viernes

NICOLÁS MAQUIAVELO - EL PRÍNCIPE (18)


INTRODUCCIÓN

DECIMOCTAVA ENTREGA



Podría preguntarse por qué Agatocles y algún otro de la misma especie pudieron, después de tantas traiciones e innumerables crueldades, vivir por mucho tiempo seguros en su patria y defenderse de los enemigos exteriores sin ejercer actos crueles; como también por qué los conciudadanos de este no se conjuraron nunca contra él, mientras que haciendo otros muchos usos de la crueldad, no pudieron conservarse jamás en sus Estados, tanto en tiempo de paz como en el de guerra.

Creo que esto dimana del buen o del mal uso que se hace de la crueldad. Podemos llamar buen uso los actos de crueldad -si, sin embargo, es lícito habar bien del mal- que se ejercen de una vez, únicamente por la necesidad de proveer a su propia seguridad, sin continuarlos después, y que al mismo tiempo trata uno de dirigirlos, cuanto es posible, hacia la mayor utilidad de los gobernados.

Los actos de severidad mal usados son aquellos que, no siendo más que en corto número a los principios, van siempre aumentándose, y se multiplican de día en día, en vez de disminuirse y mirar a su fin.

Los que abrazan el primer método pueden, con los auxilios divinos y humanos, remediar, como Agatocles, la incertidumbre de su situación. En cuanto a los demás, no es posible que ellos se mantengan.

Es menester, pues, que el que toma un Estado haga atención, en los actos de rigor que es preciso hacer, a ejercerlos todos de una sola vez e inmediatamente, a fin de no estar obligado a volver a ellos todos los días, y poder, no renovándolos, tranquilizar a sus gobernados, a los que ganará después fácilmente haciéndoles bien.

El que obra de otro modo por timidez, o siguiendo malos consejos, está precisado siempre a tener la cuchilla en la mano; y no puede contar nunca con sus gobernados, porque ellos mismos, con el motivo de que está obligado a continuar y renovar incesantemente semejantes actos de crueldad, no pueden estar seguros de él.

Por la misma razón que los actos de severidad deben hacerse todos juntos, y que dejando menos tiempo para reflexionar en ellos ofenden menos; los beneficios deben hacerse poco a poco, a fin de que se tenga lugar para saborearlos mejor.

Un príncipe debe, ante todas cosas, conducirse con sus gobernados de modo que ninguna casualidad, buena o mala, le haga variar, porque si acaecen tiempos penosos, no le queda lugar ya para remediar el mal; y el bien que hace entonces, no se convierte en provecho suyo. Le miran como forzoso, y no te lo agradecen.

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