jueves

ALBERTO METHOL FERRÉ - LOS ESTADOS CONTINENTALES Y EL MERCOSUR

VIGESIMONOVENA ENTREGA


CAPÍTULO 4


El nacimiento del Estado Continental Moderno. Estados Unidos y la URSS. (3)

Pero en la sociedad industrial ya no se puede predecir la ruina como con los grandes imperios agrarios. Pues los Estados-Nación Industriales sólo pueden crecer, aunque cambien de formas, hacia los nuevos Estados-Continentales (que suponen las revoluciones industriales) y estos anudarse en la Ecúmene mundial. Es un crecimiento, reiteramos, irreversible. Salvo destrucción de la sociedad por suicidio, como una catástrofe nuclear, por ejemplo. No menos de eso, y solo posibilitado por el crecimiento mismo de la sociedad industrial, los espacios se unifican por industrialización, población y cultura, y se vuelven continentales en entrelazamiento mundial. Esta es la médula de la “Ley de los espacios crecientes” en la historia universal de Ratzel.[7]Los Estados Continentales modernos son radicalmente distintos a los imperios agrarios. Los unos corresponden, de algún modo, a una era democrática, los otros a una era aristocrática. Tal como surge de lo expuesto a través de Gellner y Comblin.

Entonces Weigert nos conduce al corazón del siglo xx:

Ratzel cree que los Estados Unidos también deberían ser capaces de evitar la acción de la ley aparente que predice la ruina inevitable de los grandes imperios (agrarios). Los medios revolucionarios de comunicación y transporte han cambiado definitivamente el papel de las grandes potencias continentales en la política internacional. Ratzel halla en esto la conclusión más importante de una concepción global que considera los cambios fundamentales que la edad industrial trae consigo... Parece natural que la ley de los espacios crecientes llevara a Ratzel a examinar el futuro de los dos mayores imperios continentales, Estados Unidos y Rusia, cuyos espacios, en sus días estaban aún lejos de haber alcanzado su forma final. Cree que sus destinos no pueden compararse con los imperios que decayeron en el pasado, a causa del papel vital que los nuevos medios de comunicación y transporte desempeñarán en la vida de grandes imperios arraigados en grandes masas de tierra continentales. Sin los medios de comunicación modernos, seguirían siendo gigantes encadenados de manos y pies. Con el progreso de la revolución industrial en sus últimas fases, del cual Ratzel no vio más que el comienzo, las posibilidades para el auge y la estabilización de los imperios continentales de Estados Unidos y Rusia alcanzaron proporciones gigantescas. El ferrocarril y la carretera, el telégrafo y el teléfono, se convirtieron, para el pensamiento geográfico-político de las últimas décadas del siglo XIX, en los instrumentos con que podía levantarse un sistema estatal orgánico de máximas dimensiones continentales. Sin el desarrollo de un cuerpo político orgánico, unido, dentro de los límites de los grandes espacios, los imperios basados en ellos no pueden fundarse ni asegurarse. Tales convicciones prepararon el camino para la firme convicción de todos los partidarios de la escuela de Ratzel de que los futuros imperios serían imperios continentales que reemplazan a las viejas potencias europeas (pp. 115 a 117).

En el umbral del siglo xx, Ratzel —en su Geografía Política— centra lo esencial en los dos grandes Estados-Continentales emergentes de Estados Unidos y Rusia, luego Unión Soviética. Ratzel va más allá de las premoniciones de Alexis Tocqueville en La Democracia en América (1835) acerca de una Europa oprimida entre los dos grandes bloques, el norteamericano y el ruso.[8]Pues Tocqueville, que ve la dimensión democrática que emerge del fin del antiguo régimen, no asume directamente la revolución industrial como tal, en cambio Ratzel sí. Ya en la última década del siglo xix la industrialización había irrumpido en Rusia, capitaneada por el conde Serguéi Witte, formado con List, y que siguió con impulso acelerado hasta 1914. Rusia tenía en 1914 algo más que el producto industrial de Francia, pero en su vastedad seguía siendo un mundo agrario atrasado. La Revolución Bolchevique de 1917 intentará profundizar a marchas forzadas la construcción de una sociedad industrial en la urss. Tenía que transformar un imperio agrario multiétnico en un Estado Continental moderno por una vía no capitalista, sino de economía planificada, centralizada y totalitaria. Hubo lucha ideológica mundial, porque el marxismo hizo pie en el único Estado Continental en ciernes que podía llegar a competir con Estados Unidos. La experiencia colapsó en 1989-91, poniendo fin al “siglo XX corto”, según la expresión de Hobsbawn.

Podemos ya concluir con Weigert:

Los espacios mismos no se equilibran entre sí; el equilibrio está en el elemento humano, políticamente organizado, que llena las vastas áreas continentales. Estados Unidos y Rusia representan un poder continental tan superior sobre los pequeños espacios de los estados europeos que Ratzel no puede dejar de preocuparse acerca de la ruina de los sistemas políticos occidentales. Incluso pregunta si tal proceso no debe llevar a una Europa unida, a un sistema europeo de poder frente a los poderes de Rusia y Estados Unidos. Piensa que nunca antes la historia de la humanidad ha tenido un carácter verdaderamente continental. Nunca antes las poblaciones de continentes enteros han sido llevadas a adoptar un espíritu político unido y a ocupar su puesto como poderes realmente continentales. Ha comenzado una nueva fase de la historia continental que llevará, tal vez, al propósito final, espacial, de toda la historia, a que la humanidad abarque el mundo. Si un día pudiéramos ver a Norteamérica como un organismo histórico, unido en espíritu y acción; a Australia y la Rusia asiática, tal vez incluso a Sudamérica, todas en su grandeza como poderes continentales, entonces Europa sería insignificante a despecho de todas sus ventajas (p. 117). Los nuevos tiempos requieren lo que Ratzel denomina una nueva “ciencia de distancias”. En nuestros días, la tendencia de la historia es crear imperios cada vez más grandes, porque las crecientes hazañas culturales del hombre han acarreado su mayor capacidad para dominar los espacios. La nuestra es la era de la historia continental, cuyo curso lo determinarán las grandes potencias que dominen los grandes espacios (p. 118).

