martes

SUPLEMENTO DEL TALLER LITERARIO DE LIVERPOOL F.C. (22)

FEDERICO RODRIGO


LA VIDA NUNCA SOBRA

(atrevimiento sobre Campamento Indio de E. Hemingway)

La tercera vida, esa que el padre debió remplazar con la suya, llegó tarde. Su lugar en el cuerpo del bebé había sido ocupado y ahora vagaba entre el monte desesperada. Tanto hedor no dejaba percibir su aroma pero el viento y la India vieja la sabían y se susurraban cosas.

Siguiendo el vuelo vio tras el destello de otra pitada al tío Jorge, la suya estaba hecha pedazos, pero viva. Los remiendos en sus pulmones seguirían aguantando veneno por un tiempo más.

Más acá el indio joven transportaba los sinlujos de una otra familia al lago y por eso no la vio. No vio que esta vida lo seguía tan perdida como real. Pero sí sintió su aroma (las huellas de las almas están hechas de aroma). Tenía olor a la calma de la noche de luna a medias.

La vida solo se tranquilizó con el lejano lamento del agua castigada por el remo. Se sumergió con la gracia de un cisne y a tientas atravesó medio lago. Se asomó junto al bote (ataúd de la infancia de Nicky) y le tomó la mirada vacía. La llenó de sabiduría y lo hizo sentir inmortal (por un momento).



IVONNE DÍAZ


LA POSTAL QUE QUEDÓ EN LA MEMORIA

Alguien que no fuera montevideano, podría pensar que aquel barrio, por su nombre, era un sitio glamoroso, poético. Pero Nuevo París era (es) un lugar de casitas bajas con jardín, curtiembres,  cantegril, niños que van a la escuela pública y perros sin abolengo. Y por supuesto, el infaltable “club social y deportivo” (el deporte, fútbol en canchita polvorienta; lo social, cantina, billar y tablado en carnaval).

Allí Francisco vio una murga por primera vez. La postal que le quedó en la memoria: el coro inentendible, los hombres disfrazados que él miraba sorprendido, sin saber si había que reír igual que sus padres, o asustarse porque uno tenía disfraz de bruja. Después vinieron los tambores, Marta Gularte brillando entre plumas y desnudez exuberante, los hombres parados sobre los tablones para ver mejor a esa mujer que convertía la danza ancestral en espectáculo deslumbrante y sensual, y él miraba con los ojos redondos de sorpresa.

Pasaron los años, Nuevo París siguió viendo crecer los paraísos en las veredas, los gurises jugando a la pelota en la calle y las curtiembres multiplicando su pestilencia. El club sigue tan “social y deportivo” como antes y Francisco, todos los atardeceres se acoda en el mostrador de la cantina a tomarse una cañita y despuntar recuerdos de viejos carnavales. De aquel febrero en que vio a Adriana por primera vez, de su secreto enamoramiento adolescente, y la otra postal que le quedó en la memoria: ella diciéndole adiós cuando emigró con su familia a Australia, y él tan sorprendido y sin saber si gritarle que se quedara o ser fuerte y esconder sus lágrimas.



