sábado

(REINVENCIÓN DE UN ROMANCE JUVENIL DE JUAN CARLOS ONETTI) - NIÑO CON LA ÑATA APOYADA EN EL SEXO DE LA DIOS


FOLLETÍN SABATINO

EPISODIO 8: PLUMAS


Lechero                                                                                             

Al otro día Torres terminó de leer una carta que acababa de llegarle de Buenos Aires mientras su hijo Horacio combatía con la Chacona de Bach y de golpe se puso triunfalmente sarcástico:

-Sépase esto, chaval. Payró me cuenta que Onetti ya no considera urgente mi mudanza a Millán 2515 por haber infundido la consigna de que debemos pintar la calle del siglo XX. Y además reconoce que aunque me sobran los copiadores fieles también hay gente que sigue pintando como Dios le muestra y dentro de las leyes de estructura torresgarciana.

-Ese Onetti va a terminar coronando a sus doncellas con penes, igual que Picasso.

-Pero es que ahora tampoco me juzga como un caballero dulcineico por haberme entusiasmado con un americanismo abstracto, constructivista y cósmico.

En ese momento sonó el aldabonazo del lechero, que estaba orgulloso de que su carrito de dos caballos apareciera muy a menudo en las estructuras de don Joaquín.

-¿Ah, ve?  Si yo tuviera esa foto colgada en mi casa vendría todo el barrio a verla, se lo garanto -señaló una marina crepuscular de Horacio que se secaba en el caballete. -Es como si a uno le dieran ganas de quedarse ahí adentro.

-Pues pase un momento a mi estudio, entonces -le puso una moneda en la mano empurpurada por los sabañones Torres al hombre ya veterano y avanzó hacia la pieza donde reinaba la gigantesca construcción sin grafismos. -Voy a mostrarle algo que está pintado para que el pueblo entero encuentre cobijo eterno.

-Quería avisarle que hay un muchacho que a veces hace el reparto con nosotros y está muy interesado en trabajar con usted.

-Pues a las órdenes, hombre.

-Se llama Manuel Pailós y su familia emigró de Galicia cuando él tenía dos años.

-Hicieron bien -espejó la espesura radiante de las botellas recién depositadas sobre la mesa el maestro fundador de la Escuela del Sur. -Porque es el Nuevo Mundo el que alimentará a este planeta desnorteado.

El muchacho de apasionamiento celestemente altivo se había decidido a retomar la lucha con la Chacona pero de golpe hubo un silencio tan compacto en el estudio de su padre que esperó un poco más para recoger el violín.

-Si quiere que le sea franco y con todo lo que lo estimo, don Joaquín -se escuchó entonces el raspado de las alpargatas del hombre que olía a tambo. -Yo hallo que su empacamiento en hacer cosas raras ahora lo está llevando barranco abajo.



Sótano



-Pues aquí tiene un par de mantas que le vendrán de rechupete -le entregó un bolsón Manolita a Guido Castillo, que había llegado a la casa de los Torres cuando el carro del lechero ya se bamboleaba frente a la otra vereda. -Y también le enviaremos unos buenos guisantes.

-¿Pero se aseguró de que Fonseca no tiene fiebre, al menos? -trajo el infaltable café Ifigenia, junto con algunos bollos caseros. -¿Cómo va a poder aguantar una gripa calentando semejante torreón de molino con un primus, por más ladrillos que le ponga arriba?

-Tiene un poco de tos, nada más -sonrió el muchacho de ternura impetuosa. -El problema es que la inundación del sótano lo hace sentirse peor que Linacero.

-Ah, entonces está empozado -apareció Augusto bostezando y enseguida se puso de rodillas para alargar las manos hacia la quematuti. -Creo que ese sería un buen modo de llamarle a la gristeza montevideana, ¿no?

-Pues yo creo que lo mejor que puede hacer Fonseca es sumergir esa novela derrotista en la creciente del pantano y pintar sin quejarse -chistó la muchacha, retomando el bordado de uno de los tapices donde ampliaban a escala mural dibujos de don Joaquín junto con su madre.

-Mira si Zalo hubiese visto la buhardilla pintada con colores puros donde vivía Mondrian -se puso a caricaturizar pasos de dixie el muchacho cansino. -Y siempre modelando aquellas flores horrendas para poder comer.

-Pero jamás dejó de bailar. Y como yo era muy pequeña invitaba siempre a Olimpia. Picasso hacía lo mismo.

-¿Y cuánto tiempo piensa que Zalo aguantará exiliado en esa ruina que le prestaron? -no pudo dejar de sonreír Manolita.

-Es que ya se pelearon demasiadas veces con el padre -explicó Guido, zampándose dos bollos casi sin masticar. -En la empresa se pasaba dibujando a toda hora y eso ya trajo líos. Pero lo que no pudieron aguantarle fue que decorara el sótano de la casona con los carbones de la calefacción.

-Creo que le podemos encontrar una solución a ese empozamiento, Castillo -le titiló la mansedumbre celestísima a Augusto. -Voy a necesitar que me prestes tu baúl preferido, madre.

