SEPTUAGESIMOSEGUNDA ENTREGA
CAPÍTULO 8
El instinto de conservación:
La identificación de las trampas, las jaulas y los cebos envenenados
La mujer fiera (5)
Las trampas
Trampa 4: La lesión del instinto de conservación, la consecuencia de la captura
El instinto es algo muy difícil de definir, pues sus configuraciones son invisibles y aunque intuyamos que éstas forman parte de la naturaleza humana desde tiempos nadie sabe muy bien donde se alojan desde un punto de vista neurológico o cómo influyen exactamente en nosotros. Desde un punto de vista psicológico Jung aventuró la hipótesis según la cual los instintos derivaban del inconciente psicoide, de un estrato de la psique en el que la biología y el espíritu se rozan.
Tras una cuidadosa reflexión, yo he llegado a tener la misma opinión e incluso me atrevo a decir que el instinto creativo en particular es el lenguaje lírico del Yo en la misma medida en que lo es la simbología de los sueños.
Etimológicamente la palabra "instinto" deriva del verbo latino instinguere, que significa "instigar", "estimular" y también del vocablo instinctus, que significa "impulso", "instigación". La idea del instinto se puede valorar positivamente como un algo interior que, mezclado con la premeditación y la conciencia, guía a los seres humanos hacia una conducta integral. Una mujer nace con todos los instintos intactos.
Aunque se podría decir que la niña del cuento se ha visto arrastrada a un nuevo ambiente en el que se suaviza su aspereza y se eliminan las dificultades de su vida, lo que ocurre en realidad es que cesa su individuación y se detiene su impulso de desarrollo. Y, cuando la anciana, la presencia aniquiladora, considera que la obra del espíritu creativo es un desecho y no una riqueza, la niña se refugia en el silencio y se entristece, tal como suele ocurrir cuando el espíritu creativo se aleja de la vida del alma natural. Peor todavía, el instinto de la niña de escapar de aquella apurada situación queda totalmente anulado. En lugar de aspirar a una nueva vida, se sienta en un charco psíquico de pegamento. El hecho de no huir cuando ello es absolutamente necesario provoca depresión. Otra trampa.
Podemos llamar al alma lo que gustemos, nuestro matrimonio con lo salvaje, nuestra esperanza para el futuro, nuestra desbordante energía, nuestra pasión creativa, nuestra manera, lo que nosotras hacernos, el Amado, el novio salvaje, la "pluma en el aliento de Dios" (5). Cualesquiera que sean las palabras o las imágenes que utilicemos para designar este proceso de nuestra vida, eso es lo que ha sido capturado. Por esta razón el espíritu creativo de la psique se siente tan desvalido.
A través de diversos estudios de la fauna salvaje, se ha descubierto que distintas especies de animales cautivos -por muy amorosamente que se hayan construido los lugares que ocupan en los zoos y por mucho que los quieran sus cuidadores humanos, tal como efectivamente ocurre- son a menudo incapaces de procrear, sus apetitos de alimento y descanso se tuercen y sus conductas vitales quedan reducidas al letargo, al malhumor o a una inoportuna agresividad.
Los zoólogos llaman a esta conducta de los animales cautivos "depresión animal". Cada vez que se encierra una criatura en una jaula, sus ciclos naturales del sueño, de la selección de la pareja, el celo, el acicalamiento, el apareamiento, etc., se deterioran. Y, cuando se pierden los ciclos naturales, se produce el vacío. El vacío no equivale a la plenitud, tal como ocurre en el concepto budista del vacío sagrado, sino que es más bien algo así como estar dentro de una caja cerrada sin ventanas.
Por consiguiente, cuando una mujer entra en la casa de la anciana reseca, pierde la determinación y experimenta el efecto de unas emanaciones nocivas, del tedio, de las simples depresiones y de unos repentinos estados de ansiedad similares a los síntomas que registran los animales cuando la captura y los traumas los han dejado aturdidos.
Una excesiva domesticación apaga los fuertes y fundamentales impulsos del juego, de la relación, el enfrentamiento con las dificultades, el vagabundeo, la comunicación, etc. Cuando una mujer accede a ser demasiado "bien educada", los instintos de estos impulsos se ocultan en su más oscuro inconciente, lejos de su alcance automático. Se dice entonces que sus instintos están heridos. Lo que tendría que producirse de una manera natural no se produce en absoluto o sólo se produce después de demasiados tirones y sacudidas, explicaciones racionales y luchas consigo misma.
Al definir el exceso de domesticación con el término de captura, no me refiero a la socialización, es decir, al proceso mediante el cual se enseña a los niños a comportarse de una manera más o menos civilizada. El desarrollo social reviste una importancia decisiva. Sin él, una mujer no podría abrirse camino en el mundo. Pero un exceso de domesticación es como prohibir bailar a la esencia vital. En el estado saludable que le es propio, el yo salvaje no es dócil ni estúpido. Está alerta y reacciona en cualquier momento y ante cualquier movimiento. No está encerrado en una sola pauta absoluta y repetida, válida para todas las circunstancias. Tiene una opción creativa. La mujer cuyo instinto está herido no tiene ninguna opción. Simplemente se queda atascada.
Hay muchas maneras de quedarse atascada. La mujer que tiene el instinto herido suele delatarse porque le cuesta pedir ayuda o reconocer sus propias necesidades. Sus instintos naturales de lucha o de huida están drásticamente reducidos o se han extinguido. El reconocimiento de las sensaciones de satisfacción, disgusto, recelo y cautela y el impulso de amar plena y libremente están inhibidos o exagerados.
