jueves

ALBERTO METHOL FERRÉ - LOS ESTADOS CONTINENTALES Y EL MERCOSUR


VIGESIMOPRIMERA ENTREGA

CAPÍTULO 3

Los Estados-Nación Industriales (2)

a) El Estado-Nación, gozne de la sociedad agraria a la industrial (1)

Estas son solo algunas aclaraciones previas, para entrar en historia tan compleja sin demasiados presupuestos oscuros por excesivamente implícitos. La claridad exige lo más explícito posible.
Las más diversas perspectivas de la historia universal reconocen la existencia de un movimiento global de sociedades agrarias a sociedades industriales. Esta visión evolutiva en sus términos más generales es propiedad común de las más diferentes filosofías de la historia y sociologías. La misma sociología sabe que su nacimiento está justamente en la transición de lo agrario a lo industrial en el siglo xix. Este vasto y complejo movimiento de lo agrario-urbano a lo urbano-industrial anima los enfoques de Comte y Spencer, de Marx a Teilhard de Chardin. Alcanza hasta los oleajes más recientes de Marshall Mac Luhan y Alvin Toffler.
Gozne del pasaje agrario-urbano a urbano-industrial ha sido el Estado-Nación, que desde la civilización europea de los siglos xviii y xix se ha ido planetarizando para atravesar los pasajes de la antigüedad agraria a la modernidad industrial de los más distintos y múltiples círculos culturales no occidentales. De hecho, es el Estado-Nación el ámbito que preside el tránsito a las grandes sociedades industriales, por lo menos en la primera instancia. Un tránsito múltiple, complejo, contingente, que hace del Estado-Nación algo tan aparentemente proteico y variado. Así, los Estados-Nación han sido un surgimiento o invento histórico bien reciente, de apenas dos siglos, que sigue proliferando en unas zonas, en tanto que en otras parece estar en un momento de crisis, no se sabe si de transformación o desaparición.
En los últimos veinte años se ha intensificado mucho el estudio de los nacionalismos y de los Estados-Nación. Y como es obvio abundan más los productos mediocres que los buenos. A nuestro criterio, Ernest Gellner en uno de los que ve más claramente esa inserción y papel del Estado-Nación en el gozne de la sociedad agrario-urbana a la industrial. Tomemos pues la referencia de una obra de Gellner,[2]como apoyo a dos o tres esclarecimientos básicos. Gellner tiene supuestos filosóficos que no compartimos, pero no que vulneran las observaciones que ahora nos importan.
No toda sociedad agraria ha tenido Estado. Este aparece como aparato especializado en la mantención del orden en una sociedad de cierta complejidad, cuando ya el excedente agrario ha permitido el nacimiento de las ciudades, y éstas el alfabeto o la escritura. En la era agraria el alfabeto es sólo patrimonio de pocos. Dice Gellner:
En el Estado agrario alfabetizado tipo, la clase dirigente está formada por una pequeña minoría de la población estrictamente separada de la gran mayoría de productores agrícolas directos o campesinos. En términos generales, su ideología, más que atemperar, acentúa la desigualdad de clase y el grado de alejamiento del estrato dirigente. Este a su vez, puede subdividirse en cierto número de capas más especializadas: guerreros, sacerdotes, clérigos, administradores, ciudadanos. Algunas de estas capas (el clero Cristiano por ejemplo) pueden no ser hereditarias y pasar una tría en cada generación, aunque los estratos hereditarios tengan la posibilidad de vigilar atentamente ese reclutamiento. Sin embargo, el punto más importante es el siguiente: el estrato dirigente, tanto en general como para los diferentes subestratos que alberga, hace hincapié, más que en la homogeneidad, en la diferenciación cultural. Cuanto más diferenciados estén los diversos estratos en toda clase de detalles, menos fricción y ambigüedad habrá entre ellos. Todo el sistema propicia una división cultural en series horizontales. A fin de fortalecer la diferenciación y darle autoridad y persistencia se atribuyen diferencias genéticas y culturales a lo que en realidad no es más que estratos diferenciados por su función. […] Debajo de la minoría horizontalmente estratificada que está en la cúspide existe otro mundo, el de las pequeñas comunidades separadas entre sí verticalmente que forman los miembros legos de la sociedad. En este caso la diferenciación cultural está también muy marcada, pero las causas son muy diferentes. Atadas a la región por necesidad económica, cuando no por prescripción política, las pequeñas comunidades campesinas suelen llevar una existencia vuelta hacia sí mismas... enseguida cierta deriva cultural engendra diferencias dialectales y de otros tipos. Nadie o casi nadie tienen interés en promover la homogeneidad cultural en este nivel social. Las preocupaciones del Estado no van más allá de recaudar impuestos y mantener la paz, y no tiene ningún interés en promover la comunicación entre las comunidades verticales que le están subordinadas (pp. 23-24).
Esto puede sintetizarse así:
Las culturas desarrolladas agrarias eran realización minoritaria de especialistas privilegiados, y se distinguían de las culturas populares mayoritarias fragmentadas y descodificadas sobre las que prevalecían y lucharon por dominar” (p. 180). La sociedad productora de alimentos era ante todo una sociedad que permitía a algunos hombres no ser productores de comida, pero que obligaba a la mayoría de ellos a serlo. La sociedad industrial ha logrado acabar con esta necesidad (p. 179).
Pasemos entonces al otro polo, el industrial:
La humanidad está irremisiblemente entregada a la sociedad industrial y, por tanto a una sociedad con un sistema productivo basado en la acumulación de ciencia y tecnología (p. 59). La era industrial heredó tanto las unidades políticas como las culturas, desarrolladas y no desarrolladas, de la era anterior. No había ninguna razón para que hubieran de fundirse súbitamente en una sola, pero sí las había —y buenas— para que no fuera así: el industrialismo no llegó a todas partes del mundo al mismo tiempo y tampoco de la misma forma (p. 74). Visionarios y comentaristas, tanto de izquierda como de derecha, auguraron a menudo el internacionalismo, pero en realidad advino todo lo contrario: la era del nacionalismo. (p. 75).
Notas
[2]Ernest Gellner, Naciones y nacionalismos, Madrid, Alianza, 1988. Las siguientes citas de Gellner corresponden a esta edición y solo llevan entre paréntesis el número de página.

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