HUGO GIOVANETTI VIOLA
FOLLETÍN SABATINO
EPISODIO 10: BESO
Lastimadura
Al otro día la futura entrevistadora especializada en Juan Carlos Onetti se paró a vigilar el baldío esquinero de Tapes y Jujuy, que ya estaba impresionistamente invadido por la floración de las glicinas y los frutales.
-¿Hoy no pensás cantar? -se decidió a sonreír hacia la higuera María Esther, con la boina incendiada por el soplo fragante del crepúsculo.
Entonces la criatura disfrazada de novia se asomó para contrapreguntar irradiando una brillantez hiriente:
-Quién te dijo que canto.
-Juan. El hombre que jugó a casarse con vos el otro día.
-Es que cuando la lastimadura me arde demasiado no me dan ganas de cantarle ni a la Virgen -se arrepolló la cola del vestido sobre el rulerío color miel Andrea. -¿Juan es tu novio?
-No. ¿Y dónde estás lastimada?
-Es un tajo invisible. Mis padres no querían que yo naciera y odian a Dios y para ellos mi hermano Daniel es más importante que Jesús. ¿Vos vas a misa?
-No. Pero tomé la comunión en esta parroquia.
-A mí no me dejan tomar la comunión pero mi abuela me lleva a misa.
-Hoy fuimos a pasear en chalana con Juan por un parque de Carrasco. Los eucaliptos estaban llenos de garcitas blancas que vienen a dormir desde la playa y él se acordó de vos.
-Acabo de escribir esto -hizo caer un cuaderno la novia escondida hacia la muchacha que esa tarde aceptó no maquillarse, aunque Onetti ni siquiera había vuelto a besarla y solamente le rozaba la nuca de vez en cuando como quien protege el plumón de un pájaro.
-¿Cuántos años tenés?
-7.
En la libreta se retorcía un poema titulado La rosa blanca.
-Una Rosa blanca / Perfuma mi aliento -fue descifrando en voz alta María Esther: -I pone un rostro blanco / en mi pecho.
-Te lo regalo.
-Se lo voy a mostrar a Juan, porque él también escribe.
-Y él también tiene una lastimadura.
Ratas
-¿Pero vos qué te pensabas? En Paso Morlán yo combatí vestido como estoy ahora -le contó Paco Espínola esa noche en el Metro al jovencísimo Tola Invernizzi. -Pa confundir a los soplones de la dictadura que nos vieron de juerga el domingo por la ciudad. Imaginate a un guerrillero con zapatos de charol y corbata palomita. Fue de alquilar balcones, aquello. Y sin embargo estoy agradecido. Porque al volver mi padre me dijo que ahora sí se sentía orgulloso de su hijo el novelista.
-Vos por lo menos pudiste pelear -habló por primera vez Onetti en una hora. -Anoche soñé que estaba en Guernica y no había forma de que me bombardearan.
-No jodas con eso, que mientras pegábamos la disparada a campo traviesa yo me caí hecho piedra en un monte y soñé que éramos dos ejércitos de esqueletos con cabezas de ratas y que desde el cielo nos bombardeaban gritándonos: Vengan a destrozar y a traer pestes ahora, desgraciados.
-Pero qué pesadilla más espantosa -se desorbitó el Tola. -Es como si fuera su cuento pintado por el Bosco.
-Y pa colmo ronqué hasta el mediodía y el mormazo era tremendo -se puso a revolver el hielo de la caña con la boquilla nacarada Espínola. -Y al final se nos iba asomando una lágrima de oro a cada uno y llegaba la Virgen que hay en el nicho del cuarto de mi madre a lamernos el alma.
-Entonces cuando escribas esa novela ponele Fe de ratas -roncó sin burlarse Onetti.
-Yo le escribí a Vaz Ferreira que cuando me di cuenta que mi remington no funcionaba y quedé una hora impotente en el suelo y aplastado por una soledad como la que le había presentido a Jesús en una segunda crucifixión, supe que morir con esa especie de fastidio melancólico era como irse sucio para siempre del mundo.
-Y yo supe también a través de un amigo de don Carlos que en esa carta usted escribió que las obras del espíritu son indestructibles -se le aceró la dulzura al gigantesco muchacho de Piriápolis. -Y hasta me aprendí de memoria el final y todo: Algún día, se irá a beber en la fuente que usted llenó abriéndose el pecho sin piedad. Y de esa falta de piedad consigo, chuparán piedad las generaciones venideras. Duro como el diamante, se dice. No, duro como el espíritu, hay que decir.
