FEDERICO RODRIGO
ANTES QUE ESPERAR A CRECER
Aquí estoy de nuevo
Aquí, esta necesaria súplica suspicaz
¿Influye en oídos inflamados, (síntoma de egoítis)?
Enfrascado junto a la estantería
de los fracasos con tapa a rosca, me ignorá
aunque sabés soy las ruinas a estrenar y la paciencia ruidosa
Atentando contra el recio dominio de la raíz.
¿Por qué esperar a crecer?
Sus canas apuesta en la ruleta-reloj
Sin repudio al hambre que no convive con cualquiera
Vergüenza.
Vergüenza cuarto menguante
Si me sabés capaz de caer muerto
Sobre el tembloroso cuerpo de la verdad
Por qué esperar a crecer
El usado y osado pasado poniente
Que cruje cuando apoyás la rabia del recuerdo
No resignará mis palabras con correa
Me sé calendario con menos pasado pero el mismo presente
Presa perversa del náufrago en un vaso de agua.
¡Por qué esperar a crecer!
IVONNE DÍAZ
ONÍRICO
La mente de los pasajeros ya había llegado a su destino y sólo sus cabezas innecesarias se mecían como bolsas de nailon a placer de los baches.[1]
Mi cerebro se mecía también en aquel viaje suburbano de regreso a casa, pero tenía una necesidad: buscar un tema para mi novela.
Sucumbía al sueño y los baches me despertaban. Viajar como ganado, apretado, empujado, mecido, pero igualmente entre pensamiento y pensamiento una ensoñación.
Los muertos me visitaban y estaban vivos, como suele suceder. Descartaba una idea y otra. Podría ser que ellos me ayudasen a buscar.
Papá, voy a presentarme al examen de química, le dije sin hablar. Teníamos globos de colores rellenos de recuerdos sobre la cabeza. En uno estaba el desfile de los Reyes Magos, aquél al que nos llevó mami. Tenía a Miriam a upa y se acercó mucho, tanto que Melchor acarició la cabeza de mi hermana y entonces, mi madre (que pasó su infancia sin esas fantasías) lagrimeó de la emoción.
En otro estaban los domingos de mañana, las cometas que él hacía y nos enseñaba a remontar. Estaba contento de verme, lo dijo con el silencio de su mirada, pero había una sombra en uno de los globos de colores. Eran los bagres que pescábamos en la Barra de Santa Lucía, que agonizaban boqueando sobre el muelle y ahora él sabe como se siente buscar desesperadamente un aliento de vida y se arrepiente pero ya es tarde, para él, para mamá y para los otros muertos que vinieron a visitarme.
[1]Pedacitos, Federico Rodrigo
ANNA RHOGIO
DRUMDUM, DE IRLANDA
CAPÍTULO V
Isabel tiene una visita: Rosaurita.
Es la señora que presenció el fin de su batón. Atenderla y soportar sus cuchicheos referentes a las vicisitudes de sus amigas, es bastante arduo, pero lo exigen las reglas de cortesía y las buenas costumbres.
Debajo de los parrales, la brisa vuela de uva en uva, aromando el espacio verde.
María Rosaurita viste un traje de riguroso gris tormenta. Un rizo de su complicado peinado, se salió del moño y enhiesto, se balancea como un resorte de alambre, con cada sí y cada no de su cabeza. El rebelde se mueve alocadamente e Isabel trata de no mirarlo para evitar la risa que ya baila en la comisura de sus labios, suavemente pintados de rosado. No quiere ni sonreír, sobre todo cuando ella le habla de cosas tan serias como gripes, asma y operaciones de juanetes.
Los niños andan en sus bicis, esquivando la coqueta mesa de mimbre vestida con mantel bordado y servida con el juego de té de porcelana china. Al pasar, haciéndose los distraídos, toman de la mano de la abuela, una galletita o una tostada untada en manteca y mermelada de frutilla. Parecería que estuviera dándole de comer a gorrioncitos confianzudos y desvergonzados.
-¡María Isabel! -rezonga Rosaurita-. ¡Estos chicos no están bien educados! ¿Cómo les permites ser tan desfachatados?
Como toda abuela, los defiende a capa y espada:
-¡No es nada, amiga! ¡Tú lo dijiste! ¡Es que son chicos!