Y después que volvió de su cuarto cargando a las zancadas el gran bulto de cuero le hizo una seña guerrera al muchacho para que saliera inmediatamente a la calle y las mujeres no se animaron a preguntarle nada.



Pedacitos



Después de recibir la opinión del lechero don Joaquín ni siquiera quiso almorzar con su familia y cuando Horacio volvió al taller fue paralizado por una gritería y un feroz ruido de rajaduras:

-Y esta va por cuando el genial Torres García se presentó en París con el neoclacisicismo vetusto de Chavannes y no quiso convencerse de que Vollard acertaba a mansalva recomendándole aggiornarse o morir. Y estotra por desembarcar en Montevieo papagayeando que aquí nadie sabía pintar y burlarse del pifuritismo pesimista de Onetti.

-Pero qué pasa, padre -se animó a meterse el muchacho en el estudio donde el constructivo sin grafismos iba siendo despedazado como si el viejo pretendiera fabricar papelitos carnavalescos.

-Pasa que la seducción de la marina que tan bien le supiste birlar al truculento Marquet abrigó más al lechero que mis proclamas dignas de los delirios de Tomás Moro and Company. Y antes de transformarme en un utopista anarquizante prefiero que mis tripas sean asadas en los festines donde los criollos terminan barbarizándose detrás de un cuero inflado igual que Michelangelo en las batallas del calcio.

-Calma, padre.

-¿Y Fonseca? ¿Has visto cómo le estragué la mollera a ese muchacho que podría haberse convertido soberbiamente en un buen burgués del Prado y santas pascuas? Anoche soñé que la aversión enfermiza que me provoca el encumbramiento de Picasso es la envidia. Qué horrendo.

Entonces Horacio fue a buscar el violín y se puso a tocar la Chacona detrás del viejo chorreantemente sobreabrigado que ahora pateaba los pedazos de cartón con comicidad simiesca y al final preguntó:

-Qué opinión tendría Bach.

-¿Pues de quién?

-De tu obra. ¿Pensaría que la concibes en su espíritu, como escribiste en la dedicatoria ofrecida a Freddy Guthmann?

-No sé qué pensaría.

-Pienso que te sugeriría que por lo menos aprovecharas esos trocitos de desesperación para alimentar la quematuti con todo el óleo que desperdiciaste.

-Bueno, no es mala idea -suspiró don Joaquín. -Pero antes necesito engullir un tazón de guisantes.




Tocado


Augusto y Guido subieron llenos de barro al torreón de un molino ya decrépito que le habían prestado a Fonseca en una quinta donde se truncaba la calle Valentín Gómez, y encontraron al fugitivo tosiendo frente a un primus reforzado con ladrillos hirvientes.

-Vaya -murmuró acatalanadamente el muchacho que cargaba el baúl mientras el otro ponía el bolsón y la olla de guiso sobre una mesa armada con tablones. -Tal parece que estuvieras en una enfermería de la Ligne Maginot.

-Joder -rezongó Zalo. -Esto esto no será la guerra pero te mata igual, carajo.

-¿Y tu viejo no reacciona?

-Para mí no existe más -hizo chirriar el catre el señorito exiliado. -Prefiero laburar un tiempo acá en la quinta y apenas junte unos mangos me las tomo para algún  conventillo del puerto con los Visca.

-Pues ahí te transformarás en un Linacero completo -le hizo una guiñada Augusto a Guido mientras iba desenvolviendo una especie de disfraz de indio jolivudense  -Este traje de jefe sioux lo confeccioné en secreto cuando trabajaba en el Museo del Hombre allá en París y con los procedimientos que usaban ellos.

-¿Y cómo conseguiste las plumas? -se desorbitó Guido.

-Pues de a poco. Trabajé años en esto y mi padre no lo sabe. Pero en el 36 me decidí a mostrárselo a Onetti porque cuando le prohibieron alistarse en las brigadas que iban a pelear a España ese hombre quedó muerto.

-Mirá vos -tosió Zalo. -Y yo mariconeando.

-Ahora dense vuelta un rato -ordenó Augusto, y durante diez o quince minutos fue vistiéndose de cacique con jadeante precisión hasta terminar encasquetándose un tocado multicolor que le llegaba casi hasta los pies.

-Cristo -demoró en comentar Guido. -Es como si a uno le arrancaran una mortaja, verdaderamente.

-Es que cuando te pones esto te sientes un pájaro capaz de sobrevolar cualquier pradera, Zalo -completó la curación chamánica el muchacho que durante el resto de su vida fue apodado el Cacique por los integrantes del Taller.

Y después que devoraron el cocido de guisantes Augusto contó que la tarde del exorcismo también le había prestado a Onetti uno de sus discos preferidos, The dog must his day.

-Y esa frase será el título de su última novela, le escribió ayer Julio a mi padre -puso cara de estar traicionando una confidencia delicada el Cacique. -Porque los fascistas que bombardean una especie de puerto ficticio donde cae derrotada la resistencia son identificados como los perros.

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