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DANIEL ABELENDA BONNET Y EL DÍA DEL PLOMO


“LOS TUPAMAROS NOS SIGUEN DEBIENDO UNA DISCULPA”

Daniel Abelenda Bonnet (Uruguay, Salto, 1962) es docente de Educación Cívica e Historia en Enseñanza Secundaria, periodista y escritor.

En 2003 su novela Secretos de Estado ganó una mención en los Premios Anuales de Literatura del MEC. En 2004 estuvo entre los finalistas del Concurso de Narrativa de la IMM por Manodepiedra y otros cuentos.

Ha publicado cuentos cortos en Editorial de los Cuatro Vientos y poesía en Editorial Dunken de Buenos Aires.

Entre 2005 y 2012 integró varias antologías de narrativa y poesía compiladas por Editorial Abrace (Montevideo-Brasilia), sello que también en 2014 editó 30 Poemas, su primer libro lírico.

La presente entrevista refiere fundamentalmente a la aparición de su novela El día del plomo (Ediciones de Benito, 2014).
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La contraportada de tu novela El día del plomo termina afirmando que Daniel Abelenda nos propone un thriller apasionante que nos confronta con nuestro pasado más reciente. ¿En qué sentido está utilizado el verbo confrontar? ¿En este caso se estaría incitando al lector a que trate de descifrar un trasfondo histórico sobre el que  todavía los uruguayos tratamos de hacer la vista gorda?

La frase de “confrontar nuestro pasado reciente” (que es del autor y no del editor, como se estila en las contratapas) tiene que ver con que El día del plomo, entre líneas, sutilmente, creo, CUESTIONA LA LEYENDA ROMÁNTICA DEL M.L.N. como “luchadores de la libertad y contra la dictadura”, poniendo arriba de la mesa los hechos históricos: es un movimiento que se funda en 1962 y realiza cientos de acciones armadas (robos, secuestros, atentados, muertes, unas 50, entre civiles, policías y militares) EN DEMOCRACIA, ANTES DE LA DICTADURA, y eso, para mí, es terrible e injustificable, y merecía, al menos una DISCULPA (no creo que ARREPENTIMIENTO, tratándose de un grupo mesiánico) a la sociedad toda, algo que NUNCA hemos escuchado desde 1985 hasta ahora…

En este sentido la novela CUESTIONA, CONFRONTA este RELATO que ha propagado el MLN o sus principales ex-dirigentes (varios de los cuales están en el gobierno, como en el libro, claro), donde sólo se marca la brutalidad del Terrorismo de Estado de los militares luego del golpe del 73 (inocultable, por cierto), y también de la “represión del pachecato” y de J. M. Bordaberry durante el 72, ese “año del plomo”.

También es un hecho que ya a fines de ese año, el MLN está absolutamente desmantelado y vencido militarmente, por lo que la verdadera resistencia contra la dictadura fue de OTROS SECTORES políticos, sindicales y sociales, pero no de los Tupamaros, que ya no existían como organización.

Me parece que esta versión de la historia ha sido ignorada o falseada en forma BURDA, pero por alguna razón -¿la famosa hegemonía cultural” de la izquierda?- no ha tenido voces de intelectuales de peso que la confronten, justamente; o cuando surgido esas voces, la “intelligentzia” de izquierda las ha tratado de descalificar como provenientes de la “derecha”, o aun del “fascismo”.

Intento, desde la ficción, mostrar otro ángulo de las cosas, aunque no soy historiador ni este es un libro de historia o de investigación periodística, como los cientos que se han editado -y reeditado- en los últimos 30 años.

El día del plomo fluye con la agilidad de una crónica periodística, pero faltando dos páginas para el final se verticaliza refiriendo al arquetipo universal del caos como factor desencadenante de una inestabilidad actual que por momentos desenmascara casi  completamente la fiereza y la vulnerabilidad de la siempre tan bien maquillada democracia ejemplar con la que nuestros mandatarios se llenan la boca a la hora de lucirse con discursos for export. ¿Pensás que nos hace falta una imprescindible reflexión identitaria profunda para no seguir desbarrancándonos hacia la barbarie?

Sí, creo que nos hace falta una discusión a fondo sobre lo que pasó en esos años, donde el Uruguay llegó a un pico de confrontación entre dos “proyectos de país” antitéticos y excluyentes, que chocaron trágicamente entre sus élites políticas, dejando a la masa ciudadana de rehén. Hubo “vencidos y vencedores”, y luego de la dictadura, se abrió un espacio democrático para que se restaurara la democracia con los partidos políticos como actores legales y legitimados en el juego electoral, y en eso hubo -y hay- consenso: ganan las mayorías en las urnas y las minorías hacen oposición, todo dentro de la Constitución.

Ahora bien, de esos “años del plomo”, en realdad ha habido sólo AUTOJUSTIFICACIONES DE LA VIOLENCIA de ambos bandos: los militares mantienen la opinión de que debieron reprimir a la “subversión marxista” con los medios que fueran, pues era una “guerra sucia”, y los Tupamaros también se justifican diciendo que la vía armada era la única solución para “superar la democracia burguesa”, y que la contradicción de fondo era Oligarquía versos Pueblo.

Y bien, desde los 80, ninguno de los dos se ha movido de estas TRINCHERAS, y cada tanto se envían obuses verbales (o librescos) que sólo han decaído pues los actores de los 60 / 70 ya están muy viejos o se han muerto, pero la sociedad uruguaya nunca discutió abiertamente y sin anteojeras ideológicas (a pesar de esta Posmodernidad Líquida imparable) por qué estuvimos al borde de la barbarie y del precipicio… “y dimos un paso al frente”!


¿Cómo definirías a los personajes-polos de El día del plomo, que de alguna manera comparten una especie de orfandad emergente de esa especie de vacío ético generalizado que nos sigue caotizando?


En la novela hay dos personajes-polos, como los llama Hugo, el Francotirador, hermano de una víctima del MLN, y el Inpector López, funcionario de Inteligencia y Enlace desde hace 30 años.

Viven realidades distintas en el 2000 y pico, cuando se ubica la acción: el ex Funsa, claramente muestra un vacío ético personal y recurre a la venganza por mano propia; el policía, no: sólo intenta cumplir su deber: hubo un crimen y él tiene que encontrar al responsable, no tiene “algo personal” contra el MLN o a favor de los Militares golpistas; por eso lo dibujé como policía y no como militar, que según las evidencias, fueron dos instituciones con respuestas diferentes frente a la violencia guerrillera.

En el medio queda Leo Vargas, el camarógrafo, un tipo de una generación más joven que el vengador y el inspector (podría sumarse aquí al Oficial Bermúdez, ayudante de este último), que eran niños o adolescentes en los 70, y que por lo tanto sólo “balconearon” el enfrentamiento y escucharon lo que opinaban sus familias, pero todo aquello les resulta mucho más lejano, y en cierta medida, absurdo.

Esta fue mi idea al colocar estos dos protagonistas y esos otros dos personajes espectadores, que sintetizaban los dos grupos de la sociedad uruguaya en aquellos años. Blanco y Negro, pero también Grises.

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