domingo

NICOLÁS MAQUIAVELO - EL PRÍNCIPE (4)



INTRODUCCIÓN

CAPITULO III (1)

De los principados mixtos
Se hallan las dificultades en el principado mixto; y primeramente, si él no es enteramente nuevo, y que no es más que un miembro añadido a un principado antiguo que ya se posee, y que por su reunión puede llamarse, en algún modo, un principado mixto, sus dificultades dimanan de una dificultad que es conforme con la naturaleza de todos los principados nuevos. Consiste ella en que los hombres que mudan gustosos de señor con la esperanza de mejorar su suerte (en lo que van errados), y que, con esta loca esperanza, se han armado contra el que los gobernaba, para tomar otro, no tardan en convencerse por la experiencia, de que su condición se ha empeorado. Esto proviene de la necesidad en que aquel que es un nuevo príncipe, se halla natural y comúnmente de ofender a sus nuevos súbditos, ya con tropas, ya con una infinidad de otros procedimientos molestos que el acto de su nueva adquisición llevaba consigo.
Con ello te hallas tener por enemigos todos aquellos a quienes has ofendido al ocupar este principado, y no puedes conservarte por amigos a los que te colocaron en él, a causa de que no es posible satisfacer su ambición hasta el grado que ellos se habían lisonjeado; ni hacer uso de medios rigurosos para reprimirlos, en atención a las obligaciones que ellos se hicieron contraer con respecto a sí mismos. Por más fuerte que un príncipe fuera con sus ejércitos, tuvo siempre necesidad del favor de una parte a lo menos de los habitantes de la provincia, para entrar en ella. He aquí por qué Luis XII, después de haber ocupado Milán con facilidad, le perdió inmediatamente; y no hubo necesidad para quitárselo, esta primera vez, más que de las fuerzas de Ludovico; porque los milaneses, que habían abierto sus puertas al rey, se vieron desengañados de su confianza en los favores de su gobierno, y de la esperanza que habían concebido para lo venidero, y no podían ya soportar el disgusto de tener un nuevo príncipe.
Es mucha verdad que al recuperar Luis XII por segunda vez los países que se habían rebelado, no se los dejó quitar tan fácilmente, porque prevaleciéndose la sublevación anterior, fue menos reservado en los medios de consolidarse. Castigó a los culpables, quitó el velo a los sospechosos y fortificó las partes más débiles de su anterior gobierno.
Si, para hacer perder Milán al rey de Francia la primera vez, no hubiera sido menester más que la terrible llegada del Duque Ludovico hacia los confines del Milanesado, fue necesario para hacérselo perder la segunda que se armasen todos contra él, y que sus ejércitos fuesen arrojados de Italia, o destruidos.
Sin embargo, tanto la segunda como la primera vez, se le quitó el Estado de Milán. Se han visto los motivos de la primera pérdida suya que él hizo, y nos resta conocer los de la segunda, y decir los medios que él tenía, y que podía tener cualquiera que se hallara en el mismo caso, para mantenerse en su conquista mejor que lo hizo.
Comenzaré estableciendo una distinción: o estos Estados que, nuevamente adquiridos, se reúnen con un Estado ocupado mucho tiempo hace por el que los ha conseguido se hallan ser de la misma provincia, tener la misma lengua, o esto no sucede así.
Cuando ellos son de la primera especie, hay suma facilidad en conservarlos, especialmente cuando no están habituados a vivir libres en república. Para poseerlos seguramente, basta haber extinguido la descendencia del príncipe que reinaba en ellos; porque en lo restante, conservándoles sus antiguos estatutos, y no siendo allí las costumbres diferentes de las del pueblo a que los reúnen, permanecen sosegados, como lo estuvieron la Borgoña, Bretaña, Gascuña y Normandía, que fueron reunidos a la Francia, mucho tiempo hace. Aunque hay, entre ellas, alguna diferencia de lenguaje, las costumbres, sin embargo, se asemejan allí estas diferentes provincias pueden vivir, no obstante, en buena armonía.
En cuanto al que hace semejantes adquisiciones, si él quiere conservarlas, le son necesarias dos cosas: la una, que se extinga el linaje del príncipe que poseía estos Estados; la otra, que el príncipe que es nuevo no altere sus leyes, ni aumente los impuestos. Con ello, en brevísimo tiempo, estos nuevos Estados pasarán a formar un solo cuerpo con el antiguo suyo.
Pero cuando se adquieren algunos Estados en un país que se diferencia en las lenguas, costumbres y constitución, se hallan entonces las dificultades; y es menester tener bien propicia la fortuna, y una suma industria, para conservarlos. Unos de los mejores y más eficaces medios a este efecto, sería que el que la adquiere fuera residir en ellos; los poseería entonces del modo más seguro y durable, como lo hizo el Turco con respecto a la Grecia. A pesar de todos los demás medios de que se valía para conservarla, no lo hubiera logrado, si no hubiera ido allí a establecer su residencia.
Cuando el príncipe reside en este nuevo Estado, si se manifiestan allí desórdenes, puede reprimirlos muy prontamente; en vez de que si reside en otra parte, y que los desórdenes no son de gravedad, no hay remedio ya.
Cuando permaneces allí, no es desojada la provincia por la codicia de los empleados; y los súbditos se alegran más de poder recurrir a un príncipe que está cerca de ellos, que no a un príncipe distante que le vería como extraño; tienen ellos más ocasiones de cogerle amor, si quieren ser buenos; y temor, si quieren ser malos. Por otra parte, el extranjero que hubiera apetecido atacar este Estado, tendrá más dificultad para determinarse a ello. Así, pues, residiendo el príncipe en él, no podrá perderle, sin que se experimente una suma dificultad para quitársele.
El mejor medio, después del precedente, consiste en enviar algunas colonias a uno o dos parajes que sean como la llave de este nuevo Estado; a falta de lo cual será preciso tener allí mucha caballería e infantería. Formando el príncipe semejantes colonias, no se empeña en sumos dispendios; porque aun sin hacerlos, o haciéndolos escasos, las envía y mantiene allí. En ello no ofende más que a algunos de cuyos campos y cosas se apodera para darlos a los nuevos moradores, que no componen, todo bien considerado, más que una cortísima parte de este Estado; y quedando dispersos y pobres aquellos a quienes ha ofendido, no pueden perjudicarle nunca. Todos los demás que no han recibido ninguna ofensa en sus personas y bienes, se apaciguan fácilmente, y son temerosamente atentos a no hacer faltas, a fin de que no les acaezca el ser despojados como los otros. De lo cual es menester concluir que estas colonias que no cuestan nada o casi nada, son más fieles y perjudican menos; y que hallándose pobres y dispersos los ofendidos, no pueden perjudicar, como ya he dicho.
Debe notarse que los hombres quieren ser acariciados o reprimidos, y que se vengan de las ofensas cuando son ligeras. No pueden hacerlo cuando ellas son graves; así, pues, la ofensa que se hace a un hombre debe ser tal que se inhabilite para hacerlos temer su venganza.

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