martes

LA RUEDA DE LA VIDA - ELIZABETH KÜBLER-ROSS


DECIMOTERCERA ENTREGA

PRIMERA PARTE

"EL RATÓN".


10. LAS MARIPOSAS (1)


Yo hablo de amor y compasión, pero la mayor enseñanza sobre el sentido de la vida la recibí en mi visita a un sitio donde se cometieron las peores atrocidades contra la humanidad.

Antes de marcharme de Polonia asistí a la ceremonia de inauguración de la escuela que habíamos construido. Desde allí viajé a Maidanek, uno de los infames laboratorios de muerte de Hitler. Algo me impulsó a ir a ver con mis propios ojos uno de esos campos de concentración; tenía la impresión de que verlo me serviría para entenderlo.

Ya conocía de oídas ese lugar. Allí fue donde mi amiga polaca perdió a su mando y a doce de sus trece hijos. Sí, sabía muy bien lo que era.

Pero verlo personalmente fue diferente.

Las puertas de entrada a ese enorme recinto estaban derribadas, pero aún quedabanescalofriantes restos de su ominoso pasado donde murieron más de 300.000 personas. Vi las alambradas de púa, las torres de vigilancia y las muchas hileras de barracas donde hombres, mujeres y niños pasaron sus últimos días y horas. También había varios vagones de ferrocarril. Me  asomé a mirar; la visión era horrorosa. Algunos estaban llenos de cabellos de mujer, que habrían sido enviados a Alemania para convertirlos en ropa de invierno. En otros había gafas, joyas, anillos  de boda y esas chucherías que la gente lleva por motivos sentimentales. En el último vagón que miré había ropas de niño, zapamos de bebé y juguetes.

Bajé de allí estremecida. ¿Puede ser tan cruel la vida? El hedor procedente de las cámaras de gas, el inequívoco olor de la muerte que impregnaba el aire, me proporcionó la respuesta. Pero ¿por qué? ¿Cómo era posible eso?

Me resultaba inconcebible. Caminé por el recinto, llena de incredulidad. Me preguntaba: "¿Cómo es posible que los hombres y mujeres puedan hacerse esto entre ellos?" Llegué a las barracas. "¿Cómo estas personas, sobre todo las madres e hijos, pudieron sobrevivir a las semanas y días anteriores a su muerte segura?" Dentro de las barracas vi camastros de madera, casi pegados unos con otros en cinco hileras a lo largo de la barraca. En las paredes estaban grabados nombres, iniciales y dibujos. ¿Qué instrumentos utilizaron para hacerlos? ¿Piedras? ¿Las uñas? Los observé más detenidamente y noté que había una imagen que se repetía una y otra vez. Mariposas. Había dibujos de mariposas dondequiera que mirara. Algunos eran bastante toscos, otros más detallados. Me era imposible imaginarme mariposas en lugares tan horrorosos como Maidanek, Buchenwald o Dachau. Sin embargo, las barracas estaban llenas de mariposas. En cada barraca que entraba, mariposas. "¿Por qué? ¿Por qué mariposas?"

Seguro que debían de tener un significado especial, pero ¿cuál? Durante los veinticinco años siguientes me hice esa pregunta y me odié por no encontrar una respuesta.

Salí de allí impresionada por el horror de ese lugar. No entendía entonces que esa visita era una preparación para el trabajo de mi vida. En esos momentos sólo me interesaba comprender cómo es posible que los seres humanos puedan actuar tan sanguinariamente contra otros seres humanos, sobre todo con niños inocentes.

De pronto una voz interrumpió mis pensamientos, la voz clara, tranquila y reposada de una joven que me dio una respuesta. Se llamaba Golda.

-Tú también serías capaz de hacer eso -me dijo.

Sentí deseos de protestar, pero estaba tan sorprendida que no se me ocurrió qué decir.

-Si hubieras sido criada en la Alemania nazi -añadió después.

"¡Yo no!", deseé gritar. Yo era pacifista, me había criado en una familia honorable y en un país pacífico. Jamás había conocido la pobreza, ni el hambre ni la discriminación. Golda leyó todo eso en mis ojos.