ANNA RHOGIO


DRUMDUM, DE IRLANDA

CAPÍTULO III

El triángulo cuelga al lado de la puerta de la cocina.
Lo instaló Luca, cansado de oír los rezongos de mamá y abuela. Los chiquilines jamás llegaban a tiempo a la hora de comer. Podían gritar hasta mañana. Desgañitarse hasta quedar roncas.
Ellos se disculpaban:
-¡Yo no te escuché!          
Sólo venían cuando el hambre les estrujaba los estómagos.
-¡Gurises! ¡Esto no es un hotel! ¡Estoy cansada de calentarles la comida! ¡Papá, la abuela y yo, queremos que comamos juntos!
Luca decía severo:
-Atiendan a mamá. La familia debe reunirse en la mesa. Es una buena costumbre que no debemos perder porque se conversa, se resuelven problemitas y eso es unión.
-Ta bien…  -contestaron.
Pero, olvidaron sus buenos propósitos.
-¡No los llames más, Raquel! ¡Ni les calientes la comida, que la traguen fría, nomás! ¡Yo los voy a arreglar a estos!
Hizo el triángulo como los de las bandas militares. Los toques de la varilla, batiendo en su única línea de metal, vuelan lejos y los vecinos saben cuando los Giovannini se sientan a comer.
-¡Quedan advertidos! -dijo el papá. -¡Si no aparecen en cinco minutos después que suene el triángulo, el castigo será ejemplar!
Serrana y Joaquín están en el arroyo y ella presta atención para no perder el llamado si el instrumento llegara a repiquetear.
-Tenemos tiempo de darnos un chapuzón. ¿Dale?
-¡Dale!
Mamboretá los observa desde una rama.
Hay que mirar muy bien si queremos descubrirlo.
Es tan verde como el tallo que lo sostiene y si le encontramos los ojitos color borra de vino, lo encontraremos a él.
Es elegantemente flaco, de patas esbeltas.
Sus antenas se mueven hacia todos lados y silba una tonada.
Después  les habla ellos y dudan que sea verdad:
-¡Seamos amigos! ¿Uno de ustedes me puede decir por qué la gente me llama Tata Dios además de Mamboretá?
-¡A la flauta! -se asombra Joaquín.
-¡Oia! -exclama Serrana.
-¿Por qué ese apodo tan importante, EH?
-¡No tenemos la menor idea! ¡Pero es macanudo, casi santo!
Joaquín afirma:
-¡Se lo aseguramos sinceramente, don!
-Ya que entramos en confianza, por casualidad,  ¿vos sos el que le dice a mi hermano que hay que portarse bien?
-No. Ese es un amigo y tiene mucho interés en que los nenes sean buenos. Su nombre es un secreto y no me deja revelarlo, sin embargo, pronto lo conocerán.
Preguntan juntos:
-¿Cuándo?
-En cualquier momento.
-Ya que te hacés el misterioso, nosotros también tenemos un secreto.-dice Juaco.
-¡Supongo que tendrán muchos! ¡Los niños  viven rodeados de enigmas y son dueños de cientos de secretos!
Serrana le guiña un ojo:
-¡Pero este se refiere a vos!
-¿Ustedes saben algo de mí que ignoro?
-Sip.
-¿Juaco, verdad que la maestra nos enseñó cuál es el verdadero nombre de Mamboretá?
-Sip.
-¿Así que tengo tres?
-Ajá.
-¿Qué esperan para decírmelo?
-Que nos presentes a tu amigo verde -presiona Joaquín.
-Es que…  anda lejos…  ¿Podrían hacerme el favor de decirme ese otro nombre mío, antes que los llamen a comer?
Los niños se alejan por un sendero arenoso y se dan vuelta susurrando juntos:
-¡Mantis Religiosa!
El bichito se queda inmóvil.
Un rayo de sol ilumina su agua clara.
Es tan hermoso como joya esmaltada, engarzada en oro.
Murmura suavemente asombrado:
-¡Caray! ¡Quién lo diría!

Dundrum.
El duende que vino de Irlanda.
Voló desde allá  en el cielo turquesa de una  mañana de primavera y llegó a estos pagos. Se enamoró de las ondulantes colinas que le recordaron su tierra y se quedó como Maruqueta.
Su traje es de terciopelo esmeralda.
Tiene cabellos y barba blancos, nariz colorada y una cara simpática donde juegan las sonrisas. Un cinturón con hebilla de plata, zapatos lustradísimos y medias impecables. Su galera lustrosa también luce una hebilla y un trébol de cuatro hojas. Toca en su minúsculo acordeón, alegres canciones de su patria invitadoras a la danza y sabe que donde termina el arcoiris, hay una olla de barro repleta de monedas de oro.
No le importa.
Sólo busca tesoros en los corazones de los niños.
Ronda por el pueblo en las noches lunares y al ver las barrabasadas de algunos bandoleros, decidió ponerles fin.
Es por eso que Héctor lo ve antes de dormir y seguramente, también lo ven sus compañeros de fechorías.
Duda si es real o un producto de sus remordimientos y no se lo cuenta a nadie.
Es un secreto entre él y él.
La leyenda narra que si se atrapa un duende, hay derecho a que conceda tres deseos y se propone cazarlo para pedirle cosas fabulosas. Seguramente que sus hermanas mayores, casi señoritas, no lo conocen. Serrana y Joaquín son ángeles sin posibilidad de verlo, de modo que urde una estratagema: se portará muy, pero muy mal y cuando venga a pedirle cuentas, lo meterá en una bolsa y pensará con tiempo y poco a poco en sus tres deseos que serán maravillosos.



