No me agrada subrayar, en la trayectoria de un artista, aquellos aspectos de su vida que mueven a compasión o lástima. La crítica romántica abundó en este efecto y algunos críticos nuestros de renombre, pese a su desdén por la crítica romántica, cometieron el mismo exceso -acaso con la buena intención de atraer la atención del lector- con aquellos aspectos, patéticos o sufrientes de la vida de Pedro Piccatto. No siempre importa demasiado penetrar en el diario vivir del artista; seguir sus pasos, acecharlo en múltiples reflejos. La vida es tan varia como Montaigne la concibió. Podríamos fácilmente perdernos en fantasmas, en callejones sin salida, y de eso a inventar cosas, relaciones y reflejos entre vida y obra, sólo nos resta un paso. Advierto que señalé mis dudas para esa forma de analizar la obra de un artista, como una teoría, como una generalización. Porque hay casos y casos. Hay artistas, como este poeta montevideano, Pedro Piccatto, nacido el 8 de agosto de 1909 y muerto el 26 de febrero de 1944, que moverían a reconocer que, a veces, ese método vida-obra es pertinente; es más, parecería imprescindible para una real localización del artista, para comprender su tema.
Por eso creemos conveniente aportar algunos datos, por desgracia someros, de lo que fue la vida de Piccatto, registrada livianamente por algunos de sus amigos escritores en páginas que no han trascendido, pese a la insistencia fraterna de su amigo entrañable, el poeta Líber Falco, y alguna página suelta de Mario Arregui, Arturo Sergio Visca o Domingo Bordoli en diarios y revistas desaparecidas. Verdad es que algo recuperamos de su imagen en el libro “36 años de poesía uruguaya” (Editorial Alfa, 1967) obra de Alejandro Paternain. Aún así, para las jóvenes generaciones (y acaso para muchos más) el nombre de Pedro Piccatto poco dice. Que contribuya en alguno a su conocimiento o re conocimiento, es la intención manifiesta de este trabajo.
De niño, Pedro Piccatto sufre un accidente y se fractura la columna vertebral. De ello arrastrará para el resto de su corta existencia una deformidad física alienante: una doble joroba de pecho y espalda; esa doble marcha del infortunio aparece y reaparece en su vida cotidiana y en su poesía, con manifestaciones muy distintas (o aparentemente muy distintas): Piccatto en tertulias literarias y reuniones cívicas asumirá –según sus biógrafos– una actitud belicosa; fue un duro antagonista, casi siempre en temas de arte o política. Llegaba y se iba de esas reuniones casi mágicamente. Estaba y ya no estaba. Vivía en una lejana casa “en el desconocido paradero de un ómnibus que se perdía por irreales calles no vistas: llegaba al café con la infrecuencia y la irregularidad del que reaparece...” (dice Arregui en su libro “Líber Falco” – Editorial Arca, 1964).
Físicamente era un hombre pequeño y delgado. Un rostro de huesos marcados, pelo rubio oscuro, ojos “acerados de mirada recta y firme” (op.cit.). Pero nada ayuda más a comprender a este hombre doloroso que las palabras de su amigo Líber Falco:
“Había que conocer bien a aquel ser que se llamó Pedro Piccatto, amarlo y comprenderlo para no atribuir a un resentimiento excluyente algunas de sus inusitadas violencias. Es que algo más había en él. Algo más hondo, y que dignificaba a esa criatura desvalida que es un hombre. Había seguramente esa angustia última que tras una desmedida disconformidad con la condición humana suele quedar sin resolución, afincándose dolorosa y definitivamente en el espíritu. Empero, la poesía de Piccatto muestra una velada esperanza cuando, como un ‘duende fino’, el poeta convoca a sus transidos ángeles y a sus claras palomas. Yo creo que sus poemas muestran acabadamente la experiencia de un alma solitaria que buscó trascender los elementos de toda una vida para juntarlos ahí donde podían serle más fieles: en la poesía. Y recuerdo cierta vez en que le oí decir –sin jactancia y sin queja alguna– que a no ser por la poesía, su vida no tenía objeto.”
Esto dijo Líber Falco, y poco más podría agregársele a la profunda imagen que de su amigo y poeta nos dejó. Pero decíamos que la deformidad marca su existencia de doble manera. Ya lo mostramos en la tertulia o el café, beligerante casi siempre. Pero la otra imagen de Piccatto, y la más valedera para nosotros, se desprende de su poesía, de ese libro “Poemas del ángel amargo” que publica en 1937 y de la Antología que sus amigos editan en 1944 bajo el título de “Las Anticipaciones”. Creímos descubrir tres vías en su obra por donde se manifiesta su dolido ser: la más explícita, en el paraíso artificial, la vía de evasión a través de un entorno encantado donde ángeles y sirenas, rosas y girasoles de un permanente jardín reclaman la “intimidad” del poeta; paraíso (y jardín real cuidado con afecto por Piccatto) al que llama en un poema de su primer libro: “Umbral de la belleza / y camino para todas las alas...”