Como en el cuento, uno de los más insidiosos ataques al yo salvaje consiste en inducir a la mujer a comportarse como es debido dándole a entender que recibirá una (hipotética) recompensa. Aunque este método puede (subrayo el "puede") inducir transitoriamente a una niña de dos años a ordenar su habitación (y a no tocar sus juguetes hasta que no haya hecho la cama) (6), jamás de los jamases dará resultado en la existencia de una mujer vital. A pesar de que la coherencia, el cumplimiento de una acción hasta el final y la organización son esenciales para el desarrollo de la vida creativa, la perentoria orden de la anciana de comportarse "con corrección" destruye cualquier oportunidad de desarrollo.
La arteria central, el núcleo, el tronco cerebral de la vida creativa es el juego, no la corrección. El impulso de jugar es un instinto. Si no hay juego, no hay vida creativa. Si eres buena, no hay vida creativa, Si te sientas quietecita, no hay vida creativa. Si sólo hablas, piensas y actúas con discreción, habrá muy poco jugo creativo. Cualquier grupo, sociedad, institución u organización que anime a la mujer a denostar lo excéntrico; a recelar de lo nuevo e insólito; a evitar lo ardiente, lo vital, lo innovador; a despersonalizar lo personal, está pidiendo una cultura de mujeres muertas.
Janis Joplin, la cantante de blues de los años sesenta, es un buen ejemplo de mujer fiera cuyos instintos resultaron heridos por las fuerzas que aplastaron su espíritu. Su vida creativa, su inocente curiosidad, su amor a la vida y su actitud un tanto irreverente en relación con el mundo en los años de su desarrollo fueron despiadadamente censurados por sus profesores y por muchas de las personas que la rodeaban en la sureña comunidad baptista blanca de su época, en la que tanto se ensalzaban las virtudes de la "buena chica".
A pesar de que era una excelente estudiante y una pintora de considerable talento, las demás chicas la sometieron a ostracismo por no llevar maquillaje (7) y lo mismo hicieron sus vecinos por su afición a subir a la cumbre de una rocosa colina de las afueras de la ciudad para cantar con sus amigos y por su interés por la música de jazz. Cuando al final huyó al mundo del blues, estaba tan muerta de hambre que ya no supo comprender cuándo tenía que detenerse. Sus límites eran muy inestables, es decir, carecía de límites en cuestión de sexo, alcohol y drogas (8).
Hay algo en Bessie Smith, Anne Sexton, Edith Piaf, Marilyn Monroe y Judy Garland que sigue la misma pauta de instinto herido que es propia del hambre del alma: el intento de "encajar", su conversión en alcoholizadas, su incapacidad de detenerse (9). Podríamos elaborar una lista muy larga de mujeres de talento con el instinto herido que, en el vulnerable estado en que se encontraban, tomaron unas decisiones muy desacertadas. Como la niña del cuento, todas ellas perdieron por el camino sus zapatillas hechas a mano y llegaron hasta los perjudiciales zapatos rojos. Todas se morían de tristeza, pues estaban hambrientas de alimento espiritual, de relatos del alma, de naturales vagabundeos, de adornos personales de acuerdo con sus necesidades, de aprendizaje divino y de una sana y sencilla sexualidad. Pero eligieron sin querer los zapatos malditos -las creencias, las acciones, las ideas que provocaron el progresivo deterioro de su vida- y éstos las convirtieron en unos espectros entregados a una danza enloquecida.
No puede subestimarse la posibilidad de que la lesión del instinto sea la causa de la conducta de las mujeres cuando éstas se comportan como si estuvieran locas, cuando se sienten dominadas por las obsesiones o se quedan atascadas en unas pautas de conducta menos perjudiciales, pero no por ello menos destructivas. La curación de los instintos heridos empieza con el reconocimiento de que se ha producido una captura seguida de un hambre del alma y que se han alterado los límites de la perspicacia y la protección. El proceso que dio lugar a la captura de una mujer y a la consiguiente hambre del alma se tiene que invertir.
Pero, primero, muchas mujeres pasan por las siguientes fases que se describen en el cuento.
Notas
(5) De la abadesa Hildegard von Bingen, también conocida como santa Hildegarda. Ref: MS2 Wiesbaden, Hessische Landesbibliotheke.
(6) La técnica del "no hay galletita hasta que hagas los deberes" se llama principio Primack o "norma de la abuela" en primer curso de Psicología.
(7) Joplin no pretendía hacer ninguna manifestación política negándose a usar maquillaje. Como muchas adolescentes, tenía la tez llena de granos y parece ser que durante sus estudios secundarios se veía más como una compañera de los chicos que como una posible novia. En los años sesenta en Estados Unidos muchas de las nuevas militantes se negaban a maquillarse como una manera de manifestar su postura política, queriendo decir con ello que no querían presentarse como unos apetecibles objetos de consumo para los hombres. A diferencia de ellas, los hombres y mujeres de muchas culturas indígenas se pintan la cara y el cuerpo tanto para repeler como para atraer. Esencialmente, el adorno del propio cuerpo suele ser prerrogativa de lo femenino y la manera y la decisión de si hacerlo o no constituyen, tanto en un caso como en el otro, un lenguaje corporal que transmite lo que la mujer quiere.
(8) Para una buena biografía de Janis Joplin, que vivió una moderna versión de "Las zapatillas rojas", véase Myra Friedman, Buried Alive: The Biography of Janis Joplin (Nueva York, Morrow, 1973). Existe una versión revisada publicada por Harmony Books, NY, 1992.
(9) Con eso no se pretende pasar por alto la etiología orgánica y, en algunos casos, el deterioro iatrogénico.
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