CENTESIMOSEGUNDA ENTREGA
CAPÍTULO 10
El agua clara: El alimento de la vida creativa (4)
La concentración y la fábrica de fantasías
La renovación del fuego creador (1)
Imaginemos ahora que lo tenemos todo muy claro, sabemos cuál es nuestro propósito, no nos hundimos en fantasías de evasión, estamos integradas y nuestra vida creativa florece. Necesitamos otra cualidad; necesitamos saber qué tenemos que hacer, no en caso de que perdamos la concentración sino cuando la perdamos; es decir, cuando nos cansemos momentáneamente. ¿Cómo? ¿Que después de tanto trabajo podríamos perder la concentración? Pues sí, sólo la perderemos provisionalmente, pero es algo natural. He aquí, a este respecto, un cuento muy bonito que en nuestra familia se llama "Los tres cabellos de oro".
En nuestra familia se dice que un cuento tiene alas. A través de las migraciones transoceánicas de mi familia adoptiva magiar, varios de los cuentos que yo conozco volaron con ellos sobre los montes Cárpatos cuando huyeron de sus aldeas a causa de las guerras. Durante algún tiempo vivieron en los Urales y luego cruzaron el mar para trasladarse a Norteamérica. El pequeño y andrajoso grupo con sus cuentos configurados por sus experiencias viajó posteriormente por tierra atravesando los grandes bosques hasta llegar a la cuenca de los Grandes Lagos.
El pequeño núcleo de "Los tres cabellos de oro" me lo facilitó mi "Tante" Kata, una extraordinaria curandera y rezadora que se crió en la Europa del Este, y es la historia que yo he ampliado aquí. En mis investigaciones he descubierto cuentos teutones y celtas muy distintos que giran en torno al leitmotiv del "cabello de oro". El leitmotiv o tema central de un cuento representa un arquetípico trance de la psique. Así son los arquetipos: depositan algunos de sus matices en su punto de contacto con la psique. Como representaciones simbólicas que son, a veces dejan una huella de su paso por las biografías, los sueños y las ideas de todos los mortales. Se podría decir que los arquetipos, cuya morada nadie conoce, constituyen toda una serie de instrucciones psíquicas que atraviesan el tiempo y el espacio y ofrecen su sabiduría a cada nueva generación.
El tema del cuento es la manera que permite recuperar la concentración cuando ésta se ha perdido. La concentración está formada por la percepción y el oído, y sigue las instrucciones de la voz del alma. Muchas mujeres son muy duchas en el arte de concentrarse, pero, cuando se les va el santo al cielo, se dispersan como un edredón de plumas esparcido por toda la campiña.
Es importante tener un recipiente en el que guardar todo lo que percibimos y oímos desde la naturaleza salvaje. En algunas mujeres, el recipiente son sus diarios en el que anotan todas las plumas que pasan volando, en otras es el arte creativo, el baile, la pintura, la escritura. ¿Recuerdas a Baba Yagá? Tiene una olla muy grande; vuela por el cielo en una caldera que, en realidad, es un almirez y una mano de almirez. En otras palabras, tiene un recipiente donde poner las cosas. Tiene una manera muy concentrada de pensar y de moverse de un lugar a otro. Sí, la concentración es la solución al problema de la pérdida de energía. Eso y otra cosa. Veamos.
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Los tres cabellos de oro
Una vez, en una profunda y oscura noche, una de esas noches en que la tierra es de color negro y los árboles parecen unas nudosas manos recortándose contra el cielo azul oscuro, en una noche exactamente como esta un solitario anciano atravesaba el bosque con paso vacilante. A pesar de que las ramas de los árboles le arañaban el rostro y medio le cegaban los ojos, él sostenía en alto una pequeña linterna. Dentro del farolillo la vela encendida se iba agotando poco a poco.
El anciano era todo un espectáculo con su largo cabello amarillento, Sus amarillos dientes medio rotos y sus curvadas uñas de color ámbar. Tenía la espalda tan encorvada como un saco de harina y la piel le colgaba en volantes de la barbilla, los brazos y las caderas.
El anciano avanzaba a través del bosque, agarrándose a un abeto e impulsando el cuerpo hacia delante para agarrar otro abeto y, con este movimiento de remero y el poco aliento que le quedaba, proseguía su camino.
Todos los huesos del cuerpo le dolían como si estuvieran ardiendo, Las lechuzas de los árboles emitían unos chirridos semejantes a los de sus articulaciones mientras él proyectaba el cuerpo hacia delante en medio de la oscuridad. A lo lejos brillaba una minúscula y trémula luz, una casita, un fuego, un hogar, un lugar de descanso. El anciano avanzó con gran esfuerzo hacia aquella luz. Llegó a la puerta exhausto, la vela de la linterna se apagó y él entró y se desplomó en el suelo.
Dentro había una anciana sentada delante de una espléndida chimenea encendida. La anciana corrió a su lado, lo tomó en brazos y lo llevó a la chimenea. Allí lo sostuvo en sus brazos como una madre sostiene a su hijo y lo acunó en su mecedora. Allí estaban ellos, el pobre y frágil anciano que no era más que un saco de huesos y la vigorosa anciana que lo acunaba hacia delante y hacia atrás diciéndole: "Calma, calma, no pasa nada".
Se pasó toda la noche acunándolo y, cuando ya estaba a punto de rayar el alba, el anciano había rejuvenecido y ahora era un apuesto joven de cabello de oro y largos y fuertes miembros. Pero ella lo seguía acunando: "Calma, calma. No pasa nada".
El amanecer ya estaba muy cerca y el joven se había convertido en un niñito precioso de cabello de oro trenzado como el trigo.
Al rayar el alba, la anciana arrancó rápidamente tres cabellos de la preciosa cabeza del niñito y los arrojó a los azulejos del suelo. Los cabellos hicieron: "¡Tiiiiiiiing!¡ Tiiiiiiiing! ¡Tiiiiiiiing!"
Y el niñito que la anciana sostenía en sus brazos bajó a gatas de su regazo y corrió a la puerta. Se volvió un instante para mirar a la anciana, le dirigió una deslumbradora sonrisa y después dio media vuelta y ascendió al cielo para convertirse en el radiante sol matinal (18).
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Notas
(18) Lo recibí con mucho cariño de Kata, que sufrió penalidades durante cuatro años en un campo de trabajo ruso en los años cuarenta.
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