FOLLETÍN SABATINO
EPISODIO 15: TRANSFIGURACIÓN
Inferno
Al otro día Onetti fue de tarde temprano al Taller del Viejo para pedirle disculpas por no haber estado presente en la inauguración y el hombre abrigadísimo se floreó contestándole:
-Inmersos en el limo dicen: Tristes fuimos / Bajo el aire dulce que del sol se alegra / Llevando adentro un amargado humo. Canto Séptimo del Inferno horriblemente traducido, según el chaval Castillo.
-Touché, maestro.
-Y no me llame maestro. Usted sabe muy bien que en esta republiqueta esa palabreja hiede. Ni que estuviéramos en el Montmartre donde Picasso les robaba el color a los rostros de los amigos muertos y encima lo bendecían. ¿Pero cómo pretende que en este barrizal no lo infamen por haber sumergido a una infanta en el buen arte?
-Lo que me consuela un poco es que María Esther haya tenido la dignidad de ir sola a la exposición, por lo menos. Galanes para sustituirme le sobraban.
-Y puedo asegurarle que acaparó la mitad de la atención que se merecían nuestros cuadros y ya hay varios de mis discípulos babeándose por ella.
-Pero usted sabe muy bien que el peor de mis pecados no es la ira.
-El peor de sus excesos es dejarse habitar por un triste humo amargo sabiendo que los grandes espíritus no se cansan de vencerse a sí mismos para que los derrumbes sean indignos de estragarles la serena armonía -pareció traspasado por una llama de amor vivo el Viejo.
-He rodeo como bolita / de purrete arrabalero / y estoy fulero y cachuso por los golpes, ¿que querés? / ¿Cuántas veces con un cuatro / a un envido dije quiero / y otra vez me fui a baraja / sobrando con treinta y tres?
-Pamplinas -deshizo dos pinceles Torres a rodillazos y al novelista se le aniñó la timidez congénita. -Mire: después del fútbol lo que yo más detesto de este reino de la cotilla es el argot masoquista de esas canzonettas que bailan hasta en las bodas.
-Es que a mi entender Carlos Gardel es lo mejor que le pasó artísticamente al Río de la Plata, don Joaquín.
-Sí, conozco su estampa: era un hombre con luz propia. Y puedo asegurarle que ustedes no se lo merecían, porque me contó Gutman que tuvo que escaparse a Centroamérica después que lo abuchearon en el Teatro Colón.
-Imagínese lo que sería la gristeza rioplatense si hubiésemos vivido dos guerras mundiales -le palidecio el sudor al sensei del café Metro.
Gristeza
Esa mañana María Esther había llamado a Onetti para verlo en la Plaza Zabala después de la exposición, porque necesitaba hablarle de algo delicadísimo.
-Noches -saludó tratando de que le chispeara cierta comicidad frente al hombre que la esperaba acostado en un banco, haciendo los movimientos imprescindibles para reavivar las luciérnagas lentísimas de un Lucky.
-No me hables. Soy apenas un cadáver que cumple encorbatadamente con sus compromisos. Esto lo inventé en Colón para divertir a la barra de la revista pero no es muy original, porque la otra noche me contaron que Lorca obligaba a los amigos a jugar a su velorio. Y además te aseguro que si me sobraran los morlacos como a la poeta bautizada en Notre Dame me quedaría tirado en la cama para siempre. Escribiendo y muriéndome. Menos mal que a mon voyage au bout de le néant ya le deben quedar muy pocas estaciones.
-¿Me estás echando?
-¿Te parece que sería capaz de despatarrarme abajo de la luna portuaria si no te precisara más que al arcángel Miguel?
-Bueno -suspiró ella, que ahora parecía tener menos de 14 años. -Entonces por lo menos haceme un lugarcito.
-¿Por casualidad te acordás de que en el Génesis Jacob le llama Penuel al vado donde tuvo que luchar hasta el alba con el ángel? -se fetalizó Onetti en el banco para que María Esther pudiera acurrucarse tiritando.
-No creo que en la catequesis me hayan hablado de eso.
-Algún día me tenés que mostrar una foto de tu comunión. ¿Y cuál era el tema delicadísimo del que tenías que hablarme?
-¿No te podrás poner un poco más coherente? Yo nunca voy a ser socia del club de los babiecas que te aguantan los divagues, mi amor.
-No me digas mi amor.
-Y por qué me nombraste a ese vado del Génesis. Aclará algo, carajo.
-No te pongas histérica. Te lo nombré porque es el nombre que le puso Jacob al lugar donde pudo cruzar a la libertad de su alma. Hoy Torres me habló de eso.
