martes

UN TEXTO INÉDITO DE ANDRÉS LEÓN MICHE (URUGUAY, 1985)



CODA PARA UNA MUJER


Cada cual olvidará a los griegos a su modo,
hasta la desmesura, y cada época deberá reinventar su proyecto de espiritualidad
esto último lo dice Susan Sontag y parece tan adecuado anotarlo ahora.

Es posible que lleguen otros a decirnos cómo será la bruma en los pequeños pasajes
las setas la gravedad en las costas del mediterráneo.

Es posible si, antes se miraran a un espejo lejano y confuso, elegirán el silencio,
la fuga, serán sus misteriosos héroes,
cabecearán abajo gorjeando la empinada ribera.

Exploradores de cosas inútiles,

por ejemplo:

esa fotografía que invade el cabello de una mujer,
parece decirnos algo entre la niebla creciente y bajo un cartel que dice Grecia
por casualidad o por intención de su autor.

Lo intentaremos hasta quedar exhaustos sin imágenes,
absurdos forasteros por las ciudades de a pie sin dinero y tendremos que empezar todo de nuevo.

A menudo olvidaremos nuestra juventud,
acostumbrándonos a la vejez del mundo a su luz artificial e irreal en los balcones,

capaces de soportar las peores enfermedades, preparados para las distancias más largas.

El tiempo será una broma feroz en las rocas,
partiéndose hasta dar insectos enloquecidos,

dejando a un lado y al otro patéticas sombras [ carbones raíces que irán cediendo

diminutas larvas doblando juncos,
trajes repechando la negrura del asfalto.

Recuerdo los ritos que preparábamos para el porvenir,
la efusión de unas aves marinas,

hijas enormes y antiguas girando para nosotros,
contemplando en las puertas del viejo hospital a los desesperados a los criminales,

les arrancábamos sus pellejos,
su sangre hialina sus picos peligrosos,

desprendiéndolas del azul
y luego las arrojábamos salvajemente [ del vallejo sediento

al mar turquesa que arrastraba las cañas.

Todavía recuerdo el último día que hablamos,
tú te fuiste a una especie de choza agreste a cuidar unas cabras,

a desayunar pan y cerveza, y yo decidí no visitarte,

en silencio cada uno eligió seguir a su propio maestro,
a su indefectible biógrafo impar agazapado en las sombras de unas páginas.

Durante un tiempo me enviaste fotografías,
pero tú nunca aparecías en ellas, eran ciudades,
y en la blancura del reverso, tenían fechas visiones para descifrar.

Buenos Aires 2023 :

una réplica de la luna ascendiendo por la noche de olivos

Atenas 2024 :

una mujer su cuerpo posando en la habitación de un pintor

Algarve 2025 :

las ruinas de un publicista sus cínicas elucubraciones al final de una cena macabra

Una tras otra el número de posibles historias ampliando la noche,
el futuro de la escritura para sobrevivir como una bandera agujereada y maloliente.

La vida continuará me decías, en los montes de creciente acero,
entre la música del poniente y los subtítulos gravitando en nuestras cabezas,

como los libros como las maquinas y los gerentes del capitalismo,

y el graznido angustiante de unos amigos silentes,
que a modo de salvación y de mnecmotecnia
nos dejarán latas en conserva y lápices y papeles para afrontar el invierno.

Tu presencia nos guiará
entre la depresión y la euforia del alcohol
y será un camino para la bondad para el sexo y el autoconocimiento.

Tu presencia escribo porque dicen que te has muerto,
pero yo no les creo,
son estafadores sus señorías buitres pulcros y ordenados tras los escritorios.

Tal vez por eso dejaste aquí las cartas de Van Gogh a su hermano Theo,
una tarde apareciste con ellas,
símbolo del dolor del afán y la fuerza que sufren las personas buenas del mundo,
como Kafka como Rilke.

Cómo olvidar aquellos días, despertabas al mediodía,
y llegabas al apartamento por café damas música italiana que te despabilara,

melodías que actuábamos imitando los melodramas de una cantante de moda
y hacia la noche tu melancolía parecía esfumarse,

dando paso a un entusiasmo que se concentraba en una sesión de cine,
Bagdad Café, Kika, Vampiros, cualquier cosa.

Luego volvías a tu casa a medir las espaldas los muslos,
las uvas las cenizas del cráter que dejaron tus hermanos tempranos,

el cabello de una mujer el pubis otra vez como en un poema de Vicente Aleixandre,
insoportable y exagerado, perdidamente amoroso como tú.

Qué figura repito ahora,
una ola, un cuerpo pesado llevándote,
para hablar solo de la cáscara de la noche que desarmas riéndote tranquila,

qué figura, qué cuerpo sueño en la ola profunda,
algo que anotaré a modo de reescritura familiar proteica

cuando decida terminar el insomnio,

puede que sea un viaje a las playas de Méjico,
a cuidar enfermos a beber bajo la luna sentimental,

puede que sean las ruinas de Adonis ahora que valen un par de collares el recorrido.

En todo caso será una huida primitiva y de pocas palabras,
una delicada trompeta tosiendo calmada,

celebrando en silencio el imposible camino de libros,
los guardianes que trabajan silenciosos en el fondo de nuestra cara.

Algo apenas apartándose,
pero lo siento no será una dalia la que nos abra por dentro,
la que extinga el final de nuestra conversación de medianoche,

yo insistiré de todos modos,

en preservar mi única hermana llevadora del pulso secreto,
desdoblándose escribiéndose, bajo el doble ardor del neón en madrugada,

un cuerpo valiente
una vida de sensaciones más que de pensamientos,

un dejo sencillo sensual y apasionado como rezaba Keats bajo el río de los días,
aunque no haya nuez ni menta partida en la boca que nos alivie por cientos de días.

Acaso pueden importar ahora los discursos,
las revoluciones, los viajes malogrados hacia adentro,
la lentitud de las cosas en los días,

ahora me queda la mitad de la noche y un proyecto de escritura,

el cráter de la luna dormida sobre la luna de piel frutada,
y el verdor de los años arden como el jugo de limón,

bajo la luz marina de las autopistas
dos gallos envejecen mal como las ratas en los muelles,

las cosas me respiran las cosas me respiran,

la ciudad inútil despierta

sin tus muslos pálidos
sin tu risa de vodka cinematográfica.

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