ARIEL AZOR

ÉL

El ómnibus no viene. La parada llena de gente.

-¿HABRÁ PARO HOY? -pregunta una coqueta señora a otra que retoca su maquillaje a mirándose en un espejito retoca su maquillaje. Esa parada siempre está llena de gente y más un sábado a la hora de salir. Meteorología había dado la alerta, color naranja oscuro, casi rojo, dijeron.

La gente, corriendo, luchando con sus paraguas contra el viento mucho más veloz que el ómnibus que no viene, se amontona bajo el techo de la parada. Todos se sacuden sus ropas quitándose las gotas de agua. Alguien saca su cabeza mirando por la larga Agraciada.

-¿VIENE?  -le preguntan y todos lo miran.

-ME PARECE QUE NO, NO SE VE NADA -contesta arreglándose su pelo ahora despeinado.   

Una chapa suelta en el techo golpea contra los hierros que la sostienen. El viento aumenta y los golpes también, hierro contra hierro, parece que se va a volar, todo parece ser arrancado de aquello que lo sostiene. Ya nadie habla, algunos parecen haber olvidado por qué están ahí, otros arrepentidos mastican su rabia por haber decidido salir, y miran con desconfianza a la chapa, que cada vez golpea más.

Debajo de la chapa suelta, debajo de los golpes y sin importarle, ni tampoco el mojarse cuando esta se levanta con el viento, Él, el único despreocupado, el único que no tiene su impaciente mirada puesta en la larga Agraciada y observa la impaciencia de los demás, saca unas hojas de diario del bolsillo de su gastado saco, los arrolla haciendo una pelota y la tira al piso, mira a la gente, que ni cuenta se dio que él está ahí, estudia y planifica su movimiento, empuja el papel hecho una pelota con la punta de su pie, espera, y nadie viene a marcarlo, comienza a esquivar gente pateando la pelota, se escucha su relato:

“La toca,  oleé,  por los caños, la pasa, oleé,  la tiene, la vuelve a pasar, oleé, tuya mía tuya mía… tira…gooool golazo”. Y la pelota va a parar a la calle, la mira irse mientras levanta sus brazos al cielo. A todos los esquivó y pasó. Loco de alegría vuelve a su antigua posición en un rincón de la parada donde nadie más quiere estar y la chapa amenaza ahora si salir volando. Desde allí los mira, sonriendo.

Saca nuevas hojas de diario, las arrolla entre sus manos y las tira al piso. Todos lo miran de reojo y a la chapa que sigue golpeando y miran la larga Agraciada, sin ver. Esta vez hay dos o tres personas más para eludir, será más difícil, nuevos jugadores aparecen en su relato. “Ahí viene de vuelta”, se escucha decir a alguien decir. A él no le importa, ahí va, esquivando, eludiendo en busca del gol que defina el partido. Y nuevamente festeja, y todos los ojos fríos lo miran.

“Yo dos, ustedes cero” se lo escucha decir, y ríe levantando sus largos brazos, festejando su nuevo gol. Mira la pelota que como un recuerdo de la jugada y de otras más antiguas se va recostada al cordón, calle abajo, arrastrada por la corriente de agua que e deja llevar como una crónica deportiva luchando para no ahogarse. Saluda al cielo formando un corazón con sus manos. Vuelve a su antigua posición en la parada.

El ómnibus viene, todos suben, yo también. El guarda abre su ventanilla, apenas, y le alcanza unas hojas de diario, le pregunta como salió el partido.

-Dos a cero y pelota al medio -le contesta entre risas y carcajadas. El guarda lo festeja.

El ómnibus arranca y se va.

Bajo la chapa que aun golpea se queda esperando sus nuevos rivales.



JOSÉ LUIS MACHADO


7 HAIKUS


1

Cuando las aves
Vuelan y huyen lejanas
Es piedra el árbol.


2

Tu andar seguro
Como afilando el viento
Cuando te acercas.


3

De pie paciente,
Mi osamenta espera
Hágase la piel.


4

La lluvia arrecia
Las flores se doblarán
Igual que el cerro.


5

Un viento cálido
Recuerdo algo que
No puedo recordar.


6

Ella desnuda,
La luna toca sus pechos
Unos segundos.


7

No tengo nada
Ni siquiera bolsillos
Para mis manos.

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