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Corría el año 1975. Se estrenaba la película Pantaleón y las visitadoras sobre novela de Vargas Llosa, Anatoly Karpov destronaba a Bbby Fisher en ajedrez y el Oscar a mejor actor se lo llevaba Jack Nicholson por su actuación Algien voló sobre el nido del cuco. Franco, maldito cuco, se iba al infierno y Gabriel García Márquez publicaba El otoño del patriarca.
Yo tenía 17 años y jugaba al futbol. Jugaba en el Liverpool Fútbol Club y era muy feliz.
Era invierno, la lluvia había hecho estragos en los potreros y debido a una gripe monumental había perdido muchos entrenamientos. En esa época, recuerdo que la cura más accesible era el té con limón, miel y cama y más cama.
Me aburría muchísimo. Me salvaba mi vieja que traía del trabajo revistas y suplementos de todo tipo. Leía vorazmente lo que me llegaba a las manos, una, dos y hasta tres veces. No teníamos tele y la radio era la única manera de acceder al mundo.
Finalizando julio las nubes nos dieron un respiro, así que aquel lunes me levanté, preparé el bolso y me fui a la cancha. Había bajado en musculatura (si es que alguna vez tuve), y estaba lento. Corrí un par de vueltas a la cancha y peloteé un rato. Mis piernas parecían un par de tubos de gelatina.
Don Luis no lo pensó dos veces antes de mandarme a la cuarta división. Pero como me dijo mi viejo aquel día: Ajo y agua mijo, a joderse y aguantarse.
Entrené y jugué como nunca, hice varios goles y hasta salí en la portada del diario del barrio. Don Luis seguía sin llamarme para jugar en la tercera.
Me sentí ofendido, así que después de varias semanas de esfuerzo finalmente me ajusté los machos y me presenté a la práctica de reserva sin que me lo pidieran, me paré frente a Don Luis pisando la pelota contra el pasto y le pregunté:
¿Por qué me bajó a la cuarta división?
Porque sos demasiado bueno para jugar en la quinta.
Yo tenía 17 años y jugaba al futbol.
Jugaba en el Liverpool Fútbol Club.
El de la calle Julián Laguna.
Y era muy feliz.
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