CAPÍTULO 9
La vuelta a casa: El regreso a sí misma
La prolongación excesiva de la estancia (7)
La liberación, la inmersión (5)
La práctica de la soledad deliberada
En medio de las grises brumas del amanecer, el niño ya crecido se arrodilla en una roca marina y mantiene una conversación nada menos que con la mujer foca. Esta deliberada práctica cotidiana de la soledad y de la comunicación le permite permanecer decisivamente cerca de casa no sólo sumergiéndose hasta el lugar del alma durante períodos de tiempo más prolongados sino también y sobre todo llamando al alma al mundo de arriba durante breves períodos.
Para poder conversar con lo femenino salvaje una mujer tiene que abandonar transitoriamente el mundo y sumirse en un estado de soledad en el sentido más antiguo de la palabra. Hace tiempo, el adjetivo inglés alone (solo), equivalía a dos palabras: all one (20), es decir, "todo uno". Ser todo uno significaba ser una unidad total, una unicidad, tanto con carácter esencial como transitorio. Éste es precisamente el objetivo de la soledad, ser totalmente uno mismo. Es la mejor cura para el estado de extremo cansancio tan habitual en las mujeres modernas, el que las induce a "saltar a la grupa de su caballo y lanzarse al galope en todas direcciones".
La soledad no es ausencia de energía o acción tal como algunos creen, sino una abundancia de provisiones salvajes que el alma nos transmite. En tiempos antiguos, tal como sabemos a través de los escritos de los médicos-sanadores religiosos y místicos, la soledad deliberada era no sólo paliativa sino también preventiva.
Se utilizaba para curar la fatiga y prevenir el cansancio. También se usaba como oráculo como medio para escuchar el yo interior y pedirle unos consejos y una guía imposibles de escuchar en medio del estruendo de la vida cotidiana. Las mujeres de la antigüedad y las modernas aborígenes solían crear un lugar sagrado para esta clase de comunión y búsqueda. Dicen que tradicionalmente se establecía durante el período menstrual de las mujeres, pues en estos días una mujer vive mucho más cerca de su propio conocimiento que de costumbre; el espesor de la membrana que separa la mente inconciente de la conciente se reduce considerablemente. Los sentimientos, los recuerdos, las sensaciones que normalmente están bloqueados penetran en la conciencia sin ninguna dificultad.
Si una mujer se adentra en la soledad en este período, tiene más material para examinar. No obstante, en mis intercambios con las mujeres de las tribus de Norte, Centro y Sudamérica así como con las de algunas tribus eslavas, descubro que los "lugares femeninos" se utilizaban en cualquier momento y no sólo durante la menstruación; más aún, cada mujer disponía de su propio "lugar femenino", el cual consistía a menudo en un determinado árbol o punto de la orilla del río o en algún espacio de un bosque o un desierto natural o una gruta marina.
Mi experiencia en el análisis de las mujeres me lleva a pensar que buena parte de los trastornos premenstruales de las mujeres modernas no es sólo un síndrome físico sino también una consecuencia de su necesidad insatisfecha de dedicar el tiempo suficiente a revitalizarse y renovarse (21).
Siempre me río cuando alguien menciona a los primeros antropólogos, según los cuales en muchas tribus las mujeres que menstruaban se consideraban "impuras" y eran obligadas a alejarse del poblado hasta que "terminaban". Todas las mujeres saben que, aunque hubiera un forzoso exilio ritual de este tipo, cada una de ellas sin excepción, al llegar este momento, abandonaba la aldea con la cabeza tristemente inclinada, por lo menos hasta que se perdía de vista, y después rompía repentinamente a bailar y se pasaba el resto del camino muerta de risa.
Como en el cuento, si practicamos habitualmente la soledad deliberada, favorecemos nuestra conversación con el alma salvaje que se acerca a nuestra orilla. Y lo hacemos no sólo para "estar cerca" de la naturaleza salvaje del alma sino también, como en la mística tradición de tiempos inmemoriales, para hacer preguntas y para que el alma nos aconseje.
¿Cómo se evoca el alma? Hay muchas maneras: por medio de la meditación o con los ritmos de la carrera, el tambor, el canto, la escritura, la composición musical, las visiones hermosas, la plegaria, la contemplación, el rito y los rituales, el silencio e incluso los estados de ánimo y las ideas que nos fascinan. Todas estas cosas son llamadas psíquicas que hacen salir el alma de su morada.
No obstante, yo soy partidaria de los métodos que no requieren ningún accesorio y que se pueden poner en práctica tanto en un minuto como en un día entero. Lo cual exige la utilización de la mente para evocar el yo del alma. Todo el mundo está familiarizado por lo menos con un estado mental en el que puede alcanzar esta clase de soledad. En mi caso, la soledad es algo así como un bosque plegable que llevo conmigo dondequiera que voy y que extiendo a mi alrededor cuando lo necesito. Allí me siento bajo los viejos y grandes árboles de mi infancia.
Desde esta posición estratégica hago mis preguntas, recibo las respuestas y después reduzco de nuevo mi bosque al tamaño de un billetito amoroso hasta la próxima vez. La experiencia es inmediata, breve e informativa. En realidad, lo único que hace falta para alcanzar una soledad deliberada es la capacidad para desconectarse de las distracciones. Una mujer puede aprender a aislarse de otras personas, ruidos y conversaciones, aunque se encuentre en medio de las discusiones de un consejo de administración, aunque la persiga la idea de que tiene que limpiar una casa que está patas arriba, aunque esté rodeada de ochenta locuaces parientes que se pasan tres días peleándose, cantando y bailando en un velatorio. Cualquier persona que conozca lo que es la adolescencia sabe muy bien cómo desconectar. Si ha sido usted madre de un niño insomne de dos años sabe muy bien cómo alcanzar la soledad deliberada. No es difícil de hacer. Lo que cuesta es acordarse de hacerlo.