-Bueno, según el predicador nadie puede asegurar que solamente el hombre se merece los inmortalidad y las ratas la nada -concedió el hombre que esa tarde se había insolado paseando en chalana con una novia ajena. -Aunque en Guernica la Bestia acaba de demostrarnos que ni el diamante ni el espíritu son capaces de vencerla.
Entonces le tocó a Paco hundirse mandibularmente en la hora de su silencio.
Gracia
-Yo lo que necesito es que usted me absuelva para llenar de gracia a un hombre que está a punto de suicidarse -le explicó la muchacha al sacerdote que la había catequizado 8 años atrás.
-Absolverte de qué.
-De estar jugando a Caperucita Roja con mi virginidad.
El hombre ya sesentón contestó con una risa apenas amortiguada por la intimidad del confesionario.
-Yo ya hace mucho que no vengo a misa pero trato de seguir practicando el Perpetuo Socorro -murmuró bronquíticamente María Esther. -Y en este momento me siento más sola que esa nena que se sube disfrazada de novia en la higuera del baldío a cantarle a la Virgen.
-Andreíta.
-Y estoy decidida a perder la virginidad, Miguel.
-¿Seguís de novia con Ariel? -no tuvo más remedio que carraspear el párroco para fingir naturalidad después de la noticia.
-Sí. Y pensamos comprometernos pronto.
-Lo que no entiendo en este caso es quién vendría a ser el Lobo Feroz. Porque Ariel es un santo.
-¿Usted por casualidad nunca vio parado en la esquina de la parroquia a un hombre alto y de lentes muy gruesos que usa un impermeable con charreteras a lo Jean Gabin? Viene cuando le dan ataques de desesperación, y la otra tarde se puso a jugar a los novios con Andreíta.
-¿Es un degenerado?
Ahora la que no pudo contener una risa con eco fue la muchacha:
-Bueno, si usted lee una novela que publicó este señor del impermeable capaz que piensa eso. Pero yo estoy completamente enamorada de esa sed de Dios que tiene.
-Y me imagino que no te debe molestar demasiado que te mire como si fueras la Inmaculada.
-No, en absoluto. Y lo peor es que hoy fuimos a pasear al parque Durandeau y me di cuenta que en algún momento va a pasar algo raro entre nosotros. Y que tengo que llenarlo de gracia.
-¿Ariel sabe algo de esto?
-Por supuesto. Es mi novio.
-Entonces no precisás que yo te absuelva, nena.
Mierda
Aquella noche Onetti les contó a los incordios que habían salido a caminar con la muchacha por Carrasco, aunque después hizo un mutis total y los adoradores no insistieron en seguir sacándole más jugo para el chusmerío.
Fue recién al amanecer que al Tola Invernizzi se le ocurrió preguntarle si estaba conforme con el final del novelón donde el tavarich había recuperarado la pureza y la fe durante un bombardeo, y el hombre incurablemente sediento de la fonte que mana y corre casi pudo sonreír:
-Esta tarde vi reflejarse en el lago del parque la transparencia intangible de una infanta digna de ser pintada por Monet. Hacía mucho que no adoraba.
Entonces Paco Espínola desencorvó su mutismo para comentarle al gigante:
-Pero mire qué lindo lo que acaba de pincelear este coloso. Yo en Sombras sobre la tierra estuve por poner como acápite la partitura de unos campanazos de Mussorgsky que brillan así.
-El problema es que mi tavarich tiene que correr a través de una ciudad bombardeada con la criatura que adora agonizándole en los brazos.
-Mierda -suspiró el Tola.
-Y justamente esa es la única palabra que va repitiendo mi personaje mientras repecha el acorralamiento. Y se siente precedido por algo que no lo deja chocar con nada ni con nadie: una especie de tracción milagrosa.
-Yo te puedo asegurar que ese algo es el espíritu, che. Y que esa tracción es más invencible que todos los diablos del mundo juntos.
-Qué final más tremendo -entrelazó las manazas igual que si necesitara rezar el pintor de Piriápolis. -¿Y lo único que dice el tipo es mierda?
-Sí. Pero también sabe que está presenciando el final de un tiempo y que después que la Bestia sea capaz de suprimir todo polvo enamorado surgirá otro principio inocente como una sonrisa de la niña sin cara que él sostiene como si alguien los hubiera esculpido formando una Pietà al revés.
-¿Vos ves tan sucio al mundo, Juan Carlos?
-Sí, Paquito. Y no tuve más remedio que hacerle repetir al tavarich una palabra sucia. ¿Entendés?
-¿Pero no hubiera sido mejor que el hombre hubiese corrido dándole las Gracias a ese espíritu todopoderoso que le iba abriendo cancha entre tanta locura?
-Ah, yo pienso lo mismo -se le avitraló la ebriedad al pintor de Piriápolis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario