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LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS



SEXAGESIMOSEXTA ENTREGA
TERCERA PARTE
                                                                                              
"EL BÚFALO".

34. HEALING WATERS (2)

Mientras tanto, mi futuro era incierto. Aunque tenía la casa en venta, no me iba marchar de allí hasta tener algún lugar adonde ir. Hasta el momento no tenía ninguno. El grupo, pequeño pero entusiasta, que continuó en Shanti Nilaya, trabajaba muchísimo, ya que nuestra organización ayudaba a gente de todo el mundo a instaurar sistemas similares de apoyo a los moribundos, hogares para moribundos, centros de formación para profesionales de la salud, grupos de familiares y deudos. Mis seminarios de cinco días estaban más solicitados que nunca, sobre todo debido al sida.

De haberlo querido podría haberme dedicado a viajar de un seminario a otro sin alojarme en mi propia casa, yendo de hoteles a aeropuertos y de aeropuertos a hoteles, pero eso no era propio de mí, sobre todo en esa fase de mi vida. Sabía que tenía que aminorar el ritmo, y justamente estaba tratando de imaginar cómo hacerlo, cuando Raymond Moody, el autor de Vida después de la vida, me sugirió que fuera a ver la granja que tenía en los Shenandoah. Me fue difícil resistirme cuando llamó a esa región "la Suiza de Virginia". Así pues, a mediados de 1983, después de rematar un mes de viajes con una charla en Washington D.C., alquilé un coche con chofer para hacer el trayecto de cuatro horas y media hasta el condado Highland de Virginia.

El conductor creyó que estaba loca.

-Por mucho que me guste esa granja -le dije-, quiero que usted haga el papel de mi marido y me discuta la decisión. No quiero hacer algo que tenga que lamentar después.

Pero cuando llegamos a Head Waters, el pueblo que está a unos 20 kilómetros de la granja, y después de haberme oído comentar durante horas la fascinante belleza del campo, el chofer anuló el trato.

-Señora, usted va a comprar el terreno de todas maneras -me explicó-. No cabe duda deque está hecho para usted.

Así me lo pareció a mí también mientras subía y bajaba por las colmas contemplando las 120 hectáreas de prados y bosques. Pero la granja era sólo un proyecto. La alquería y el granero necesitaban reparación; la tierra cultivable estaba descuidada; sería necesario construir una casa. De todos modos, se había vuelto a avivar mi ilusión de poseer una granja. No me resultó difícil imaginármelo todo restaurado. Habría un centro de curación, un centro de formación, algunas cabañas habitables de troncos, todo tipo de animales, y además intimidad. Me agradó que el condado Highland fuera la región menos poblada del este del Misisipí.

En realidad, los trámites para comprar una granja me los explicó el anciano granjero que vivía al final del camino. Pero no me sirvió de mucho, porque a la mañana siguiente, cuando me senté frente al jefe del Farm Bureau (Agencia de Propiedades Agrícolas) de Staunton, no pude evitar contarle todos los diversos planes que tenía para mi granja, entre ellos un campamento para niños de ciudad, un zoológico para niños, etcétera.

-Señora -me interrumpió-, lo único que necesito saber es cuántas cabezas de ganado tiene, cuántas ovejas y cuántos caballos, y la superficie total del terreno.

A la semana siguiente, el 1 de julio de 1983, me convertí en propietaria de la granja. La llené de vida inmediatamente, pidiéndole a mis nuevos vecinos que llevaran a su ganado a pacer en mis campos, y después comencé los trabajos de reparación y acondicionamiento. Desde San Diego vigilaba y me mantenía al tanto de los progresos. En la hoja informativa de octubre escribí: "Ya hemos reparado y pintado la alquería, techado la parcela donde guardamos enterrados los tubérculos, construido un anexo al gallinero, y también tenemos hermosas flores y verduras, con lo cual ya están llenos la despensa y el cobertizo donde almacenábamos bajo tierra los tubérculos, listos para alimentar a los hambrientos participantes de nuestros seminarios."

En la primavera de 1984 ya se veían otras señales de renovación. Elegí un lugar, junto a un grupo de elevados y viejos robles, para construir la cabaña de troncos que sería mi residencia. Después nacieron los primeros corderitos, un par de gemelos y luego otros tres, todos negros, que por fin convirtieron la propiedad en mi verdadera granja.

Estaba ya avanzada la construcción de los tres edificios redondos donde pensaba realizar los seminarios, cuando caí en la cuenta de que necesitaría una oficina para atender los aspectos organizativos. Antes de que alquilara una en la ciudad, una noche apareció Salem y me aconsejó que hiciera una lista de todo lo que precisaba. Dejé volar mi fantasía e imaginé una simpática cabaña de troncos, con un hogar, un riachuelo con truchas al lado, mucho terreno alrededor y después, ya puesta a soñar, añadí una pista de aterrizaje a la lista; el aeropuerto estaba muy lejos así que, ¿por qué no?

Al día siguiente, la empleada de Correos, que sabía que deseaba una oficina, me habló de una preciosa cabaña que estaba a cinco minutos de su casa. Estaba situada junto a un río, me dijo, y tenía un hogar de piedra. A mí me pareció perfecta.

-Hay un solo problema -añadió, en tono pesaroso Pero no quiso decírmelo. Me pidió que fuera a ver primero la cabaña. Yo me negué, rogándole que me dijera cuál era ese tremendo inconveniente. Por fin lo logré.

-Hay una pista de aterrizaje en la parte de atrás -me dijo.

No sólo me quedé con la boca abierta, también compré la bendita cabaña. Ese verano, justo al año de haber adquirido la granja, me despedí de Escondido y me trasladé a Head Waters de Virginia, el 1 de julio de 1984. Mi hijo Kenneth condujo mi viejo Mustang hasta el otro lado del país. De los quince miembros del personal de Shanti Nilaya, catorce me siguieron hasta allí para continuar nuestro importante trabajo. La mayoría se marcharía al año siguiente, porque no se acostumbraron o no les gustaba ese estilo de vida más campestre. Mi intención era poner en marcha el trabajo terminando primero el centro de curación, pero mis guías me aconsejaron que comenzara por construir mi casa.

Yo no entendí el porqué de ese consejo hasta que llegó un pequeño ejército de voluntarios, en respuesta a la petición de ayuda que apareció en nuestra hoja informativa; llegaron equipados de herramientas, entusiasmo y también de necesidades especiales. Por ejemplo, entre cuarenta personas habría al menos treinta y cinco dietas diferentes. Uno de ellos no probaba los productos lácteos, otro era macrobiótico, otro no tomaba azúcar, algunos no podían comer pollo, otros sólo comían pescado. Di gracias a Dios por la advertencia de mis guías. Si no hubiera tenido la intimidad de mi casa por la noche, me habría vuelto loca. Necesité cinco años para aprender a servir sólo dos tipos de comida: un plato de carne y un plato vegetariano.

Poco a poco se fue rehabilitando la granja. Compré tractores y enfardadoras. Se araron,abonaron y sembraron los campos, se cavaron pozos. Lógicamente, lo único que volaba era el dinero. Fueron necesarios ocho años para ponerme al día, y eso sólo gracias a la venta de ovejas, vacas y madera. Pero las ventajas de vivir cerca de la tierra superaban con mucho los gastos.

La víspera del Día de Acción de Gracias estaba poniendo clavos junto con el capataz del equipo de construcción cuando tuve el presentimiento de que iba a ocurrir algo muy especial, algo bueno. No le permití marcharse a casa y lo mantuve despierto sirviéndole café y chocolates suizos. El hombre pensó que estaba loca. De todos modos le prometí que valdría la pena. Y sí, esa noche, ya tarde, cuando estábamos sentados conversando, un cálido resplandor inundó la sala. El trabajador me miró como preguntando "¿Qué pasa?".

-Espere -le dije.

Poco a poco se fue formando una imagen en la pared de enfrente. Inmediatamente quedó claro que era la imagen de Jesús. Nos dio su bendición y desapareció. Volvió a aparecer y desaparecer; luego regresó una vez más y me pidió que a mi granja le pusiera el nombre "Healing Waters Farm" (Granja de las Aguas Sanadoras).

-Es un nuevo comienzo, Isabel -me dijo.

Mi testigo me miró, incrédulo.

-La vida está llena de sorpresas -le dije.

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