por Julio Zuasnábar
A sus 93 años, Nibya Mariño vive sola en su apartamento de Pocitos frente a la rambla. Allí nos recibió un viernes, poco después del concierto que ofreciera en el Auditorio Nacional Adela Reta en el que interpretó, junto a la OSSODRE dirigida por Strefan Lano, la Rhapsody in Blue de George Gershwin. La oportunidad fue excelente para repasar algunos de sus recuerdos de su vida adolescente en París, los grandes maestros que marcaron su carrera y por supuesto el Sodre. Lo primero que mencionó al comenzar la charla fue a sus nietos Rodrigo y Alfonso, radicados desde hace muchos años en Estados Unidos, a quienes extraña mucho. “Una de las partes más importantes de mi vida, de mi corazón, son los chicos. Mantenemos contacto permanente por teléfono pero no es lo mismo; son muy buenos chicos, estudiosos. Por suerte están muy bien”, dijo con orgullo.
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¿Qué recuerdos tiene de sus comienzos en la música?
Mi primer concierto fue a los seis años. Cuando era muy chiquita, con tres años, mis padres salían a caminar y me dejaban en la casa de mi abuela. Yo lloraba mucho, no quería quedarme. No sabían qué hacer para calmarme. En la sala había un piano que siempre me llamaba la atención, y le decía a mi abuelita “piano, pianoo”. En mi familia tenía una tía que tocaba muy bien tango. Yo la oía y la empecé a copiar. Un día me escucha una de mis tías y queda media sorprendida. No entendían cómo tocaba así con tres años. Un día va a casa un profesor de violín, mamá le dice que quiere que me escuche tocar. “¿Esto?”, dice sorprendido por mi pequeño tamaño. Me pone un ejemplo para que copie. Luego otro más difícil. Quedó de boca abierta. A los seis años me pusieron a estudiar y a los seis meses di mi primer concierto.
¿Dónde fue? En el conservatorio de este gran maestro de violín. Después toqué en otros más, en el Orión. A los nueve fui a estudiar con Willelmo Kolischer y a los diez toqué en el Teatro Solís un concierto de Mozart con orquesta. ¿Cómo fue este proceso?
Tuve suerte. No es fácil enseñarle a un niño de seis años. Tuve una maestra muy inteligente, de una gran pedagogía que era Adela Piera; la tuve hasta los nueve años. Después, como ella sufría mucho de asma, pasé a Kolischer. Él era muy amigo de Arturo Rubinstein, que fue quien me presentó en Buenos Aires a los once años. Fue un concierto de Schumann en el Teatro Colón; después seguí tocando con Lamberto Baldi desde luego.
¿Qué significaba la música para usted por aquellos años?
Era parte de mi vida. A mí, creo que si me sacan el piano me muero. Si me tengo que quedar sin estudiar me siento vacía. Claro, tengo una gran fe gracias a Dios. Soy muy creyente y agradezco a Dios cada día que me levanto, siempre digo “gracias, Dios”. Tengo noventa y tres años y vivo sola.
Usted ha recorrido el mundo gracias a su música. ¿Qué lugar recuerda especialmente?
París. Estuve cuatro años, de los quince a los diecinueve, becada por el Sodre. Una gran experiencia, un gran aprendizaje; pude tocar con grandes maestros. Poder vivir en una ciudad como París, en donde en cada lugar se respira cultura, fue algo maravilloso. Te llena el espíritu: la gente es muy buena, muy respetuosa. Por supuesto que los museos como el Louvre son lugares fantásticos que uno nunca termina de descubrir. Cada rincón de la cuidad es un cuadro, se respira cultura a cada instante, es maravilloso.
¿Cuál ha sido la clave para tocar durante tantos años?
Es una devoción. Es una cosa que uno la lleva adentro. Constancia, mucha disciplina. Hay momentos que para mí no es fácil e igual sigo. Sufro mucho de las cervicales, el día del concierto (se refiere al ofrecido el pasado 5 de mayo) no podía mover la cabeza. La responsabilidad a veces pesa mucho. La gente es muy buena y muy generosa, pero uno tiene que responder a eso. Uno no es máquina, es humano. He visto tantos grandes detenerse en medio de un concierto. Nadie está libre de que le pase; es un segundo que uno se pierde.
Usted toca sin partitura, ¿por qué?
Siempre. Me molesta incluso. Tengo todo metido acá (señala su cabeza). No puedo estar mirando. Distinto es si se trata de un concierto a dos pianos.
¿Qué concierto recuerda especialmente de su carrera?
El del pasado 5. Principalmente por la generosidad que tuvo el Sodre, con el cariño que me recibió. Yo soy hija del Sodre. Crecí ahí desde los once años en los pasillos del Sodre haciendo diabluras. Me mimaban horrores. Tengo un gran cariño por el Sodre, la orquesta, y todo lo que significa. El Sodre… Lloré mucho cuando se quemó. Yo iba a ensayar diariamente y recuerdo que fue algo muy traumatizante.
