jueves

ALBERTO METHOL FERRÉ - LOS ESTADOS CONTINENTALES Y EL MERCOSUR


TRIGESIMOSÉPTIMA ENTREGA

CAPÍTULO 6


Mercosur, significado y posibilidades (3)


a) Mercosur, vía de América Latina

El siglo xx se abre bajo la impresión de la irrupción del gran Estado Continental de los Estados Unidos de Norteamérica en la política mundial. Desaloja en 1898 a España de sus últimas posesiones en Cuba y Puerto Rico en el Caribe, de Filipinas en el Extremo Oriente asiático y de otras islas en el Pacífico, se apresta a abrir el canal interoceánico de Panamá. Había convocado y propuesto la primera Conferencia Panamericana de Washington (1889-90) a través de James Blaine, heredero de Clay, una unión aduanera hemisférica, diríamos una primera alca más radical que la actual. Los poderes europeos, en especial Gran Bretaña, estaban más asentados en América del Sur, y eran hostiles a esa irrupción norteamericana hemisférica. Argentina fue portavoz de la oposición a la propuesta norteamericana, que Estados Unidos archivó totalmente hasta replantearla, en muy otras condiciones históricas, un siglo después en Miami (1994), aunque sin llegar al extremo de un arancel externo común.

Esta nueva presencia mundial de un Estado Continental que abría un Nuevo Paradigma por sobre los ya viejos Estados-Nación Industriales no sólo había impactado a Ratzel, que en 1901 escribía Der Lebensraum (El espacio vital) y predecía el desplazamiento de las potencias europeas occidentales a un papel secundario.[1]En América Latina aparece la gran generación del novecientos, que inicia el latinoamericanismo del siglo xx. Inaugura intelectualmente la visión de recuperar la unidad del gran círculo cultural latinoamericano, más allá de la desarticulación de los Estados-Ciudad o Polis Oligárquicas, exportadoras de materias primas. El Nuevo Paradigma norteamericano lleva al renacimiento de la Patria Grande en el corazón fragmentado de las patrias chicas dependientes. Y lo que es más importante, este nuevo unionismo incluía unánimemente a Brasil, y surgía así la primera generación latinoamericana. Esta es una diferencia capital con la problemática de la Independencia, que había sido sólo hispanoamericana. La denominación de Torres Caicedo y de Francisco Bilbao de “América Latina” se volvía común.

Se trata de la cuestión de la unidad nacional de América Latina al modo de las unificaciones, entonces recientes, de Alemania e Italia, pero a una gigantesca escala continental. Así fija Rodó el criterio rector del latinoamericanismo: todo lo que contraríe o retarde la unidad de América Latina será error y germen de males, y todo lo que tienda a favorecerla, será eficiente verdad. Rodó hacía una puntualización interesante:

No necesitamos llamarnos latinoamericanos para levantarnos a un nombre general que nos comprenda a todos: podemos llamarnos iberoamericanos, nietos de la heroica y civilizadora raza que sólo políticamente se ha fragmentado en dos naciones europeas, y aún podríamos ir más allá y decir que el mismo nombre de hispanoamericanos conviene también a Brasil.[2]

Aquí conviene un paréntesis, a nuestro criterio necesario, para comprender el significado de la inclusión de Brasil en una historia común a través de las vicisitudes del hispano y del “ibero” americanismo. Esto nos exige una breve incursión a nuestros orígenes.

Nuestros pueblos latinoamericanos tienen un doble origen básico: el de las múltiples etnias indígenas y el sello castellano-portugués, culturalmente hegemónico y unificador. Y en algunas zonas la dominancia negro-africana. Ahora nos detendremos en ese sello principal. Todo comenzó en los seis siglos de la Hispania romana, origen común de Castilla y Portugal. E incluso Portugal fue un condado de Castilla, que se independiza en el siglo XII. Hay un vaivén incesante de alianza y conflicto entre Portugal y Castilla. Desde la Paz de Alcaçovas (1478) hay una sólida “alianza peninsular” con tensiones menores. Esta Alianza Peninsular culmina en el período de 1580-1640 en que los Felipes de Habsburgo heredan la Corona de Portugal. De tal modo los brasileños y nosotros tuvimos un mismo rey durante sesenta años. Es el mayor antecedente de nuestra unificación. Entonces, en relación a los reinos peninsulares, fue común que el monarca tomara el título de Rey de las Españas. Las Españas comprendían por igual a Portugal y Castilla. Porque sencillamente España es la castellanización de Hispania. Son lo mismo. Luego de la separación de Portugal, en 1640, el nombre de España queda como propio del conjunto de los otros reinos. El primer Borbón en el siglo XVIII unifica el “reino de España”. Desde entonces, definitivamente España se restringe a una parte de la Península Ibérica.

