jueves

LUIS IGNACIO IRIARTE - BARROCO, HERMENÉUTICA Y MODERNIDAD II


TERCERA ENTREGA


INTRODUCCIÓN (3)

Otros ejemplos se encuentran en El barroco de los modernos (2009) de Au­rora Egido. Con un gran apoyo documental, Egido plantea que, durante las primeras décadas del siglo XX, se produjo una verdadera invención del Barro­co. Las múltiples imágenes que proporcionan los autores de esa época están estructuradas a partir de dos ejes: la centralidad de Góngora, que desplazó por el momento a otros autores, y la importancia de las artes plásticas, campo en el que emergió por primera vez una revalorización, por cierto que de la mano de Wölfflin, lo cual supuso una concepción del Barroco en la que ocu­pan un primer plano «cuestiones formales y sensoriales, marcadas a su vez por la impronta del Modernismo» (2009: 7). Pero lo que quisiera destacar, en este contexto, es menos la invención que la transformación de los viejos prejuicios. Así, por ejemplo, Egido sostiene que Antonio Machado descalificó el Barroco a través de una defensa de valores fundamentalmente románticos, basados en la sinceridad y en la expresión de emociones.

Pero «lo que Machado negaba al Barroco se convertía en moneda de cambio para la joven poesía, que desdeñaba los presupuestos románticos a la par que los neoclásicos y se movía en un terreno distinto al suyo» (54).

En otras palabras, los poetas del ’27 aceptaron los juicios de Machado, pero les dieron de golpe un perfil positivo. Otro tanto se encuentra en el capítulo que Egido le dedica a Dámaso Alonso: «Para él, las Soledades destacaban precisamente por aquellos valores que se censuraron en su tiempo, vale decir, la falta de asunto, que corría en paralelo con la novela del primer cuarto de siglo» (215). Al igual que antes, Alonso acepta los prejuicios nacidos con el neoclasicismo, pero los comprende como valores positivos. En este sentido, si por un lado se puede hablar de invención del Barroco, por el otro debemos tomar en cuenta que la invención también es el resultado de un largo y complejo desplazamiento conceptual.

Podemos comprender este corrimiento a partir de algunas consideraciones de Hans-Georg Gadamer. En Verdad y método (1960), el filósofo discutió la descalificación de los prejuicios de la Ilustración. Independientemente de su verdad o falsedad, para Gadamer los prejuicios constituyen ideas clave a partir de las cuales le damos significación a los textos. Conforman, en otros términos, lo que llamamos la tradición: los heredamos del pasado y los utilizamos como esquema básico de interpretación. Pero la lectura de los textos puede producir cambios en las ideas globales. Para Gadamer, este círculo hermenéutico, que va del todo a la parte y de la parte al todo, nunca se detiene. Asimismo, como el lector está inmerso en la tradición, cada lectura no sólo cambia sus prejuicios, sino que, si tiene impacto en las instituciones culturales, transforma también la tradición colectiva. A partir de esto, como una forma de comprender el proceso de conformación del Barroco, se puede plantear, al lado de la «hipótesis del retorno» y la «hipótesis historicista», una «hipótesis hermenéutica». De acuerdo con esta perspectiva, la imagen contemporánea del siglo XVII es el resultado de un largo desplazamiento conceptual, que puede comprenderse a partir de la imposición de prejuicios globales y de las operaciones de lectura que existió sobre ellos. Este proceso es el responsable de la instauración de las ideas de na­cimiento de la modernidad, época de crisis y origen del sujeto moderno, claves para la imagen del Barroco que operó a lo largo del siglo XX.

Si bien esta hipótesis necesita una larga demostración, en esta segunda par­te voy a referirme solamente a algunos tramos de la historia. En cada uno pon­go el énfasis en un autor, pero a la vez comprendo el lugar que la época a la que éste pertenece le asigna a la literatura del siglo XVII. El punto de partida es la imagen que establecieron Ignacio de Luzán y, secundariamente, algunos otros neoclásicos. El trabajo pasa luego a considerar la revalorización del teatro por parte del romántico Agustín Durán y otros críticos del siglo XIX. El repaso de esta historia concluye con Rubén Darío y la época del modernismo. El proceso puede resumirse en dos puntos: el neoclasicismo desplaza la literatura del siglo XVII a los márgenes de la razón y, con el romanticismo y el modernismo, este es­tigma se va convirtiendo en un rasgo positivo. Como veremos, la invención del Barroco es el resultado de este proceso. Empecemos, por lo tanto, con Luzán.

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