jueves

LAS HORTENSIAS (14) - FELISBERTO HERNÁNDEZ


VII (2)

María bajó los párpados con silencio de bienaventurada. Pero a la tarde vino la mujer que hacía la limpieza, trajo el diario “La Noche”, del día anterior y los ojos de María rozaron un día título que decía: “Las Hortensias de Facundo”. No pudo dejar de leer el suelto: “En el último piso de la tienda La Primavera, se hará una gran exposición y se dice que algunas de las muñecas que vestirán los últimos modelos serán Hortensias. Esta noticia coincide  con el ingreso de Facundo, el fabricante de las famosas muñecas, a la firma comercial de dicha tienda. Vemos alarmados cómo esta nueva falsificación del pecado original -de la que ya hemos hablado en otras ediciones- se abre paso en nuestro mundo. He aquí uno de los volantes de propaganda, sorprendidos en uno de nuestros principales clubes. ¿Es usted feo? No se preocupe. ¿Es usted tímido? No se preocupe. En una Hortensia usted tendrá un amor silencioso, sin riñas, sin respuestas agobiantes, sin comadronas”.

María despertaba a sacudones

-¡Qué desvergüenza! El mismo hombre de nuestra…

Y no supo qué agregar. Había levantado los ojos y cargándolos de rabia, apuntaba a un lugar fijo.

-¡Pradera! -grito furiosa-. ¡Mira!

Su tía metió las manos en la canasta de la costura y habiendo guiñadas para poder ver, buscaba los lentes, María le dijo:

-Escucha. -Y leyó el suelto. -No sólo pediré el divorcio -dijo después -sino que armaré un escándalo como no se ha visto en este país.

-Por fin, hija, bajas de las nubes -gritó Pradera levantando las manos coloradas por el agua de fregar las ollas.

Mientras María se paseaba agitada, tropezando con macetas y plantas inocentes, Pradera aprovechó a esconder el libro de hule. Al otro día, el chofer pensaba en cómo esquivaría las preguntas de María sobre Horacio; pero ella sólo le pidió el dinero y en seguida lo mandó a la casa negra para que trajera a María, una de las mellizas. María -la melliza- llegó en la tarde y contó lo de la espía, a quien debían llamar “la señora Eulalia”. En el primer instante María -la mujer de Horacio- quedó aterrada y con palabras tenues le preguntó:

-¿Se parece a mí?

-No, señora, la espía es rubia y tiene otros vestidos.

María -la mujer de Horacio- se paró de un salto pero en seguida se tiró de nuevo en el sillón y empezó a llorar a gritos. Después vino la tía. La melliza contó todo de nuevo. Pradera empezó a sacudir sus senos inmensos en gemidos lastimosos; y el loro, ante aquel escándalo gritaba: “Buenos días, sopas de leche”.

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