sábado

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON



Traducción y prólogo de ALFONSO REYES

QUINTA ENTREGA

CAPÍTULO TERCERO (1)
EL HOMBRE QUE FUE JUEVES

Antes de que penetrase en la estancia ninguno de los recién llegados, Gregory se había  repuesto de su sorpresa. De un salto, y con un rugido de fiera, se acercó a la mesa, cogió el revólver y apuntó a Syme.

Syme, sin conmoverse, levantó su mano pálida y elegante.

-No sea usted ridículo, Gregory -dijo con una dignidad afeminada de eclesiástico-. ¿No ve usted que es inútil? ¿No ve usted que nos hemos embarcado juntos y juntos hemos de aguantar el mareo?

Nada pudo responderle Gregory, pero tampoco acertó a disparar; sólo interrogaba con los ojos.

-¿No ve usted que los dos estamos en jaque? -continuó Syme-. Yo no puedo decir a la policía que usted es anarquista, y usted no puede decir a los anarquistas que yo soy policía. Lo único que puedo hacer, ya conociéndolo, es vigilarlo. Y usted, conociéndome, tampoco puede hacer conmigo otra cosa. Aquí se trata de un duelo intelectual y singular: mi cabeza contra la de usted. Yo soy un policía desprovisto del auxilio de la policía, y usted, pobre amigo mío, un anarquista desprovisto de toda esa complicada organización tan esencial para la buena marcha de la anarquía. Aquí, si alguno lleva ventaja, es usted: a usted no le rodea la mirada inquisitiva de los guardias, y yo voy a estar rodeado de la desconfiada muchedumbre anarquista. No puedo traicionarlo a usted, pero puedo traicionarme a mí mismo al menor descuido. Paciencia, pues: espere usted a ver cómo me traiciono. Ya verá usted qué bien lo hago.

Gregory dejó la pistola, y miraba con asombrados ojos a Syme, como si fuera un monstruo marino.

-No creo en la inmortalidad -dijo al fin-. Pero si, después de todo esto, falta usted a su palabra, creo que Dios haría un infierno para usted solo, para hacerle aullar eternamente.

-¡Oh! -dijo Syme, orgulloso- yo no falto nunca a mi palabra. Haga usted como yo. Aquí están sus amigotes.

La multitud de anarquistas entró en el cuarto pesadamente, con aire fatigoso. Un hombrecillo de gafas y barbilla negra, que llevaba unos papeles en la mano -un tipo parecido a Mr. Tim Healy- se desprendió del grupo, y acercándose, dijo:

-Camarada Gregory, supongo que este señor es un delegado foráneo.

Cogido de repente, Gregory bajó los ojos y balbuceó el nombre de Syme, pero Syme, con un tono casi impertinente, respondió:

-Me complazco en reconocer que esta puerta está lo bastante bien custodiada, para que sea imposible a un extraño entrar hasta aquí, si no es delegado foráneo.

Pero el hombrecillo arrugaba el entrecejo con cierta desconfianza.

-¿Qué sección representa usted? -preguntó-. ¿Qué rama?

-¡Hombre! Tanto como rama... -dijo Syme riendo-. Más bien la llamaría yo raíz.

-¿Qué quiere usted decir con eso?

-Quiero decir -contestó Syme parsimoniosamente- que soy un sabatino, y qué he sido enviado aquí especialmente para ver si se guarda el debido respeto al Domingo.

El hombrecillo soltó uno de los papeles que traía. Un estremecimiento de espanto recorrió la asistencia. Por lo visto, el temible Presidente que respondía al nombre de Domingo tenía la costumbre de enviar a estas justas algunos embajadores irregulares.

-Muy bien camarada -dijo el de los papeles-. Creo que debemos darle a usted sitio en nuestra sesión.

-Si me lo pregunta usted como amigo -dijo Syme con severidad-, creo que eso es lo mejor.

Cuando vio terminado el peligrosísimo diálogo con la inesperada salida de su rival, Gregory se puso a pasear la estancia, pensativo.

Presa de todas las agonías diplomáticas, se daba cuenta de que Syme saldría airoso de cualquier trance, gracias a su inteligencia y su audacia. Nada había, pues, que esperar por este lado. Él, personalmente, tampoco podía traicionarlo, ante todo por el punto de honor; pero, además, porque si Syme, traicionado, lograba escapar, quedaría libre de su juramento y se encaminaría al próximo cuartel de gendarmes. Y después de todo ¿qué más daba que un solo policía presenciara una sola de sus reuniones nocturnas? A lo sumo, podría sorprender una parte pequeñísima de sus planes. Después de lo cual se largaría, y asunto concluido.

Pasó por entre los grupos que estaban discutiendo acaloradamente en los bancos, y dijo:

-Creo que es tiempo de comenzar. La lancha estará ya dispuesta en el río. Propongo que el camarada Buttons ocupe la presidencia. 

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