miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS



CIENTODÉCIMA ENTREGA

CAPÍTULO 12


La demarcación de territorio - Los límites de la cólera y el perdón

El oso de la luna creciente (2)

Las enseñanzas de la cólera

El tema central del cuento, la búsqueda de un objeto mágico, se halla presente en el mundo entero. En algunos casos es la mujer la que hace el viaje, en  otros es un hombre. El objeto mágico que se busca puede ser una pestaña, un pelo de la nariz, una sortija, una pluma o algún otro elemento físico. Las variaciones del tema de la parte o el pellejo de un animal como tesoro se registran en Corea, Alemania o los Urales. En Japón, el animal del cuento es a veces un oso y otras una raposa. En Rusia el objeto buscado es la barba de un oso. En un cuento de mi familia, el pelo pertenece a la barbilla de la propia Baba Yagá.

El cuento de "El oso de la luna creciente" pertenece a la categoría que yo denomino de cuentos rendija. Los cuentos rendija nos ofrecen una fugaz visión de las estructuras curativas y los significados más profundos, aparte de su contenido manifiesto. El contenido de este cuento nos muestra que la paciencia es un auxiliar de la cólera, pero el mensaje más profundo se refiere a lo que tiene que hacer una mujer para restablecer el orden de la psique y sanar con ello la cólera del yo.

En los cuentos resquicio las cosas se insinúan más que se afirman. La subestructura de este cuento revela todo un modelo para afrontar y curar la cólera: buscando una sabia y serena fuerza curativa (la visita a la curandera), aceptando el desafío de penetrar en un territorio psíquico que jamás se ha visitado (el ascenso a la montaña), reconociendo las ilusiones (la subida a las rocas, el paso bajo los árboles), dejando descansar los viejos pensamientos y sentimientos obsesivos (el encuentro con los muen—botoke, los inquietos espíritus sin parientes que los entierren), pidiendo la ayuda del gran Yo compasivo (la paciente alimentación del oso y la amable respuesta de este), la comprensión de la furibunda faceta de la psique compasiva (el reconocimiento de que el oso, el Yo compasivo, no es manso).

El cuento subraya la importancia de la aplicación del conocimiento psicológico en nuestra vida real (la bajada de la montaña y el regreso a la aldea), de la comprensión de que la curación se alcanza con la búsqueda y la práctica, no con una simple idea (destrucción del pelo).

La esencia del cuento es: "Aplica todas estas cosas a tu cólera y todo irá bien" (consejo de la curandera de que vaya a casa y aplique estos principios).

El cuento pertenece a un grupo de relatos que empiezan con el recurso o la petición del protagonista a una criatura herida o solitaria del tipo que sea. Si examinamos el cuento como si todos sus componentes formaran parte de la psique de una sola mujer, veremos que la psique tiene un sector muy enfurecido y torturado, representado por el regreso del marido a casa. El amoroso espíritu de la psique, la esposa, asume la tarea de buscar una cura para su furia y su cólera de tal manera que ella y su amor puedan vivir en paz y volver a quererse. Se trata de una loable empresa para todas las mujeres, pues cura la cólera y a menudo nos permite encontrar el camino del perdón.

El cuento nos muestra que es bueno aplicar la paciencia a la furia reciente o antigua, como también es bueno buscar su curación. Aunque la curación y la perspicacia son distintas en cada persona, el cuento propone unas cuantas ideas interesantes acerca de la manera de abordar este proceso.

A principios del siglo VI vivió en Japón un gran príncipe-filósofo llamado Shotoku Taishi. Entre otras cosas enseñaba que hay que hacer trabajo psíquico tanto en el mundo interior como en el exterior. Pero, por encima de todo, enseñaba la tolerancia para todos los seres humanos, todas las criaturas y todas las emociones.

