jueves

KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL - LEON CHESTOV



traducción de José Ferrater Mora

SEXAGESIMOSEGUNDA ENTREGA


XIX

LA LIBERTAD (4)

Así comprendió también la Escritura Tertuliano, ese Tertuliano de quien Kierkegaard tomó prestada su idea de lo Absurdo, en tanto que significa que todo es posible para Dios. Cierto que Tertuliano no dijo creo quia absurdum, expresión que le atribuían Kierkegaard y sus contemporáneos. Pero encontramos en su De carne Christi la misma idea expresada en una forma todavía más provocadora. La he citado, pero como la doctrina kierkegaardiana de lo Absurdo está estrechamente vinculada a las concepciones de Tertulianio sobre la revelación bíblica, es necesario repetir estas palabras, únicas en su sentido dentro de la literatura teológica: Crucifixus este Dei filius, non pudet quia pudendum est. Et sepultus ressurexitcertum est quia imposible. Aquí se revela con nitidez y fuerza casi insoportables para los mortqales el sentido del Audi Israel bíblico. ¡Rechaza tus ideas sobre lo vergonzoso, sobre lo inepto, sobre lo imposible! ¡Olvida tus verdades eternas! Todas proceden del maligno, de los frutos del árbol prohibido. Cuanto más te apoyes en tu “conocimiento” del bien y del mal, de lo razonables y lo inepto, de lo posible y de lo imposible, más te alejarás de la fuente de la vida y más experimentarás el poder de la Nada. El hombre más genial, el más virtuoso, es el mayor de los pecadores. No hay, no debe haber paz entre Jerusalén y Atenas. De Atenas procede la verdad racional; de Jerusalén, la revelación. La revelación no puede encontrar un lugar en el marco de las verdades racionales; éstas la deshacen. Y la revelación no teme a las verdades racionales: a todos sus pudendum, ineptum et imposible opone sus poderosos non pudet, prorsus credibile y su certum último. Y las categorías habituales del pensamiento se transforman entonces en una espesa bruma que envuelve la Nada impotente, esa Nada que se nos aparecía a todos como algo amenzador e insoportable.

Ni Tertualiano ni Pedro Damián ni quienes les siguieron triunfaron en la historia. Sin embargo, yo pregunto una vez más: estas voces que con tan poca frecuencia llegan hasta nosotros, ¿no traen consigo la verdad suprema, la más indispensable? Y nuestros pudet, ineptum, impossibile, que la historia conserva con tal esmero, ¿no ocultan la bellua qua non occisa homo non potest vivere?

Al decidirse a proclamar que todo es posible para Dios, Kierkegaard se desvió de la gran ruta seguida por la humanidad pensante, y hasta por la humanidad cristiana. El cristianismo “vencedor”, “triunfante”, reconocido por todos, era para Kierkegaard un cristianismo que había rechazado a Cristo, es decir, a Dios. Pero mientras vagaba por caminos de todos ignorados o por regiones desiertas, donde nadie jamás había dejado huella, Kierkegaard percibía las voces débiles de algunos hombres a quienes nadie conocía, que nadie necesitaba, pero que tenían el “coraje” de mirar cara a cara lo que nos descubren la locura y la muerte. Ellos oían y veían lo que nadie había oído jamás ni visto. De ahí que no poseyeran un lenguaje común con los demás hombres, ni siquiera entre ellos: se trata de “hombres caídos de lo general”, como Kierkegaard nos dice (1). Todos descartan el milagro para contemplar una pura misericordia incapaz de hacer nada, y se alegran de ello. En nuestro mundo, donde el milagro no existe, el amor y la misericordia resultan impotentes y no pueden proporcionar más que una satisfacción “espiritual”. Para devolverles el poder que merecen hay que descartar todas las “consolaciones” de la ética que recubren las “imposibilidades” de la razón que se ha inclinado ante la Nada existente. Es difícil renunciar a la razón y a la conciencia de la propia virtud: esto es precisamente lo que da a entender la expresión “caer en lo general”. Mientras el individuo marche de acuerdo con los demás, tendrá una impresión de solidez y de seguridad, sentirá el suelo firme bajo sus pies. Sostendrá a los demás, pero también los demás lo sostendrán. Ahí reside la última tentación de lo racional y de lo ético. He aquí por qué Platón podía decir que la mayor de las desdichas consiste en menospreciar la razón. Se trata, en efecto, de una desdicha, de una terrible desdicha. Pero nosotros hemos podido convencernos de que confiar en la razón y en la ética es algo más horrible todavía. Ellas nos conducen hacia la Nada que lo engulle todo y que se convierte en dueño omnipotente del ser. Y entonces no hay ya salvación para el hombre. La Nada es esa bella qua non occisa homo non potest vivere. Mientras el hombre cuente con el poder que le proporciona lo “general”, mientras tema perder pie, abandonar el suelo, mientras confíe en las verdades de la razón y en sus propias virtudes, seguirá entregado al poder de su más inexorable enemigo.

Notas

1) “El caballero de la fe… sabe que es magnífico pertenecer a lo general. Sabe que es agradable y benéfico ser el individuo que se traduce a sí mismo a lo general y que confecciona de este modo una edición de sí mismo limpia, elegante, desprovista en lo posible de errores, comprensible para todos; sabe que es reconfortante comprenderse a sí mismo por lo general, de modo que se llegue a comprenderlo perfectamente, y que cualquier individuo que te comprenda lo haga también dentro de lo general y se regocije contigo del sosiego que lo general proporciona. Sabe hasta qué punto resulta reconfortante pertenecer a quienes descubren en lo general su patria, el refugio amistoso que puede acogerlos con los brazos abiertos cuando desean retirarse de él. Pero sabe también que por encima de lo general se levanta un sendero angosto y escarpado; sabe hasta qué punto es nacer solitario, fuera de lo general, y estar condenado a vivir solo, sin encontrar  jamás a ningún compañero en la ruta. Se da perfectamente cuenta de su situación y de sus relaciones con los hombres. Humanamente hablando ha perdido la razón y no logra hacerse comprender por nadie. Y ‘ha perdido la razón’ representa una expresión de las más moderadas. Si ni siquiera se le concede esto, se le llamará impostor, y cuanto más alto ascienda en el sendero más se le reprochará su impostura.” (III, 72, 73.)
Y luego: “No se puede introducir a la fe por mediación de lo general. Esto equivaldría a destruirla. La fe es justamente esa paradoja, y en este terreno un hombre no puede hacerse comprender por otro hombre. La gente se imagina a veces que si dos hombres se encuentran en la misma situación pueden comprenderse entre sí… Pero un caballero de la fe no puede prestar ayudar a otro caballero de la fe. El individuo puede convertirse a sí mismo en caballero de la fe si admite la paradoja; en caso contrario, no conseguirá serlo nunca. En tales regiones no puede en absoluto imaginarse una colaboración. Cada cual solamente puede decidir por sí mismo lo que es su Isaac… Por eso, si se encontrara un hombre lo bastante cobarde y miserable para desear convertirse en caballero de la fe bajo la responsabilidad de otro, no llegaría nunca a serlo. Pues el individuo sólo puede llegar a serlo en tanto individuo. Y en esto reside una grandeza que puedo comprender, pero que no puedo esperar, pues me falta el valor para ello. Pero se trata también de algo espantoso -y esto puedo concebirlo todavía mejor.” (Ib., 63)

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