La mención de la palabra “Alas” plantea una de las constantes de su poesía. Obsérvese qué delicada trasmutación de su quebrantado físico cuando habla de “un ala”, así, en singular. Es una imagen hermosa y siniestra a la vez de su joroba: “Ah, vida mía!... / Gira / y se afina. / Gira / como ala que no tiene compañero. / Ay con un ala nunca volaremos!” (poema XIX). En “Sangral” dirá: “Otro día, / y con él / otro pedazo mío de ala al suelo, / otro leve empujón hacia la muerte...” (poema III) o en la pieza más perfecta, acaso, de su poesía, en que reitera: “Tú, desdoblada cinta al aire, / yo, la mitad de un ala apenas...” (poema IX).
Podríamos abundar en estos ejemplos del símbolo “un ala-deformidad” opuesto al plural “alas” que es todo lo que anheló y no pudo alcanzar en la vida Pedro Piccatto. Naturalmente que otro refugio para su infortunio y soledad inquerida fue su madre. La madre que Piccatto canta en algunos poemas excelentes es una suma de virtudes, o como la llama en el poema III de “Sangral” en “Las Anticipaciones”: “almendra santa / y mía!”, o en su primer libro, en el poema VI: “Eres todo un poema que no podré cantar”.
Pero quien penetre en ese jardín cercano al mar, tan lleno de mariposas, dalias, girasoles, rosas y ángeles, advertirá, de pronto, que en ese retablo de deseos materializados hay presencias oscuras, premoniciones y agonías inevitables: “Para morir no necesito verte. / Para vivir sí que lo necesito / que necesito verte, / uva estrellada.” (poema VII de “Siete Poemas”) o en este grito del poema II de “Ángel Amargo”: “Heridas comparables a las que sufre Dios / cuando crea el dolor de un inocente”.
Y que Piccatto era plenamente conciente de esos momentos que tanto conoció César Vallejo, lo dice este poema de su primer libro: “Cuando esta red de sombras que no entiendo / con dominio sutil, ciñe mi vida / nunca me salva / Ni la palabra pura de mi madre / ni los círculos finos de un poema / Cuando la siento, insinuadora y trágica, / trepar mi vida como falsa hiedra, / nada me salva. / Ni los círculos finos de un poema / ni la palabra pura de mi madre.” (poema IV de “Ángel Amargo”).
Otros símbolos permanentes de su poesía: “campanas”, “Ángeles” atienden desde un punto de vista psicoanalítico a las búsquedas del hombre enfrentado a una situación vital insostenible. Recuérdese, para ejemplarizar, que en el Diccionario de símbolos del libro “El mundo de los sueños” de Evelyne Weilenmann (México, 1949) “Ángel” (soñar con) significa: “Se busca una salida a una dificultad”, y que “Aves” y su pormenor “Alas” sería “un modo de expresión primitiva en relación con la significación erótica.”
No transcribo estos términos de manera absoluta en cuanto a su validez para la poesía de Piccatto. Pero creo advertir que algo aportan, que levantan un poco el velo (¿los sietevelos?) de los significados en una obra tan densamente alegórica como la de Piccatto. Porque el amor, asedia y urge. ¿Qué podía hacer este hombre, este ángel amargo que padecía un ala sola y maltrecha? ¿Qué podía esperar del amor este hombre que muere joven en una “juventud solitaria, exenta de esperanzas”, como la define Alejandro Paternain?
Y ahí está toda su amarga espera, su sueño empecinado en este poema de “Las Anticipaciones”: “Alguien, / cuando entre brisa y árbol / suelta la mariposa su pana / y es una inmensa flor en llamas / la tarde / y su cristal / alguien / alguien me quiere amar / y no se atreve!”. Mucho podríamos agregar sobre esta vida-obra tan entramada, tan una sola cosa, intensa y dolorida. Pero cerremos este trabajo con tres versos que podrían definir este combate, no de Jacob y el ángel, sino de un hombre con su infortunio, transfigurado por una alta alquimia poética, en visión permanente. En el primer poema de “Sangral” dice Piccatto:
“Sin temor de morir,
casi viviendo,
el corazón bajo una rueda fría...”(Artículo publicado en la revista “Imágenes” Nº 11 – Octubre-Noviembre 1978)
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