Al producirse la Independencia, en los decadentes España y Portugal surge el “iberismo”[3]para intentar una recuperación común al modo de los movimientos de unificación nacional italiano o alemán. ¿Por qué iberismo? Porque la península ibérica comprendía a los dos reinos que se ansiaba unificar, y uno de ellos se había apropiado del nombre “España” (Hispania). El iberismo nunca llegó a ser popular y tomó solo a élites intelectuales, en especial republicanas. Pronto el iberismo se amplió a iberoamericanismo. Los grandes nombres del iberismo fueron, entre otros, Emilio Castelar y Juan Valera, pero la culminación intelectual de este movimiento fue el portugués Joaquín Oliveira Martins, en su obra Historia de la Civilización Ibérica (1877), que toma a Portugal y Castilla como polos de un mismo phylum cultural, rama de la más amplia civilización europea.

Este iberismo decimonónico fue importante por dos razones. La primera porque intenta retomar la Alianza Peninsular que corre de 1478 hasta la separación de 1640. Es decir quiere poner fin a la época que le siguió, con Portugal en la órbita de Inglaterra, la era de la alianza inglesa de Portugal, en intenso conflicto con España, en especial en la frontera de la Cuenca del Plata. En esta era conflictiva se formó un nacionalismo portugués extremadamente anti-español y filobritánico que preside una historiografía negadora de la anterior Alianza Peninsular. De esa era conflictiva son oriundas nuestras historiografías brasileñas, argentinas, uruguayas y paraguayas, que suponen una eterna rivalidad entre Portugal, España y sus vástagos. Así, el primer gran recordatorio de la aventura oceánica española-portuguesa se hace en el iv aniversario del Descubrimiento de América en 1892, justamente organizado en la península por la Unión Iberoamericana. Es este clima iberoamericanista que prepara la total unidad con Brasil proclamada por la generación hispanoamericana del novecientos. Se entienden así plenamente las anteriores palabras citadas de José Enrique Rodó.

“Hispanoamérica” es más rigurosa en cuanto al origen, la Hispania romana, que “Iberoamérica”. Esta designa una geografía y una etnia prehistórica que poco tiene que ver con nosotros. Pero además es el término de “hispanoamericanos” el que empieza a difundirse desde las últimas décadas del siglo xviii en los reinos de Indias. Miranda encabezaba así en 1801 su manifiesto “Proclamación de los Pueblos del Continente Colombiano, alias Hispanoamérica”. De tal modo, estos antiguos usos permiten restringir al área parlante castellana de América la designación de “hispanoamericanos”, que estrictamente abarcaría también a Brasil. Por otra parte, para terminar, “América Latina” es perfectamente legítima, se refiere a la actualidad del latín vulgar, del que son contemporáneamente sus ramas: el castellano, portugués, francés, italiano, catalán, etc. Queda aquí cerrado el paréntesis, que resultó ser algo extenso pero conveniente.

Notas

[]1]Ver  Hans Weigert, ob. cit., pp. 117 y 207.
[2]José Enrique Rodó, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1957, p. 671.
[3]La bibliografía sobre el iberismo es muy escasa, pero puede citarse la mayor obra al respecto: L. A. Rocamora, El Nacionalismo Ibérico 1792-1936, Universidad de Valladolid, 1994. A esto cabe agregar, como signo de la gran reconciliación finisecular del siglo XIX entre las élites españolas e hispanoamericanas, la espléndida obra de Rafael Arrieta: La literatura Argentina y sus vínculos con España. Buenos Aires, Ediciones Uruguay, 1957.

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