Joaquín lee un cuento recostado en la reposera y al levantar la vista, descubre el rulo en desacato.
“¡Guarde arresto!” piensa recordando las órdenes de los militares a los pobres soldaditos.
-¿Qué te pasa, Juaco? -pregunta Serrana al ver que se puso morado.
-¡No puedo más!
-¿Te sentís mal?
-¡Me estoy muriendo!
Inocentemente, vuelve a preguntar:
-¿De qué te morís?
-¡De risa! ¡El moño de la doña se desarma! ¡Mirá qué belleza!
Ella tuerce la cara sintiendo que estallará en un volcán de carcajadas.
¡Y eso no estaría bien!
-¡Podemos reírnos! ¡Hagamos de cuenta que me contaste un chiste!
Entonces, dejan escapar la alegría que llega al infinito.
Mamá y abuela no saben cómo disimular la propia. Entran con cualquier pretexto, por rigurosos turnos, se esconden en un remoto rincón, se tapan la cara con almohadones y ríen a sus anchas.
Rosaurita no se entera y se mira las uñas pintadas de tenue color:
-¡Qué cosa! ¡Recién vengo de la manicura y ya se estropeó el esmalte de esta uña! ¡La habré rozado en algún lado!
Hay un duende que nadie ve, revolcándose de risa en una mata de albahacas sin poder contenerse más. Las hojas regalan un apetitoso perfume y los amigos piensan en los tallarines al pesto con nueces que comerán esta noche.
Luca invitó a cenar al joven amigo de su hija.
ARIEL AZOR
EL PAY ALONSO
No se viste como los demás que lo rodean con túnica blanca o celeste, sino de short, cortito y floreado, musculosa apretada que muestra sus kilos de más y tiene el pelo teñido de rubio fluorescente. Es el más veterano, escuchado y solicitado.
-A ver, a ver, el bicho se despertó, camina adentro tuyo como una manifestación de cansancio de vivir como la mierda y está bravo para detenerlo. Te va comiendo de a poco, hasta diría que matando. Yo lo sé, me lo acaba de decir él.
-Pero eso yo también lo sé, me lo dijo un doctor.
-¡Doctor, doctor! ¿De qué sirve esa cosa que llaman medicina? A ver, a ver, decime. ¿Qué solución te dio la modernidad?
-No, dicen que no tiene cura
El olor a ruda que pasaba por mi cuerpo mientras me santiguaba ya era insoportable. Estornudé.
-Cuidado, tapate la boca, ¿Cómo sabes que eso no contagia? ¡Escuchame, los de esa medicina no saben nada y los que la practican tampoco. Yo tengo la solución para eso que vos tenés.
-Pero decime, Alonso, decime ya y yo hago lo que sea.
-Bueno por ahora son 1.500.
-Si me curas te juro que te los doy y mucho más también.
-No jures en vano che, eso es pecado, ¿o no sabés vos? Prefiero que sea por adelantado y después vamos viendo.
Saqué los 1.500 y se los di.
-¿Ahora qué… qué hay que hacer?
-Vos esperá acá, yo ya vengo
Fue a guardar la plata y al rato regresó. En su mano traía un bollón de vidrio con un insecto adentro.
-Mire amigo, a ver, esto es muy lógico, si usted lo que tiene es un bicho en su cuerpo, como dijo, que le corre por dentro, que se duerme y se despierta, que es microscópico…
-Sí, diga, diga, para eso pago.
-Bien, lo que vos precisas es un bicho más grande que aquel y que se lo coma, es la naturaleza, el más grande se come al más chico. La ciencia lo sabe y él también, me lo acaba de decir. Acá tenes, tragátelo, pero no lo mastiques, que pase vivo. Bajalo con este juguito.
Me costó un buen rato poder sacarlo del bollón y con mucho asco me lo tragué a pesar de su lucha para que no dejarse comer. Coleaba, era resbaladizo, como una especie de babosita con una larga colita.
-Aguantá, aguantá, no lo vomites sino vas a tener que pagar por otro.
-¿Y qué bicho era ese?
-Se llama Bichuca, mata y se come a cualquier otro que se le ponga en el camino. Vení en una semana y vemos.
