SEXAGESIMOSEGUNDA ENTREGA
CAPÍTULO 7
El júbilo del cuerpo
El lenguaje corporal (4)
El cuerpo en los cuentos de hadas / El poder de las caderas
¿Qué es un cuerpo sano en el mundo instintivo? En su nivel más básico -el pecho, el vientre, cualquier lugar donde haya piel, cualquier lugar donde haya neuronas que transmiten las sensaciones-, la cuestión no es qué forma, qué tamaño, qué color, qué edad, sino ¿siente algo, funciona tal como tiene que funcionar, podemos reaccionar, percibimos su alcance, su espectro sensorial? ¿Tiene miedo, está paralizado por el dolor o el temor, anestesiado por antiguos traumas?
¿O acaso tiene su propia música, escucha como Baubo* a través del vientre y está mirando con sus muchas maneras de ver? Yo viví a los veintitantos años dos experiencias decisivas, unas experiencias contrarias a todo lo que hasta entonces me habían enseñado acerca del cuerpo. Durante una concentración femenina de una semana de duración vi por la noche a la vera del fuego cerca de las calientes aguas termales a una mujer desnuda de unos treinta y cinco años; sus Pechos estaban fláccidos de tanto dar a luz y su vientre estaba surcado de estrías causadas por los embarazos. Yo era muy joven y recuerdo que me compadecí de las agresiones sufridas en su hermosa y delicada piel. Alguien estaba tocando unas maracas y unos tambores y ella se puso a bailar mientras su cabello, sus pechos, su piel y sus miembros se movían en distintas direcciones. Qué hermosa me pareció, qué llena de vida. Su gracia era conmovedora. Siempre me había fascinado la expresión "fuego en las ingles", pero aquella noche lo vi. Vi el poder de sus caderas. Vi lo que me habían enseñado a ignorar, el poder del cuerpo de una mujer cuando está animado por dentro. Casi tres décadas después, aún me parece verla bailar en la noche y aún me impresiona el poder de su cuerpo.
Mi segundo despertar tuvo por protagonista a una mujer mucho mayor. Sus anchas caderas tenían forma de pera, sus pechos era muy pequeños en comparación con ellas, tenía los muslos surcados por unas finas venitas moradas y una larga cicatriz de una grave intervención quirúrgica le rodeaba el cuerpo desde la caja torácica hasta la columna vertebral, cual sí fuera una mondadura circular como las que se hacen al pelar una manzana. El contorno de su cintura debía de medir más de un metro.
En aquel momento me pareció un misterio que los hombres zumbaran a su alrededor como si fuera un panal de miel. Querían dar un bocado a sus muslos voluminosos, querían lamer la cicatriz, sostener su pecho en sus manos, apoyar las mejillas sobre sus venas en forma de arañas. Su sonrisa era deslumbradora, sus andares eran preciosos y, cuando miraba, sus ojos captaban realmente lo que veían. Entonces vi por segunda vez lo que me habían enseñado a ignorar, el poder que hay en el cuerpo. El poder cultural del cuerpo es su belleza, pero el poder que hay en el cuerpo es algo extremadamente insólito, pues casi todas las personas lo han alejado de sí con las torturas a que someten la carne o con la vergüenza que ésta les produce.
Bajo esta luz la mujer salvaje puede indagar en la numinosidad de su propio cuerpo, comprenderlo y verlo no como un peso que estamos obligadas a soportar durante toda la vida, no como una bestia de carga, mimada o no, que nos lleva por la vida sino como una serie de puertas, sueños y poemas a través de los cuales podemos aprender y conocer toda suerte de cosas. En la psique salvaje, el cuerpo se considera un ser de pleno derecho, un ser que nos ama y que depende de nosotras y para el cual a veces somos una madre mientras que otras veces él es una madre para nosotras.
* Personaje de la mitología griega que ayudó a Deméter en Eleusis cuando la diosa buscaba a su hija Perséfone por todo el mundo. (N. de la T.)
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