-Pero no te hizo bien.
-Es que yo pensé que cuando el personaje de mi novelón recuperara la pureza y la fe durante el bombardeo me iba curar con él. Pero ahora estoy más muerto que antes. Y al Viejo le dio pena.
-Bueno, y lo que yo te quería decir es que sigo siendo virgen. Para que no me odies.
Vado
-El trastrocamiento dialéctico de esta palabra la aprendí durante mi iniciación católica en Cataluña -señaló Torres dos casilleros de una estructura donde se sincronizaban los nombres Jacob y Jaboc. -Y a veces siento que no hay día que no vivamos en ese trance descoyuntador.
-¿Así que usted fue católico?
-Es que Gaudí constituye la prueba más fehaciente de que un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre.
-Bueno, esa afirmación la comparto y la divulgo aunque podría considerarse que es la piedra angular de mi proselitismo apóstata -murmuró Onetti, contemplando admiradamente a los jazzistas de Augusto. -Yo leí el Eclesiastés en mi primera adolescencia y a excepción de Céline considero que no hubo más nadie que formulara un manifiesto más perfecto del absurdo de la aventura humana.
-Es que a ese predicador soberbio no le tocó luchar con un ángel durante toda la noche sin darse que era la mismísima divinidad quien lo estaba poniendo a prueba para saber si elegía cruzar el vado del Jaboc.
-Yo nunca pude soportar el Génesis porque era el libro preferido de mi madre, la esclavista.
-Ahora el que habla como un esclavo es usted. Y debería saber que uno de los arquetipos que nos conducen a la salvación es conquistar el nombre que se le adjudicó a Jacob. Porque Israel significa El que lucha solo contra los hombres y contra Dios y vence. Solo y descoyuntado. Y entonces usted puede rebautizar al arroyo y llamarle Penuel, lo que quiere decir: He visto a Dios cara a cara y todavía estoy vivo.
-Es una gran historia.
-¿Y por qué no la adapta para una de sus libros? El otro día pensé que si cada oriental se sumara a los 33 gauchos que menosprecia tanto el personaje de El pozo, podríamos cambiar todo.
-Odio las utopías.
-Pues yo pienso que lo que debe odiarse es esa maldita gristeza que nos asemeja tanto a los eunucos sartrianos.
-¿Y qué se necesitaría para transformarse en un 34 oriental?
-Vivir en lo eterno, hombre. Yo le puedo asegurar que la verdad y la libertad son lo último que se conquista. Y se conquistan juntas. La verdad nos descubre la realidad, la ley y la medida, mientras que la libertad las hace posibles. Y nada de esto es utópico ni quiijotesco.
Mano
-Merde se enderezó de golpe Onetti sobre el banco de la placita polvorientamente plateada: -Y yo sudando sangre.
-Mañana hace 20 días que tuve que enamorarme para socorrerte, Juan. Pero siento que no puedo.
-La criatura que acompaña a mi personaje hacia la fuente de noche y de olvido se llama Victoria Barcala y es muy poco más chica que vos. Aunque no se disfraza de fille terrible.
-Pero él la adora.
-Sí. Más que a nada en el mundo.
-Yo no creo que vos me adores.
-¿Qué te parece si nos despedimos mañana en el Parque Durandeau? -le fosforecieron los lentes al hombre encharretado. -Siempre que me perdones lo que preciso hacer ahora.
-Pero si a mí me encantó que me besaras a los quince minutos de conocernos, Juan. ¿Qué te pasa?
-Esto es distinto.
-Lo qué.
-Imaginate que acabás de morirte en un bombardeo y la única oportunidad que me queda para suprimir el pasado y toda atadura con el presente es imitar lo que hace Ossorio con Victoria Barcala.
-¿El bolche se llama Ossorio?
-Siento que puedo hacerlo.
-Esto me asusta, Juan.
Entonces él separó los muslos de María Esther con unos dedos de pianista que penetraron por debajo de su ropa más íntima hasta permanecer unos momentos posados en el vellocino mientras los corcoveos de la eyaculación lo hacían sonreír en paz hacia el estrellerío.
-Pude, gracias a Dios. No te asustes, cosita.
Pero María Esther seguía tiritando con los ojos prensados y se quedaron mudos hasta que el hombre suspiró entre un vapor azulísimo:
-Y si no me perdonás, no importa. Porque ahora estoy vivo.
Después ella se fue a buscar un taxi sin necesidad de pedirle que no la acompañara y Onetti se quedó contemplando el rebrillo de los árboles altos.
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