Hasta las confusas emociones primarias se pueden entender como una forma de luz que crepita y rebosa energía. Podemos utilizar la luz de la cólera de una manera positiva para distinguir ciertas cosas que habitualmente no podemos ver. Un empleo negativo de la cólera se concentra de manera destructiva en un minúsculo lugar hasta que, como el ácido que provoca una úlcera, abre un negro agujero a través de las delicadas capas de la psique.

Pero hay otra manera. Cualquier emoción, incluso la cólera, lleva aparejados el conocimiento y la perspicacia, algo que algunos llaman esclarecimiento. Nuestra furia puede convertirse durante algún tiempo en una maestra, es decir, en algo de lo que no nos convenga prescindir precipitadamente, algo por lo que merezca la pena ascender a la montaña y que, a través de distintas imágenes, se convierta en un símbolo del que podamos aprender y con el que podamos tratar interiormente para luego transformarlo en algo útil en el mundo o, en su defecto, abandonarlo y dejar que se disipe. En una vida cohesiva la cólera no es un elemento de reserva. Es una sustancia que está esperando nuestros esfuerzos de transformación. El ciclo de la cólera es como cualquier otro ciclo; la cólera sube, cae, muere y es liberada como nueva energía. El hecho de prestar atención a la cólera da lugar al proceso de transformación. Si una persona permite que su propia cólera se convierta en su maestra y se transforme, por este medio la cólera se dispersa. Entonces puede utilizarse la energía en otras áreas, especialmente en el área de la creatividad. Aunque algunas personas afirman poder crear a partir de su cólera crónica, el problema es que la cólera limita el acceso al inconciente colectivo, de tal forma que una persona que crea a partir de la cólera tiende a crear lo mismo una y otra vez y no consigue ofrecer ninguna novedad. La cólera no transformada puede convertirse en un mantra constante en torno al tema de nuestra opresión, nuestro sufrimiento y nuestra tortura.

Una amiga y compañera artística mía, que dice estar siempre furiosa, se niega a que la ayuden a resolver esta cuestión. Cuando escribe guiones acerca de la guerra, escribe acerca de la maldad de la gente, cuando escribe guiones acerca de la cultura surgen perversos personajes de la misma clase. Cuando escribe guiones acerca del amor, aparecen los mismos personajes perversos con las mismas aviesas intenciones. La cólera corroe nuestra certeza de que algo bueno puede ocurrir. Algo le ha ocurrido a la esperanza. Detrás de la pérdida de esperanza se encuentra la cólera; detrás de la cólera, el dolor, detrás del dolor, habitualmente la tortura de la clase que sea, a veces reciente pero más a menudo muy antigua.

En el tratamiento físico postraumático, sabemos que, cuanto antes se cura una herida, tanto más breve es el período de recuperación. Lo mismo ocurre en los traumas psicológicos. ¿En qué situación nos encontraríamos ahora si nos hubiéramos roto una pierna en nuestra infancia y, treinta años después, aun no nos hubieran reducido debidamente la fractura?

El trauma inicial provocaría una tremenda alteración de todos los demás sistemas y ritmos del cuerpo, como, por ejemplo, los sistemas inmunitario y esquelético, las pautas de la locomoción, etc. Y ésta es precisamente la situación de los antiguos traumas psicológicos. A muchas personas no se los curaron por ignorancia o por negligencia. Ahora la persona regresa de la guerra por así decirlo pero es como si todavía estuviera en la guerra, mental y físicamente. Sin embargo, alimentando la cólera -es decir, la perjudicial precipitación del trauma- en lugar de intentar resolverla, buscar su causa y averiguar qué podemos hacer al respecto, nos encerramos para el resto de nuestra vida en una habitación llena a rebosar de cólera. Y así no se puede vivir ni permanente ni intermitentemente.

Hay otra vida más allá de la furia insensata. Tal como vemos en el cuento, es necesaria una práctica conciente para poder contenerla y curarla. Pero se puede hacer. Basta subir los peldaños de uno en uno.

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