miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA ESTÉS




SEPTUAGESIMOPRIMERA ENTREGA


CAPÍTULO 8

El instinto de conservación:

La identificación de las trampas, las jaulas y los cebos envenenados

La mujer fiera (5)

Las trampas

Trampa 3: La quema del tesoro, el hambre del alma

Hay una quema que se acompaña de alegría y una quema que se acompaña de aniquilización. Una es el fuego de la transformación y otra es sólo el fuego de la pérdida. A nosotras nos interesa el fuego de la transformación. Sin embargo, muchas mujeres abandonan las zapatillas rojas y acceden a dejarse limpiar demasiado, a ser demasiado amables y a doblegarse demasiado a la manera en que ven el mundo los demás. Arrojamos nuestras alegres zapatillas rojas al fuego destructor cuando digerimos valores, propagandas y filosofías al por mayor, incluidas las de carácter psicológico. Las zapatillas rojas arden hasta quedar convertidas en ceniza cuando pintamos, actuamos, escribimos, hacemos o somos de cualquier manera que provoque una reducción de nuestras vidas, un debilitamiento de nuestra visión y una fractura de nuestros huesos espirituales.

Entonces la vida de la mujer queda envuelta en la palidez, pues tiene hambre del alma. Lo único que ella quiere es recuperar su vida profunda. Lo único que desea es recuperar aquellas zapatillas rojas hechas a mano. La alegría salvaje que éstas simbolizan hubiera podido quemarse en el fuego del desuso, en el fuego de la devaluación del propio trabajo, hubiera podido quemarse en las llamas del silencio que nosotras mismas nos imponemos.

Demasiadas mujeres hicieron una terrible promesa muchos años antes de comprender que no hubieran tenido que hacerla. De jóvenes estuvieron hambrientas de estímulo y apoyo básico, se llenaron de tristeza y resignación, abandonaron las plumas, cerraron sus palabras, apagaron sus cantos, enrollaron sus obras artísticas y juraron no volver a tocarlas jamás. Una mujer en semejante situación ha entrado inadvertidamente en el horno junto con su vida hecha a mano. Y su vida se convierte en ceniza.

La vida de la mujer puede consumirse en el fuego del odio a su propia persona pues los complejos son capaces de morder con mucha fuerza y, por lo menos durante algún tiempo, atemorizarla hasta el extremo de alejarla de la tarea o de la vida que más le interesa. Se pueden dedicar muchos años a no ir, no moverse, no aprender, no descubrir, no obtener, no tomar, no convertirse en algo.

La visión que una mujer tiene de su propia vida también se puede consumir en las llamas de los celos de otra persona o de la clara intención destructiva de otra persona. La familia, los mentores, los maestros y los amigos no tendrían que ser destructivos cuando sienten envidia, pero algunos lo son sin la menor duda, tanto de manera sutil como de manera no tan sutil. Ninguna mujer puede permitirse el lujo de dejar que su vida creativa penda de un hilo mientras ella sirve a una relación amorosa, un familiar, un maestro o un amigo antagónico.

Cuando la vida del alma personal arde hasta convertirse en cenizas, una mujer pierde el tesoro vital y empieza a comportarse con tanta sequedad como la Muerte. En su inconciente, el deseo de las zapatillas rojas, de la alegría salvaje, no sólo se conserva sino que aumenta, se desborda y, al final, se levanta tambaleándose y lo invade todo con hambrienta violencia.

Tener hambre del alma equivale a estar siempre desesperadamente hambrientas. Entonces la mujer siente un hambre voraz por cualquier cosa que la haga sentir nuevamente viva. Una mujer que ha sido capturada no sabe lo que tiene que hacer y acepta algo, cualquier cosa que parezca similar al tesoro inicial, tanto si éste era bueno como si no. La mujer que siente hambre de la auténtica vida del alma puede dar la impresión de estar "limpia y peinada" por fuera, pero por dentro está llena de docenas de manos suplicantes y de bocas vacías.

En semejante situación, aceptará cualquier tipo de comida sin importarle su estado o su efecto, pues necesita compensar las pérdidas del pasado. Y, sin embargo, por muy terrible que sea la situación, el Yo salvaje intentará salvarnos una y otra vez. Susurra, murmura, llama y arrastra nuestros esqueletos sin carne de acá para allá en nuestros sueños nocturnos hasta conseguir que seamos concientes de nuestra situación y demos los pasos necesarios para recuperar el tesoro.

Podremos comprender mejor a la mujer que se entrega a los excesos –los más frecuentes son las drogas, el alcohol y los amores perniciosos- y a la que siente hambre del alma, observando el comportamiento del animal que se muere desesperadamente de hambre. Al igual que el alma famélica, el lobo siempre ha sido considerado un animal cruel y voraz que se abate sobre los inocentes y los incautos, matando por matar sin darse jamás por satisfecho. Como se ve, el lobo tiene una malísima e injusta fama tanto en los cuentos de hadas como en la vida real. Pero, de hecho, los lobos son unas abnegadas criaturas sociales. Toda la manada está instintivamente organizada de tal manera que los lobos sanos sólo matan aquello que necesitan para sobrevivir. Esta pauta sólo se relaja o se altera cuando algún lobo en particular o toda la manada sufre un trauma.

