con el apoyo de S.U.A.T.
FEDERICO RODRIGO
NI SIQUIERA CADÁVER
La sala era fría como la precisión del médico. La vida de la madre: casi dos. El silencio tapaba los ojos del reloj; reloj al que pareció caérsele una lágrima. La piedad llegó justo a tiempo para quedarse con las manos vacías.
Un error de la enfermera hizo que la madre viera aquellos pequeños ojos. ¡Estaban fríos como el abrazo que nunca le dio! Pero si no hubiesen estado tan muertos seguro dirían: los amo. “Los perdono.”
GASTÓN RODRÍGUEZ FREITAS
FRESNO
Cómo te encantaría suprimir este arraigo solitario
y reemplazarlo antes que rebrote, compañera de faena, la cizaña
del invasor para el cual todo el suelo es “rentable”,
aun en medio del mayor hacinamiento.
Como anteayer mientras sobrevolabas para ti su parásito
nada menos que sobre el gríseo estado del Río Negro
palomas y acreedores, y pese al empecinado coraje te mutilaban tantas veces
en esa misma gangrena enfurecida
que ahora el brazo enérgico del ermitaño la salvara
del otro dentado filo oscuro. Precipitaste el torbellino
en virtud de lo autóctono, para sufrirlo crecer
su aciaga labor de siempre en un nuevo destierro.
El fresno en Tacuarembó era patriarcal augurio
de tu única infancia, trepando sobre esos duros presagios
tuyos por sobre suburbios a los que se abría en atajos
la férrea bicicleta de los hermanos mayores:
policlínicas hacia los foros barriales; reja metálica, en lugar de ventanas,
ataviadas de anuncios tutelares:
kioscos, tabacaleras, tabernas de matarifes, la comparsa que ensayaba,
casi un estrépito, casi una salutación
de la llamada ritual, y recorres
ahora los alrededores del Parque Batlle, por algún impulso
tan misterioso, tan insobornable
como esa cruz funesta enclavada bajo el fresno.
JOSÉ LUIS MACHADO
ACCIONES
I
En los primeros tiempos mi alma ha habitado diversas personalidades, la de un luchador griego, un esclavo africano y un juglar medieval, por ejemplo. He estado incrustado dentro de una vieja bruja fea que se masturbaba a los pies del cadalso en las ejecuciones de la guerra civil española. Dirigí una vida capitaneando un barco pirata, donde sentencié a tripulantes insubordinados y a prisioneros desahuciados a caminar por la plancha o a ser colgados de los mástiles.
La carga de estas múltiples formas de vida me horroriza. Si hay lecciones que aprender, no he aprendido nada. Por eso sigo errante en busca de quién sabe qué envoltorio; quizá tu cuerpo que parece ser el más puro.
II
Se colocó la boina de guía de época, y examinó el estado de las señales y el movimiento del cambio de las manecillas. Comprobó que los senderos estuvieran despejados hasta donde alcanzaba el horizonte. Inmediatamente, completando el rito, confirmó la suspensión de los espectros, y como ordena el protocolo de los artífices, acarició la noche. Todo estaba en orden, encendió su pipa e hizo vibrar los estandartes. Entonces, su compañera, se inclinó para conectar la bruma con el agua, y él, en persona, dio la salida a los fantasmas.
Del otro lado los mortales no saben lo que les espera.
III
Un antiguo refrán indígena asegura que "las pisadas de las almas que transitaron juntas jamás desaparecen". Ella podía ver esas pisadas. Allí, en la madrugada del día de su muerte, en el túnel de piedra que durante tantos lustros la había llevado al trabajo, en un frágil momento, fue capaz de percibir a todas y cada una de las almas con las que durante toda esa época había compartido viaje. Cada una de ellas había dejado su huella y ella era capaz de entenderlo claramente. Entonces, se marchó feliz.
JOSÉ LUIS MACHADO
TIROS LIBRES / 3
Allá lejos en el tiempo, más precisamente en 1970, Uruguay salía cuarto en el campeonato mundial de México. Los Beatles se separaban, la banda Queen se formaba. Y Aleksandr Solzhenitsyn ganaba el Nobel de literatura. «Por la fuerza ética con la que ha perseguido las tradiciones indispensables de la literatura rusa» y mi abuelo se venía de Durazno a Montevideo. Mi viejo que andaba cortejando a mi vieja, lo llevó a ver su primer partido de fútbol. Gritaron un gol del otro equipo, se tomaron la primera copa juntos y rieron toda la tarde.
La cosa fue así. Mi viejo llevó a mi abuelo al estadio. Jugaban Liverpool vs. Progreso. Era todo un acontecimiento porque por primera vez jugaban dos cuadros chicos en el Estadio Centenario para una obra benéfica.
Emilio, así se llamaba mi abuelo, había venido de Durazno hacía unos meses, dejando atrás su campo y sus animales. Mi tía Olga de niña tuvo una enfermedad gravísima llamada meningitis y Montevideo era la única posibilidad de sobrevida. Así que había resignado la tierra por el asfalto, el caballo por el ómnibus y el usted por el che vos.
Mi abuelo nunca había visto un partido de futbol, y aquel estaba más aburrido que choque de tortugas, ya que al decir de él no se echaban ningún gol. Mi viejo se armó de paciencia y le explicó que era un buen partido, que ambos equipos eran parejos y otros lugares comunes más. Por otra parte le indicó que los que tenían que hacer un gol eran los que le pegaban para allá, para el lado de la Ámsterdam. A mi abuelo nada lo convencía. Terminó el primer tiempo y al poco rato de empezado el segundo, gol de Progreso. Mi abuelo gritó como un loco y mi viejo para que no lo mataran gritó también. Claro, mi abuelo no sabía que cambiaban de arco.
El partido terminó 1 a 1.
Gritaron un gol de cada equipo.
Se tomaron la primera copa juntos y rieron toda la noche.
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