UNDÉCIMA ENTREGA
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ES LA SOMBRA?
1. EL GRAN SACO QUE TODOS ARRASTRAMOS (2)
Robert Bly
Al parecer, pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de nosotros mismos debemos meter en el saco y el resto lo ocupamos tratando de vaciarlo. En ocasiones, sin embargo, este intento parece infructuoso porque parece que el saco estuviera cerrado herméticamente. Hay un relato del XIX que trata precisamente de este tema. Cierta noche, Robert Louis Stevenson despertó sobresaltado y le contó a su mujer el sueño que acababa de tener. Ella le instó a escribirlo y de ahí salió El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En una cultura que se guía por modelos ideales como la nuestra, el lado amable de nuestra personalidad tiende a hacerse cada vez más amable y a anular otros aspectos. Imaginemos, por ejemplo, a un hombre occidental, un generoso doctor ocupado exclusivamente en el bienestar de los demás. No hay nada desdeñable en esa actitud, por lo demás, moral y éticamente admirable. El cuento de Stevenson nos enseña, pues, a no negar la existencia del contenido del saco porque este va desarrollando su propia personalidad paralela y cualquier día puede aparecer ante nuestros ojos como si se tratara de otra persona. Si arrojamos al saco la cólera, por ejemplo, es muy probable que el día menos pensado se manifieste ante nosotros asumiendo la figura y los movimientos de un simio.
Todo lo que echamos en esa bolsa regresa e involuciona hacia estadios previos del desarrollo. Supongamos que un joven cierra el saco a los veinte años de edad y no vuelve a abrirlo hasta quince o veinte años más tarde. ¿Qué es lo que ocurrirá entonces cuando abra nuevamente el saco? Lamentablemente, la sexualidad, la violencia, la agresividad, la ira o la libertad que había arrojado al saco habrán sufrido un proceso de regresión y cuando aparezcan de nuevo no sólo asumirán un aspecto rudimentario sino que también mostrarán una manifiesta hostilidad. Es normal que quien abra el saco a los cuarenta y cinco años de edad se atemorice como lo haría quien vislumbrara la amenazadora sombra de un gorila recortándose contra el muro de un oscuro callejón.
La mayor parte de los hombres de nuestra cultura echan en el saco las facetas femeninas de su personalidad. No resulta extraño, pues, que cuando a los treinta y cinco cuarenta años intentan restablecer el contacto con su mujer interior descubran que esta se ha tornado hostil. A su vez, ese mismo hombre percibirá una gran hostilidad procedente de las mujeres con quienes tropiece en su vida cotidiana. En el dominio de lo psicológico existe una regla fundamental: como adentro es afuera. Si una mujer, por ejemplo, desea ser valorada por su feminidad y arroja al saco los aspectos masculinos de su personalidad es muy posible que con el transcurrir de los años descubra una fuerte aversión hacia los hombres y que sus críticas hacia ellos se tornen ásperas e inflexibles. Así, aunque conviva con un hombre hostil que le proporcione una cierta justificación para expresar su hostilidad, una válvula de escape para aliviar su presión, se encontrará no obstante en apuros porque eso no la ayudará a resolver el problema de su propio saco. Mientras esa situación perdure se hallará atrapada en un doble rechazo que origina mucho sufrimiento y se manifiesta tanto en el rechazo hacia sus propios aspectos masculinos como el rechazo hacia los hombres que encuentre en el exterior.
Así pues, cuando nos negamos a aceptar una parte de nuestra personalidad esta termina tornándose hostil. Casi podríamos afirmar que es como si se alejara y organizara un motín en contra de nosotros. La poesía de Shakespeare es especialmente sensible al riesgo de este tipo de revueltas internas y gran parte de los problemas que abruman a los reyes de sus obras se refiera a este tema. Hotspur “en Gales” se rebela contra el rey ya que el rey que ocupa un lugar prominente y central se halla siempre expuesto al peligro.
Cuando hace unos pocos años visité Bali me di cuenta de que la antigua cultura hindú estaba operando a través de la mitología para hacer aflorar los contenidos de la sombra a la luz de la vida cotidiana. Las ceremonias religiosas que se celebran en sus templos, por ejemplo, -en los que a diario se representa episodios del Ramayana- están impregnadas de elementos terroríficos. Casi todos los hogares balineses están custodiados por una figura dentuda de aspecto feroz, agresivo y hostil, esculpida en piedra que no parece tener la menor intención de hacer el bien. Visité a un artesano que fabricaba máscaras y descubrí que su hijo, de nueve o diez años de edad, estaba sentado en el zaguán cincelando una escultura de aspecto colérico y agresivo. En este caso el ideal no es tanto actualizar la agresividad -como sucede en el futbol o en los toros, por ejemplo- como sublimarla artísticamente. Los balineses pueden ser violentos y brutales en el combate pero en la vida cotidiana son mucho más pacíficos que nosotros. En el sur de los Estados Unidos existe la costumbre de colocar figuras de hierro de pequeños hombrecitos benefactores negros en el césped y nosotros hacemos lo mismo en el norte con ciervos de aspecto manso. Empapelamos nuestras paredes con papeles pintados estampados con rosas, Renoirs sobre el sofá y la música de John Denver en el estéreo. Esto, sin embargo, no evita que la agresividad termine escapando del saco y agreda a cualquiera que se ponga a tiro.
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