Hay dos ejemplos en los cuales un lobo mata en exceso. En ambos, el lobo no se encuentra bien. Un lobo puede matar indiscriminadamente cuando ha contraído la rabia o el moquillo. Un lobo también puede matar en exceso después de un período de hambre. La idea de que el hambre puede alterar el comportamiento de las criaturas es una metáfora muy significativa de la mujer que se muere de hambre. Nueve veces de cada diez una mujer aquejada de algún problema de tipo espiritual / psicológico que la lleva a caer en las trampas y sufrir graves lesiones es una mujer que se muere de hambre o que ha sufrido una intensa hambre del alma en el pasado.

Entre los lobos el hambre se produce cuando nieva mucho y no es posible obtener ninguna presa. Los venados y los caribúes actúan de máquinas quitanieves; los lobos siguen su rastro a través de la nieve. Cuando los venados se quedan aislados a causa de las intensas nevadas, no hay huellas; entonces los lobos también se quedan aislados. Y se produce el hambre. Para los lobos la época más peligrosa es el invierno. En el caso de la mujer, el hambre puede producirse en cualquier momento y proceder de cualquier lugar, incluida su propia cultura.

En el caso del lobo, el hambre suele terminar en primavera cuando se inicia el deshielo. Después de un período de hambre la manada quizá se entregue a un frenesí de matanzas. Sus miembros no se comerán buena parte de las piezas que maten y tampoco la guardarán en un escondrijo. La dejarán donde está. Matan mucho más de lo que comen y mucho más de lo que jamás puedan necesitar (3). Un proceso muy parecido se produce cuando una mujer es capturada y se muere de hambre. Cuando se ve repentinamente libre de ir, hacer o ser, corre el peligro de entregarse también a una orgía de excesos... y se siente con derecho a hacerlo.

La niña del cuento de hadas también se siente con derecho a entrar en posesión de los perjudiciales zapatos rojos a cualquier precio. El hambre hace que el juicio se obnubile. Por consiguiente, cuando el preciado tesoro de la vida del alma de una mujer arde hasta convertirse en ceniza, en lugar de sentirse animada por la ilusión, una mujer se siente dominada por la voracidad. Así, por ejemplo, sí a una mujer no se le permite esculpir, es posible que de pronto se ponga a esculpir día y noche, pierda el sueño, prive a su inocente cuerpo del alimento, ponga en peligro su salud y quién sabe cuántas cosas más.

Es posible que no pueda permanecer despierta un momento más; entonces recurre a las drogas, pues cualquiera sabe cuánto tiempo podrá ser libre. El hambre del alma alcanza también a los atributos del alma, la creatividad, la conciencia sensorial y otras facultades instintivas. Si una mujer tiene que ser una señora de esas que se sientan con las rodillas juntas, ha sido educada para desmayarse en presencia del lenguaje soez y nunca se le ha permitido beber otra cosa que no fuera leche pasteurizada, cuando de repente se ve libre experimenta el impulso de desmandarse. De pronto no para de beber gin-fizz, se repantiga en los asientos como un marinero borracho y su lenguaje es capaz de arrancar la pintura de las paredes. Después de un período de hambre, la mujer teme que la vuelvan a capturar algún día. Y entonces decide aprovechar todo lo que puede (4).

Las matanzas excesivas o los comportamientos desmedidos son propios de las mujeres que tienen hambre de una vida que para ellas tenga sentido. Cuando una mujer ha vivido prolongados períodos de tiempo sin sus ciclos y sin satisfacer sus necesidades creativas, se desmanda en toda una serie de cosas como el alcohol, las drogas, la cólera, la espiritualidad, la opresión a los demás, la promiscuidad, los embarazos, el estudio, la creación, el control, la educación, la disciplina, el fitness corporal, la comida basura, por citar sólo algunos de los excesos más habituales. Cuando las mujeres hacen estas cosas, significa que quieren compensar la pérdida de los ciclos normales de la expresión del yo, de la expresión del alma y de la satisfacción del alma.

La mujer que se muere de hambre sufre un período de hambruna tras otro. A lo mejor, planea escapar, pero cree que el precio de la huida es demasiado alto, que le costará demasiada libido y demasiada energía. Es posible que tampoco esté bien preparada en otros sentidos, como, por ejemplo, los factores educativos, económicos y espirituales. Por desgracia, la pérdida del tesoro y el vivo recuerdo del hambre pasada puede inducirnos a pensar que los excesos son deseables. No cabe duda de que es un alivio y un placer poder disfrutar finalmente de una sensación... de cualquier clase de sensación.

Una mujer que acaba de librarse del hambre sólo quiere disfrutar de la vida para variar. Pero, de hecho, sus adormecidas percepciones acerca de los límites emocionales, racionales, físicos, espirituales y económicos necesarios para la supervivencia la ponen en una situación de peligro. En algún lugar la esperan unos resplandecientes y perjudiciales zapatos rojos. Y se adueñará de ellos dondequiera que los encuentre. Eso es lo malo del hambre. Si algo le parece capaz de saciar su anhelo, la mujer lo tomará sin discusión.


Notas

(3) Barry Holston Lopez lo define en su obra Of Wolves and Men como "borracherade carne". (Nueva York, Scribner’s, 1978).
(4) Se pueden cometer "excesos" tanto si una persona se ha criado en la calle como si siempre ha llevado medias de seda. Las falsas amistades, las hipocresías, la anestesia del dolor, la conducta protectora, la opacidad de la propia luz, todo eso le puede ocurrir a un individuo cualquiera que sea su origen.

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