Aunque probablemente todas preferiríamos visitar nuestro hogar de una manera más prolongada, marcharnos sin que nadie supiera dónde estamos y regresar mucho después, también es útil practicar la soledad en una sala ocupada por mil personas. Puede resultar raro al principio, pero lo cierto es que las personas conversan constantemente con el alma. Sin embargo, en lugar de entrar en este estado de una forma conciente, muchas caen en él de golpe a través de un ensueño o "estallan" de repente y se "encuentran" en él sin más.
Pero, puesto que normalmente se considera una circunstancia desafortunada, hemos aprendido a camuflar este intervalo de comunicación espiritual designándolo con términos mundanos tales como "hablar con una misma", estar "perdida en los propios pensamientos", tener "la mirada perdida en la distancia" o "pensar en las musarañas". Muchos segmentos de nuestra cultura nos inculcan este lenguaje eufemístico, pues por desgracia ya en la infancia se nos enseña a avergonzarnos si nos sorprenden conversando con el alma, sobre todo, en ambientes tan pedestres como el lugar de trabajo o la escuela.
En cierto modo, el mundo educativo y empresarial considera que el tiempo que una persona pasa siendo "ella misma" es improductivo cuando, en realidad, es el más fecundo. El alma salvaje canaliza las ideas hacia nuestra imaginación, donde nosotras las clasificamos para decidir cuáles de ellas pondremos en práctica y cuáles son más aplicables y fructíferas. La unión con el alma nos hace brillar de resplandor espiritual y nos induce a afirmar nuestras cualidades cualesquiera que estas sean. Esta breve e incluso momentánea unión deliberada nos ayuda a vivir nuestras vidas interiores de tal forma que, en lugar de enterrarlas en el autotrastocamiento de la vergüenza, el temor a la represalia o al ataque, el letargo, la complacencia u otras reflexiones y excusas limitadoras, dejemos que nuestras vidas interiores se agiten, se enciendan y ardan en el exterior para que todo el mundo las vea.
Por consiguiente, aparte del hecho de adquirir información acerca de cualquier cosa que deseemos examinar, la soledad nos puede servir para evaluar qué tal lo estamos haciendo en cualquier esfera que elijamos. En una fase más temprana del cuento vimos que el niño permanecía siete días y noches bajo el mar, lo cual constituye un aprendizaje de uno de los ciclos más antiguos de la naturaleza.
El siete se considera a menudo un número femenino, un número místico que representa la división del ciclo lunar en cuatro fases equivalentes al ciclo menstrual. El cuarto creciente, la luna llena, el cuarto menguante y la luna nueva. En las antiguas tradiciones étnicas femeninas, en la fase de la luna llena se tenía que analizar la propia situación: el estado de las amistades, de la vida hogareña, del compañero y de los hijos.
Nosotras también podemos hacerlo durante nuestra fase de soledad, pues es entonces cuando reunimos todos los aspectos del yo en un momento determinado, los sondeamos y les preguntamos, para descubrir qué desean ellos / nosotros / el alma en aquel momento y, a ser posible, buscarlo. De esta manera tanteamos nuestra situación presente. Hay muchos aspectos de nuestra vida que tenemos que evaluar con carácter continuado: el hábitat, el trabajo, la vida creativa, la familia, la pareja, los hijos, el padre / la madre, la sexualidad, la vida espiritual, etc.
La medida utilizada en la valoración es muy sencilla: ¿qué es lo que necesita más? Y: ¿qué es lo que necesita menos? Preguntarnos desde el yo instintivo, no con una lógica formal, no a la manera del ego sino a la manera de la Mujer Salvaje, qué trabajo, ajustes, flexibilizaciones o acentuaciones se tienen que hacer. ¿Seguimos todavía el rumbo que debemos seguir en espíritu y en alma?
¿Se nos nota por fuera vida interior? ¿Qué tenemos que entablillar, proteger, lastrar o aligerar? ¿Qué tenemos que desechar, mover o cambiar? Tras un período de práctica, el efecto acumulativo de la soledad deliberada empieza a actuar como un sistema respiratorio de vital importancia, un ritmo natural de adición de conocimientos, introducción de pequeños ajustes y repetida eliminación de lo que ya no sirve. Se trata de algo no sólo poderoso sino también pragmático, pues la soledad ocupa un lugar muy bajo en la cadena alimenticia; aunque la intención y el seguimiento cuestan un poco, es algo que se puede hacer en cualquier lugar y momento. Con el tiempo y con la práctica, empezarás a formular espontáneamente preguntas al alma. Algunas veces sólo tendrás una pregunta. Otras veces no tendrás ninguna y sólo querrás descansar en la roca cerca del alma y respirar con ella.
Notas
(20) Diccionario Inglés de Oxford.
(21) Las mujeres suelen tomarse el tiempo necesario para responder a las crisis de la salud física, sobre todo de la salud de los demás, pero olvidan dedicar un tiempo de mantenimiento a su relación con la propia alma. Normalmente no comprenden que el alma es el magneto, el generador central de su animación y su energía. Muchas mujeres tratan su relación con el alma como si ésta no fuera un instrumento extremadamente importante que, como todos los instrumentos valiosos, necesita protección, limpieza, lubrificación y reparación. De lo contrario, lo mismo que ocurre con un automóvil, la relación se deteriora, se produce una desaceleración en la vida cotidiana de la mujer, esta tiene que gastar grandes cantidades de energía para llevar a cabo las tareas más sencillas y, finalmente, sufre una grave avería lejos de la ciudad o de un teléfono. Y entonces tiene que emprender a pie el largo y fatigoso camino de regreso a casa.
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