En las primicias del siglo xx, que ahora cerramos, Ratzel veía la arrolladora irrupción de dos Estados-Continentales, el norteamericano y el ruso, por sobre los Estados-Nación Industriales vueltos medianos, no más protagonistas de la historia mundial (aunque desencadenaran las dos guerras mundiales calientes de este siglo), de lo que se enteraron medio siglo después. Europa tardó cincuenta años en saber que sus divisiones la dejaban obsoleta, salvo que la Unión Europea fuera capaz de generar un nuevo Estado-Continental, como verdadero interlocutor.

Para Ratzel se había abierto ya la era de los Estados-Continentales. Es cierto que las densas bandadas de pájaros que eran los Estados-Nación, que se multiplicarían en este siglo, sin llegar a ningún umbral, ocultaron tal evidencia en el cielo de la historia. Ratzel, antropólogo de los círculos-culturales, se preguntaba por el nacimiento posible de otros Estados-Continentales como en Australia y América del Sur. No mencionaba a América Latina, sino más precisamente a América del Sur, macizo bloque continental. En esto divergía de la perspectiva hemisférica de Friedrich List, panamericana avant la lettre, formulada sesenta años antes. De tal modo estos dos grandes pensadores europeos veían al destino de América Latina ligado a dos caminos: el hemisférico o el de América del Sur.

Estos dos caminos estaban ya planteados al abrirse el siglo xx en América Latina. Por un lado, James Blaine, heredero intelectual de Henry Clay, convocaba a la primera Conferencia Panamericana de 1889-90 y lanzaba su perspectiva unificadora hemisférica. Por otro lado, venía en 1892 el gran festejo del IV Centenario del Descubrimiento de América, realizado por la Unión Iberoamericana, donde Zorrilla de San Martín evoca a la “gran nación iberoamericana”. La irrupción norteamericana en Cuba, Puerto Rico y Filipinas hace renacer el latinoamericanismo, desde el Ariel de Rodó, seguido por Manuel Ugarte y Francisco García Calderón, entre otros, que levantan la idea de la unidad “nacional” de América Latina, a escala continental, siguiendo el ejemplo del nuevo paradigma del Estado-Continental de los Estados Unidos de Norteamérica.

La irrupción americana y mundial del Estado-Continental de Estados Unidos hacía replantear la cuestión de la “Patria Grande” a escala de un nuevo Estado-Continental latinoamericano. Así se abre nuestra época.

Dado el enorme camino a recorrer —del Ariel al Mercosur— las dificultades de concreción hacían al pensamiento poco preciso en medios e itinerarios. Pero con una vocación de alcanzar progresiva precisión. Así, durante el siglo xx, fuimos pasando de una inevitable y necesaria retórica, a una sobriedad creciente en esta década del noventa, de posibilidades y desafíos mucho más concretos y a la vez profundos.

Notas

[7]A pesar de la famosa polémica Durkheim-Ratzel de 1897-98, es evidente que la “Ley de los espacios crecientes” encuentra excelente explicación en el crecimiento de la “solidaridad orgánica” de Durkheim por sobre la ancestral “solidaridad mecánica” (según su terminología). Ver al respecto Dereck Gregory, Ideología, ciencia y geografía humana, Barcelona, Oikos-Tau, 1984, pp. 129 a 141, y Anthony Giddens, El capitalismo y la moderna teoría social, Barcelona, Labor, 1977, pp. 133 a 149.

[8]“Hay actualmente sobre la Tierra dos grandes pueblos que, partiendo de puntos diferentes, parecen adelantarse hacia la misma meta: son los rusos y los angloamericanos. Los dos crecieron en la oscuridad, y en tanto que las miradas de los hombres estaban ocupadas en otra parte, ellos se colocaron en el primer rango de las naciones y el mundo conoció casi al mismo tiempo su nacimiento y su grandeza. Todos los demás pueblos parecen haber alcanzado poco más o menos los limites trazados por la naturaleza, y no tener sino que conservarlos; pero ellos están en crecimiento; todos los demás están detenidos o no adelantan sino con mil esfuerzos; sólo ellos marchan con paso fácil y rápido en una carrera cuyo límite no puede alcanzar la mirada. El norteamericano lucha contra los obstáculos que le opone la naturaleza; el ruso está en pugna con los hombres. El uno combate el desierto y la barbarie; el otro la civilización revestida de todas sus armas: así las conquistas del norteamericano se hacen con la reja del labrador y las del ruso con la espada del soldado. Para alcanzar su objeto, el primero descansa en interés personal y deja obrar sin dirigir las fuerzas y la razón de los individuos. El segundo concentra en cierto modo en un hombre todo el poder de la sociedad. El uno tiene por principal medio de acción la libertad; el otro, la servidumbre. Su punto de vista es diferente, sus caminos son diversos; sin embargo, cada uno de ellos, parece llamado por un designio secreto de la Providencia a sostener un día en sus manos los destinos de la mitad del mundo”. Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, México, FCE, 1963, p. 382.

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