jueves

GUILLERMO ENRIQUE HUDSON - LA TIERRA PURPÚREA


PRIMERA ENTREGA


PRÓLOGO / ROBERTO B. CUNNINGHAME GRAHAM (1)

LA TIERRA PURPÚREA se publicó por primera vez en el año 1885. Al referirse Hudson a esta bellísima novela, en su prefacio a la edición de 1904, dice: “Algunas noticias acerca del libro aparecieron en la prensa, una o dos de las más serias revistas literarias, criticándolo -no favorablemente- bajo el encabezamiento de “Viajes y Geografía”, pero el público no quiso comprarlo, y muy pronto quedó enterrado en el olvido. Allí podría haber permanecido otros diecinueve años, o para siempre, soliendo el sueño de un libro ser de aquellos de que no se despierta, a no ser que ciertos hombres de letras, hallándolo olvidado en un montón y a quienes gustó no obstante sus defectos -o quizás por tenerlos-, se interesaron por resucitarlo”.

Yo jamás pude pensar en mí mismo como hombre de letras; pero me precio de haber sido aquellos que influyeron en Hudson para que publicara de nuevo su interesante y encantador idilio uruguayo.

Hudson prosigue: “Se nos dice con frecuencia que un autor jamás le pierde el afecto a su primer libro, y este sentimiento ha sido comparado más de una vez al de un padre con su primogénito”. No se expresó -en letras de molde- ni en pro ni en contra de esta sentencia. Sin embargo, siempre me pareció, en las raras ocasiones en que hablamos de literatura -pues, por lo general, nuestra conversación trataba de asuntos serios, como de caballos y sus marcas, o de los indios que ambos habíamos conocido en nuestras mocedades en la frontera-, que mostraba la parcialidad de un padre por LA TIERRA PURPÚREA, la primicia de su genio. En el correr de los años, puede haber adquirido más maestría, aunque lo dudo, pues se lanzó al mundo de las letras, cual salió Minerva del cerebro de Júpiter, armada de punta en blanco; pero nunca escribió nada más fresco, más brillante ni más espontáneo.

Conozco cada río, paso y pago por donde atravesó el héroe de este relato, montado en su flojo y gordo mancarrón, desde el punto de su partida hasta la vuelta, en lo que era para nosotros -Hudson y yo- todavía la Banda Oriental. En aquellos sencillos días, el moderno y retumbante nombre de República Oriental del Uruguay era, por fortuna, desconocido.

LA TIERA PURPÚREA es la obra de un joven, con toda la lozanía propia de su juventud; pero escrita con un entendimiento ya harto maduro. Aunque no corriera por sus venas, que yo sepa, ni una gota de sangre latina, su actitud con respecto a la mujer, según se manifiesta en esta, su primera aventura novelesca, no tenía nada de anglosajón. Puede ser que habiéndose criado entre los gauchos allá en Chascomús, se haya embebido en su contento materialismo, que tanto semeja al modo de ver pagano. Permítaseme decir, de paso, que su punto de vista era tan ajeno del gálico como el anglosajón. Ni colocó a las mujeres en sus novelas sobre un pedestal, ni tampoco las consideró como “le gibier”, ambas de cuyas estimaciones, por cierto, deben serles a ellas repugnantes. Sin embargo, las mujeres debieron ocupar su pensamiento considerablemente, porque en sus novelas él mismo se vende. Es muy posible en la conversación ocultar lo que uno piensa, pero no en una composición literaria; tarde o temprano se trasluce.

Aunque Hudson solía decir que las aventuras relatadas en LA TIERRA PURPÚREA no eran suyas, de seguro que lo hubieran sido, al haberse hallado en iguales condiciones.

Las diversas damas, empezando por la amorosa jamona, mujer del viejo juez, hasta aquella hermosa y picara hechicera, quien con sus halagos consiguió que Ricardo la librara del rancho en que su marido la había encerrado, todas ellas, sin excepción, vieron en el acto la índole del viajero, así como un bagual percibe inmediatamente si el hombre que se dispone a montarlo es un maturrango, o si va a poder tomar el estribo derecho antes que tenga tiempo de agacharse a corcovear. No todas las aventuras relatadas en este libro pasan en los campos de Cupido. El cuadro de aquella “colonia” de ingleses, bebedores y necios, pero bien humorados, está pintado con mano maestra. He visto, en tiempos pasados, varias “colonias” semejantes.

Nadie ha dado en inglés, como Hudson, una interpretación tan exacta del lenguaje usada en otro tiempo en la pampa. Dar los términos que usa el gaucho al hablar, es tan fácil como le es a un rastreador arribeño seguir la rastrillada de un caballo después de un aguacero. Dar la interpretación de un modo de pensar, eso es otra cosa. Hudson lo ha hecho tan cabalmente, que si Martín Fierro, Juan Moreira Aniceto el Gallo hubiesen sido dotados de vida, seguramente lo habrían acogido como a un compadre.

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