refranes, dichos o adagios -todo es Kif Kif como dicen los árabes- son dignos de ser colocados en el refranero del padre Sbarbi, o en el refranero que recibirá algún día un argentino, antes de que desaparezca hasta el recuerdo del gaucho y todos los moradores del campo anden en motocicleta.

Por todo el libro, que fue escrito aquí en este nuestro Londres, corre una vena de tristeza. Esta tristeza es, en parte, el patrimonio de todos los que nacen en grandes espacios, y, en parte, la melancolía del artista. Sólo el que ha nacido artista, y Hudson fue de ellos si es que los hay tiene la verdadera profecía. El hombre de ciencia, arrastrándose como un topo, y andando a tientas hacia la luz por la oscurísima naturaleza, raramente ve más allá de su tarea inmediata. El siglo XIX le ensalzó, pues era el prototipo de lo que tantos excelentes ciudadanos aspiraban a ser ellos mismos. Parafraseando las chuscas palabras del rey Salomón, nos valemos del hombre de ciencia sólo por necesidad, pero son las dotes naturales las que inspiran nuestra admiración.

Habiendo sido Hudson de la Tierra Purpúrea, en la persona de su viajero, un británico britanizando, no es de extrañar que hubiese vuelto de aquel viaje del espíritu, el sudamericano que, en verdad, era de nacimiento. El que creó Paquita, Dolores y compañía, era casi compatriota de ellas, nacido, criado y formado, alma y cuerpo -pues tenía el hablar lento de los gauchos- en la pampa argentina.

Todo hispano-americano debiera leer, anotar y digerir mentalmente las páginas en que Hudson contrapone en la balanza la libertad de ‘un país como el Uruguay, cuando él lo describe, a las ventajas que se derivan de un pueblo civilizado y bien ordenado. Por supuesto que, como Breno, él echa su facón en la balanza. Pero así lo hacemos todos en cualquier argumento, si es que tenemos facones o espadas que echar. ¿Qué podría ser más intolerable que una perfecta justicia o un hombre absolutamente justo? Nada le era más insoportable a Hudson que la idea de una Utopía, como siempre lo ha de ser a todo espíritu artístico. Es preferible la libertad del desierto a una sociedad en que no existe ni la insensatez ni el sufrimiento ni el crimen. Aun la aguja imantada no se dirige al verdadero norte, podría haber dicho Hudson con aquella seria sonrisa que solía iluminar todas sus facciones, como el vuelo de una linterna ilumina, por un breve instante, la oscuridad dela noche.

Luengos años después, cuando el recuerdo de la Banda Oriental, con sus purpúreas flores, sus llanos y sierras, gauchos, rebaños y tropas, sus revoluciones, degüellos y el enamorar en solitarios ranchos debió haberse empañado en su memoria, se le rindió merecidísimo homenaje, y murió, si bien no estimado ni aun conocido por la chusma de ciegos lectores siempre sedientos de vulgaridades -pues siendo ellos necios, la simpatía les inclina a la necedad-, amado y quilatado por los pocos. Escritores, artistas, escultores y músicos y toda aquella delicada gente cuya delicadeza es más poderosa que la fuerza de los que no ven más allá de sus narices, todos le apreciaron.

Ha pasado ahora a aquellas regiones -si es que las hay- donde puede conversar con todos los más ilustres de su casta.

No les dirá mucho cuando lo feliciten por LA TIERRA PURPÚREA, pues fue siempre de aquellos que preferían sacar los pies de los estribos antes de apearse a la tranquera.

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