martes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS


TERCERA PARTE
                                                                                              

"EL BÚFALO".
                                            

29. INTERMEDIARIOS HACIA EL OTRO LADO (2)

Necesitada de apoyo, volé a San Diego por un día para consultar con Salem. Él me proporcionó toda la comprensión y la compasión que tanto necesitaba y la orientación que esperaba.

-¿Qué te parecería tener tu propio centro de curación en lo alto de alguna montaña de por aquí? preguntó.

-Naturalmente, respondí que me encantaría.

-Así será entonces -dijo.

Hice otro viaje a mi casa diseñada por Frank Lloyd Wright de Flossmoor, donde dije mis adioses, trabajé una última vez en mi cocina y llorando acomodé a Barbara en su cama. Después me trasladé a mi nuevo hogar, una caravana, en Escondido. Sería difícil comenzar de nuevo a los cincuenta años, incluso para una persona como yo que tenía las respuestas a los grandes interrogantes de la vida. Mi caravana era demasiado pequeña para contener mis libros o siquiera un sillón cómodo. Pocos amigos se presentaron a ayudarme. Me sentí sola, aislada y abandonada.

Poco a poco el buen tiempo resultó ser mi salvación, ya que me hizo salir al saludable aire libre. Me dediqué a hacer una huerta y daba largos paseos contemplativos por el bosque de eucaliptos. La amistad de los B. aliviaba mi soledad y me estimulaba a mirar hacia el futuro. Pasados uno o dos meses comencé a recobrar el dinamismo. Compré una preciosa casita provista de un soleado porche con vistas a una hermosa pradera, con mucho espacio para mis libros y una colina que cubrí de flores silvestres.

Habiendo recobrado las ganas de trabajar, comencé a hacer planes para crear mi propio centro de curación. Cuando el proyecto comenzó a materializarse, traté de encontrarle sentido a ese extraño giro de los acontecimientos que había puesto fin a mi matrimonio y me había llevado al otro lado del país, donde estaba a punto de embarcarme en la empresa más osada de mi vida. No logré comprenderlo. Sin embargo, rne recordé a mí misma que la casualidad no existe. Ya me sentía mejor y podía volver a ayudar a otras personas.

Gracias a las indicaciones de Salem encontré el lugar perfecto para construir el centro: dieciséis hectáreas en las laderas junto al lago Wohlfert con una preciosa vista. Cuando estaba visitando la propiedad una mariposa monarca se me posó en el brazo; considerándolo una señal para que no continuara buscando, exclamé: "Éste es el lugar idóneo para construir." Pero no iba a ser fácil, cosa que descubrí cuando solicité un préstamo. Dado que Manny había manejado siempre todo nuestro dinero, ante los bancos yo no tenía solvencia que garantizara un crédito. Aunque mis charlas me proporcionaban buenos ingresos, nadie quiso concederme un préstamo. Esa estupidez casi me impulsó a militar en el movimiento feminista.

Pero mi tozudez y falta de sentido comercial ganaron la partida. A cambio de la casa de Flossmoor, de todos los muebles y de que yo pagara 250 dólares mensuales para contribuir al mantenimiento de Barbara, Manny accedió a adquirir el centro por 250.000 dólares y a alquilármelo.

Pronto empecé a dirigir seminarios mensuales de una semana para estudiantes de medicina y enfermería, enfermos terminales y sus familiares; el objetivo era ayudarlos a hacer frente a la vida, la muerte y la transición entre ambas de una manera más sana y sincera.

Tenía una larga lista de espera para los seminarios-talleres, en cada uno de los cuales había cabida para cuarenta personas. Deseosa de sanar a las personas en todos los aspectos de la vida, les pedí a mis más íntimos confidentes y defensores, los B., que aportaran sus ideas al proyecto.

Aunque ellos no habían hecho ninguna aportación financiera, los trataba como a socios. Martha supervisaba las clases de psicodrama, y demostró tener verdadero talento para inventar ejercicios destinados a que los asistentes expresaran la rabia y el miedo reprimidos, fruto de vivencias anteriores. Pero las sesiones de mediación con los espíritus dirigidas por su marido continuaron siendo las más impresionantes.

Este tenía una enorme capacidad mediadora y un carisma natural. El núcleo principal de seguidores de su iglesia continuó apoyándole de un modo incondicional. Pero como cada vez asistía a las sesiones un mayor número de personas ajenas al grupo, en ocasiones B. tenía que rechazar la acusación de que su mediación era un truco. El respondía a esas insinuaciones haciendo una sana advertencia: si alguien encendía las luces mientras él estaba en trance, podía hacer daño a los espíritus, y muy posiblemente a él mismo. Sin embargo, una vez, cuando estaba convocando a una entidad llamada Willie, una mujer encendió las luces. La visión fue inolvidable: B. estaba totalmente desnudo.

Todos los presentes pensaron aterrados que quizás el bienestar de Wilhe corría peligro, sin embargo B. siguió en trance y sólo después les explicó que la desnudez era su método para que los espíritus se materializaran a través de él; no había nada de qué preocuparse.

Yo tenía mis dudas respecto a un guía llamado Pedro. No sé por qué, pero un sexto sentido en el cual había aprendido a confiar me decía que podría ser un impostor. Para cerciorarme, la vez siguiente que apareció ese espíritu le hice preguntas que sólo un genio podía contestar, cosas que yo sabía que B. ignoraba. Pedro no sólo las contestó sin vacilar, sino que además montó en un caballo de madera que se utilizaba en los talleres de psicodrama, bromeó diciendo que yo era demasiado alta para él, desapareció, y pasado un momento volvió con unos 15 cm más de altura. Me miró y me dijo: "¿Sabes?, sé que dudas de mí."

Después de eso ya no dudé respecto a la credibilidad de Pedro. Se mostraba en plena forma fuera de los seminarios, cuando solamente estaba reunido el antiguo grupo. En esas sesiones intimaba más con cada persona y le daba consejos sobre sus problemas personales. "Lo has tenido difícil, Isabel, pero no tenías otra alternativa." Con todo y ser de gran ayuda, noté que Pedro iba adoptando una actitud pesimista. Advirtió que en el futuro se producirían cambios que dividirían el grupo y pondrían en cuestión la credibilidad de B. "Cada uno deberá decidir por sí mismo", explicaba.

Después yo comprendería que se refería a los rumores que corrían sobre cosas extrañas, a veces sobre abusos sexuales, que ocurrían en la sala oscura, de los que yo no estaba al corriente. Viajaba tanto que por lo general los rumores no llegaban a mis oídos. En cuanto al futuro, no me preocupaba, puesto que llegaría me gustara o no, pero me pareció que Pedro me preparaba a mí más que a nadie para un cambio.

-El libre albedrío es el mayor regalo que recibió el hombre al nacer en el planeta Tierra -decía-. En todo momento debemos escoger entre varias posibilidades, en lo que decimos, hacemos y pensamos, y todas las elecciones son terriblemente importantes. Cada una afecta a todas las formas de vida del planeta.

Aunque yo no entendía las razones que guiaban esas declaraciones, aprendí a aceptarlas. Los guías sólo dan conocimiento; de mí dependía, como de cada uno de los demás, decidir la manera de utilizarlo. Hasta ese momento, eso me había beneficiado.

-Gracias, Isabel -me dijo Pedro hincando una rodilla en el suelo delante de mí-. Gracias por aceptar tu destino.

Me pregunté cuál sería ese destino.

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