UNDÉCIMA ENTREGA
VI (1)
Hacía poco tiempo que Horacio dormía en el hotel y las cosas ocurrían como en la primera noche: en la casa de enfrente se encendían ventanas que caían en los espejos; o él se despertaba y encontraba las ventanas dormidas. Una noche oyó gritos y vio llamas en su espejo. Al principio las miró como en la pantalla de un cine; pero en seguida pensó que si había llamas en el espejo también tenía que haberlas en la realidad. Entonces, con velocidad de resorte, dio media vuelta en la cama y se encontró con llamas que bailaban en el hueco de una ventana de enfrente, como diablillos en un teatro de títeres. Se tiró al suelo, se puso la salida de baño y se asomo a una de sus propias ventanas. En el vidrio se reflejaban las llamas y esta ventana parecía asustada de ver lo que le ocurría a la de enfrente. Abajo -la pieza de Horacio quedaba en un primer piso- había mucha gente y en ese momento venían los bomberos. Fue entonces que Horacio vio a María asomada a otra de las ventanas del hotel. Ella ya lo estaba mirando y no terminaba de reconocerlo. Horacio le hizo señas con la mano, cerró la ventana, fue por el pasillo hasta la puerta que creyó la de María y llamó con los nudillos. En seguida apareció ella y le dijo:
-No conseguirás nada con seguirme.
Y le dio con la puerta en la cara. Horacio se quedó quieto y a los pocos instantes la oyó llorar detrás de la puerta. Entonces contestó:
-No vine a buscarte; pero ya que nos encontramos debíamos ir a casa.
-Ándate, ándate tú solo -había dicho ella.
A pesar de todo, a él le pareció que tenía ganas de volver. Al otro día, Horacio fue a la casa negra y se sintió feliz. Gozaba de la suntuosidad de aquellos interiores y caminaba entre sus riquezas como un sonámbulo; todos los objetos vivían allí, recuerdos tranquilos y las altas habitaciones le daban la impresión de que tendrían alejada una muerte que llegaría del cielo.
Pero en la noche, después de cenar fue al salón y le pareció que el piano era un gran ataúd y que el silencio velaba a un músico que había muerto hacía poco tiempo. Levantó la tapa del piano y aterrorizado la dejó caer con gran estruendo; quedó un instante con los brazos levantados, como ante alguien que lo amenazara con un revólver, pero después fue al patio y empezó a gritar:
-¿Quién puso a Hortensia dentro del piano?
Mientras repetía la pregunta seguía con la visión del pelo de ella enredado en las cuerdas del instrumento y la cara achatada por el peso de la tapa. Vino una de las mellizas pero no podía hablar. Después llegó Alex:
-La señora estuvo esta tarde; vino a buscar ropa.
-Esa mujer me va a matar a sorpresas, gritó Horacio sin poder dominarse. Pero súbitamente se calmó:
-Llévate a Hortensia a tu alcoba y mañana temprano dile a Facundo que la venga a buscar. Espera -le gritó casi en seguida. -Acércate.
Y mirando el lugar por donde se habían ido las mellizas, bajó la voz para encargarle de nuevo:
-Dile a Facundo que cuando venga a buscar a Hortensia ya puede traer la otra.
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