¿Cómo fueron los tiempos posteriores al incendio del Estudio Auditorio? Muchas cosas se diluyeron a falta de una sala de conciertos durante tantos años. Entorpeció mucho, un bajón espantoso. Tocábamos siempre de prestado en el Solís y otros lados. En cambio ahora, con esa sala estupenda que tenemos está empezando nuevamente a tomar su ritmo. Es un gran aliciente, y con gente capaz como el director artístico Ariel Cazes, un encanto de persona, muy valioso, se está logrando mover todo. Es un proceso, no es en un día para el otro. ¿Cómo tomó este concierto homenaje?
Para mí fue inolvidable por mi nieto. Verlo en la sala y cuando subió al escenario a abrazarme, eso no se me borra más. Afectivamente este concierto me marcó muchísimo. Claro que artísticamente fueron muchos buenos conciertos, pero este último lo recuerdo muy especialmente. Porque tener a mi nieto sentado ahí, que nunca había visto tocar a su abuela, es un gran regalo que Dios me hizo. Yo no sabía nada hasta que apareció en mi camarín el Sr. Fernando Butazzoni (Presidente del Sodre) y ahí es como que fui tomando conciencia. Nunca me gustaron los homenajes ni nada, pero bueno…, generosidad de la gente.
¿Qué recuerdos tiene de sus dúos con el maestro Hugo Balzo? Hugo Balzo estaba estudiando en París cuando yo fui también. Estudiábamos juntos. Era macanudísimo, un encanto. Toqué varias veces con él. Era muy gracioso, muy oportuno, siempre estaba con bromas. Muy brillante. Una muy buena persona. Lo recuerdo con mucho cariño. Un gran amigo. Hizo mucho por nuestra cultura. Se nota mucho su falta. En una nota de prensa pocos días atrás dijo que “Se escucha más murga que música”. ¿Por qué cree que esto es así?
A los chicos hay que educarlos, si usted no los acostumbra a escuchar algo bueno no saben valorar, no saben diferenciar. En los tiempos de Hugo Balzo, durante los ensayos de los sábados de mañana la sala estaba llena de estudiantes por obligación. Como una clase. Se iban comunicando, aprendiendo; eso no se hizo más. Es muy importante que los chicos vayan a los ensayos, que oigan y que aprendan lo que están escuchando. Se van educando y van tomando el gusto a oír buena música. Es una forma de fomentar. ¿Cómo vamos a fomentar esto con las murgas? Reconozco los valores de la gente que la hace, son muy talentosos, pero son cosas bien diferentes. No vamos a confundir una sala de conciertos con el Teatro de Verano y las murgas. ¡Por favor! ¡Que no pasen solo murgas! Una cosa no quita la otra, pero hay que poner cada cosa en su lugar. ¿Y con la televisión qué pasa? En una época el Sodre pasaba conciertos de grandes artistas o videos de embajadas extranjeras. Hoy no pasan nada. Tienen que empezar a pasar para que la gente se acostumbre a ver y a oír.
¿Cómo le gustaría que la gente la recuerde en un futuro?
Como una persona de fe con valores cristianos, en definitiva como una persona de bien.
Más allá de la artista y de la música.
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(si tiene problemas para escuchar el audio, recorte y pegue en el navegador el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=50jdL8CEr48 )
Nybia Mariño Bellini (Montevideo, 1920) es una pianista uruguaya. Comenzó su formación musical siendo muy pequeña con el maestro Guillermo Kolischer. Debutó a la edad de 11 años en el Teatro Colón, de Buenos Aires, interpretando el Concierto en La menor Op. 54 de Robert Schumann, bajo la dirección de Ernest Ansermet.
Viajó a París a perfeccionarse, interviniendo en varios certámenes, destacándose su actuación en Bruselas en el concurso Isaye, donde logró la primera clasificación y muy buenos elogios. A partir de ahí, Mariño comenzó una serie de conciertos por toda Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Continuó estudiando en Estados Unidos con Claudio Arrau. En este país grabó tres CDs, dos de ellos con obras de Schumann y el otro con el Concierto para dos pianos de Poulenc, junto al uruguayo Enrique Graf y orquesta, bajo la dirección de David Stohl.
Se presentó en los más importantes teatros del mundo, tanto en Estados Unidos como en Europa. Formó un recordado dúo con Hugo Balzo. En 1994 recibió un premio de la OEA por su aporte a la comunidad artística de las Américas. A fines de marzo de 2009 se le rindió homenaje por sus 90 años de vida. El concierto, organizado por la Orquesta Sinfónica del SODRE con la dirección del maestro Piero Gamba, incluyó el Concierto para piano No. 4 Op. 58 de Ludwig van Beethoven.
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