-Te sorprendería ver todo lo que eres capaz de hacer -me contestó-. Si hubieras sido criada en la Alemania nazi, fácilmente podrías haberte convertido en el tipo de persona capaz de hacer eso. Hay un Hitler en todos nosotros.

Yo deseaba comprender, no discutir, de modo que, como era la hora de comer, invité a Golda a compartir mi bocadillo. Tenía más o menos mi misma edad y era bellísima. En otro ambientepodríamos haber sido amigas, compañeras de colegio o de trabajo. Mientras comíamos me explicócómo había llegado a formarse esa opinión.

Alemana de nacimiento, tenía doce años cuando la Gestapo se presentó en la empresa de su padre y se lo llevó. Jamás volvieron a verlo. Tan pronto como se declaró la guerra, el resto de su familia, con ella y sus abuelos, fueron deportados a Maidanek. Un día los guardias les ordenaron a todos ponerse en fila, tal como ellos habían visto hacer a tanta gente que jamás había vuelto. Los hicieron desnudarse y los metieron en la cámara de gas. La gente gritaba, lloraba, suplicaba y oraba, pero en vano; allí no había oportunidad de sobrevivir, ni esperanza ni dignidad. Los empujaron a una muerte peor que la de cualquier animal en el matadero. Golda, esta preciosa jovencita, fue la última que trataron de empujar al interior de la atiborrada cámara antes de cerrar la puerta y dar el gas. Por un milagro, por alguna intervención divina, no pudieron cerrar la puerta porque no cabía nadie más.

Había demasiada gente. Para cumplir la cuota diaria de muertos, los guardias simplemente lasacaron y la empujaron al aire libre. Puesto que ya estaba en la lista de muertos, supusieron que había sucumbido y jamás volvieron a llamarla para incorporarla a las siguientes filas. Gracias a ese excepcional descuido, salvó la vida.

Después tuvo poco tiempo para llorar la pérdida de su familia; la mayor parte de su energía la consumía en la tarea básica de continuar viva. Con dificultad se las arregló para sobrevivir al invierno polaco, encontrar suficiente alimento y evitar enfermedades como el tifus o incluso un simple resfriado; si enfermaba no iba a ser capaz de cavar pozos o quitar la nieve con palas, aconsecuencia de lo cual la enviarían nuevamente a la cámara de gas.

Para animarse se imaginaba que el campo iba a ser liberado. Dios la había escogido, pensaba, para sobrevivir y contarle a las generaciones futuras las barbaridades que había visto allí. Eso fue suficiente, me explicó, para sostenerla durante la parte más ardua del frío invierno. Cuando se sentía desfallecer, cerraba los ojos y se imaginaba los gritos de sus amigas que habían sido usadas de cobayas en experimentos realizados por losmédicos del campo, violadas por los guardias y con frecuencia ambas cosas, y entonces se decía: "Debo vivir para contárselo al mundo. Debo vivir para contar los horrores que ha cometido esta gente." Y así alimentaba su odio y resolución de continuar viva hasta que llegaran los Aliados.

Después, cuando el campo fue liberado y se abrieron las puertas, se sintió paralizada por la rabia y amargura que la atenazaba. No logró verse dedicando el resto de su valiosa vida a vomitar odio.

-Como Hitler -me dijo-. Si dedicara mi vida, que me fue perdonada, a sembrar las semillas del odio, no me diferenciaría en nada de él. Sería simplemente otra víctima más que intenta propagar más y más odio. La única manera como podemos encontrar la paz es dejar que el pasado sea el pasado.

A su modo contestaba así a todas las preguntas que me habían pasado por la cabeza al estar en Maidanek. Hasta ese momento no me había dado cuenta de la capacidad del hombre para el salvajismo. Pero sólo había que ver ese vagón con zapatitos de bebé o sentir el hedor de la muerte que se cernía en el aire como un fantasmal paño mortuorio para comprender la inhumanidad de que es capaz el hombre. Pero claro, ¿cómo explicarse que Golda, una persona que había experimentado esa crueldad, eligiera perdonar y amar?

Ella lo explicó diciendo:

-Si yo logro que una sola persona cambie los sentimientos de odio y venganza por los de amor y compasión, entonces he sido digna de sobrevivir.

Lo comprendí y me marché de Maidanek transformada para siempre. Me sentí como si mi vida hubiera comenzado de nuevo.

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