Me fui para mi casa. Ya era tarde. Llegué y me acosté a dormir. Esa noche soñé que los dos bichos se peleaban adentro mío, veía a la Bichuca esa corriendo al otro, por mis venas, por mis arterias. Los escuchaba, también de día. Los golpes de la pelea repercutían en mi cabeza, la escuché a la otra agonizar y largar último suspiro de vida. Grité un grito de alegría, festejando y todos en el supermercado me miraron, lo disimulé gritando “Gol, gol, de la akd nomás”. Pude dormir y retomar mi vida normal, mi tranquilidad, mis ganas de vivir y mi silencio de calma interior. Más feliz que nunca cada mañana abría las puertas de mí fábrica. Los empleados tan serios y amargados, como siempre, no entendían tanta felicidad en mi cara, pero claro, no se los podía contar. Yo era el dueño y hasta ese momento nunca me habían visto sonriendo, ni saludarlos con un” buenos días” o un “hasta mañana”.
Estaba en la oficina sacando las cuentas que toda empresa necesita, cuando una voz me dijo: “no me gusta el pollo”. Miré para todos lados y no había nadie. Era ella, que volvía.
-¿Qué?
-Me gustan la zanahoria y la lechuga.
-¿Qué?
Ese día no me habló más. Estuve toda la tarde estuve haciéndole preguntas y comiendo lo que me había pedido. A la noche fui a ver a Alonso.
-Pero este bicho me habla, ¿entendés? ¿Cómo puede ser, Alonso?
-Se siente muy solo, espera un poco…
Fue y trajo otro bollón.
-Mirá, esta es una hembra, esto va a hacer que se sienta acompañado y se olvide de vos. Son 1.700, las hembras son más difíciles de encontrar
Le hice un cheque y se lo di. Ya tenía experiencia y no me fue tan difícil tragarme de un sorbo a aquella bicha. Volvió la calma, los ruidos y las voces desaparecieron. Aumenté de peso, me sentí con nuevas energías. Al fin ahora si me había curado. Pero desde hace dos días todo empeoró y se oyen ruidos de niños chicos y gritos de padre reclamando más lechuga y zanahoria para alimentar a sus hijos. Se escuchaban a cada rato y en cualquier lugar adonde me sentara quedaba un rastro de baba. Fui a ver a Alonso nuevamente.
-Escuchame Alonso, no me dejan en paz, no me dejan descansar, se pelean, juegan, gritan, son una cantidad y los padres rezongan y rezongan. Me voy a volver loco, Alonso, ¿entendés? Me voy a volver loco. ¡Sácamelos, por favor!
-Sí, el bicho formó familia y ahora… ¿Quién lo para? Es como cualquiera, como nosotros, pero más inteligente, mucho más chico que vos, pero une fuerzas y te va dominando, tu cuerpo y tu psicología. Quieren ser dueños de sus vidas y saben que para eso tienen que destruirte.
-¡He llegado a tomar un trago de veneno! ¿Entendés? Te pago lo que sea pero sálvame, por favor.
-Mire mi amigo, se cansaron de vivir una vida de mierda, entre la mierda de sus migajas. Dentro de poco usted desaparecerá y se transformará en ellos. Y yo la verdad, me alegro, así que vaya y guárdese su plata.
Me levanté arrastrando mi débil cuerpo, había decidido no comer más para que se murieran de hambre, los gritos reclamando adentro mío eran insoportables y cada vez más fuertes. Llegué a la fabrica y un cartel en la puerta anunciaba que había sido tomada por los obreros que de ahora en adelante iban a manejarla tipo cooperativa.
JOSÉ LUIS MACHADO
SIN IR MÁS LEJOS
Navegamos en el océano de los sueños. Es extremadamente suave, tan erótico que uno no sabe cuál es el alma y cuál la piel, por lo que en todos los fragmentos de los bordes y de nuestras toques hay aromas y sabores que indican en dónde es afuera y en dónde adentro; de otra manera uno puede enredarse, confundirse, perderse. Sin ir más lejos, la otra noche, me contó mi hembra que mi boca se equivocó, y en lugar de seguir por la piel puso rumbo al alma; y como el alma es infinita no ha vuelto aún, y nadie sabe en dónde está, aunque ella si.
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