lunes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS


QUINCUAGESIMOCTAVA ENTREGA

TERCERA PARTE
                                                                                              

"EL BÚFALO".
                                            

31. MI CONCIENCIA CÓSMICA. (2)


Esa tarde, presa de una extraña sensación y creyendo que tal vez se me habría ido la mano, volví al pabellón de invitados del rancho de Monroe, una cabaña aislada llamada la "Casa del Buho".

En cuanto entré, sentí una energía extraña que me convenció de que no estaba sola. Dado que la vivienda estaba aislada y no tenía teléfono, pensé en volver a la casa principal para pasar la noche, o ir a un motel. Pero como creo que no existen las coincidencias, comprendí que me habían puesto allí sola por algún motivo. Me quedé.

A pesar de todos los esfuerzos que hice para permanecer despierta, no tardé en quedarme dormida, y entonces fue cuando comenzaron las pesadillas. Éstas fueron como pasar por mil muertes; me torturaron físicamente. Casi no podía respirar; el dolor y la angustia eran tan agobiantes que ni siquiera tenía fuerzas para gritar o pedir auxilio, aunque nadie me habría oído en todo caso.

Durante las horas que duró esto, observé que cada vez que acababa una muerte comenzaba en seguida otra, sin darme opción a cobrar aliento, recuperarme, gritar o prepararme para la siguiente.

Mil veces.

Lo entendí claramente. Estaba reviviendo la agonía de todos los pacientes a los que había atendido hasta ese momento, reexperimentando la angustia, la aflicción, el miedo, el sufrimiento, la tristeza, el duelo, la sangre, las lágrimas... todo aquello por lo que habían pasado ellos. Si alguien había muerto de cáncer sentía ese terrible dolor, si alguien había sufrido un infarto, padecía también sus efectos.

Se me concedieron tres respiros. La primera vez pedí el hombro de un hombre para apoyar la cabeza (siempre me había gustado quedarme dormida sobre el hombro de Manny). Pero en elinstante en que expresé esa necesidad, una ronca voz masculina respondió: "¡No se te concede!"

Esa negativa, expresada en tono tan firme, decidido y sin emoción, no me dio tiempo para hacer otra pregunta. Me habría gustado preguntar "¿Por qué?"; después de todo yo había puesto mi hombro para que se apoyaran en él muchos moribundos. Pero no hubo tiempo, energía ni lugar para hacerla.

El dolor, que me atenazaba como una larga contracción de parto, se agudizó hasta un extremo tal que sencillamente deseé morir. Pero no tuve esa suerte. Ignoro cuánto tiempo pasó hasta que me concedieron un segundo respiro. Entonces pregunté:

-¿Puedo coger la mano de alguien?

Deliberadamente no especifiqué si de hombre o de mujer; no había tiempo para ser tan exigente. Sólo deseaba una mano a la cual cogerme. Pero esa misma voz firme y sin emoción rechazó mi petición:

-¡No se te concede!

No tenía idea de si habría un tercer respiro, pero cuando llegó, y tratando de ser lista, inspiré hondo y me dispuse a pedir que me mostraran la yema de un dedo. ¿Para qué? Bueno, aunque uno no puede cogerse de la yema de un dedo, al menos eso demuestra la presencia de otro ser humano.

Pero antes de expresar esa última petición, me dije: "¡Demonios, no! Si no consigo una simple mano para cogerme, no quiero la yema de un dedo tampoco. Prefiero continuar sin ayuda, sola."

Furiosa y resentida, haciendo acopio de toda la rebeldía de mi voluntad, me dije: "Si son tan tacaños que ni siquiera me dan una mano para cogerme, entonces estaré mejor sola. Por lo menos  tendré mi estima y mi dignidad."

Ésa fue la lección. Tenía que experimentar todo el horror de mil muertes para reafirmar la dicha que vino después.

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