EDICIÓN FACSIMILAR DE 52 MANUSCRITOS AL CUIDADO DE JUAN FLÓ Y STEPHEN M. HART CON ESTUDIO PRELIMINAR DE JUAN FLÓ Y NOTAS DE STEPHEN M. HART
TERCERA ENTREGA
JUAN FLÓ / NOTA SOBRE LA HISTORIA DE LOS MANUSCRITOS (3)
La última carta de Georgette nos confirma casi todo lo anterior pero traspuesto en una clave dramática y acusadora. Desde el encabezamiento en el que Rama pasa de ser ‘querido y recordado’ como reza alguna carta anterior, a mero ‘Señor Ángel Rama’, Georgette muestra su irritación fundada en la resistencia de Rama a Neale y en la propuesta de una edición separada de los manuscritos. Cita Georgette en esta carta del 12 / 6 / 78, otra suya del 25 / 2 / 77, en que ante la poca voluntad de Rama para aceptar a Neale le dice: ‘Ud. me asesta el golpe más mortal y definitivo.’ Y para justificar su rechazo a Jean Franco como prologuista, Georgette incluye en el sobre un recorte con una crítica muy agresiva de Emir Rodríguez Monegal contra Jean Franco. Asimismo cuenta, en la misma carta, que Neale le ha escrito diciendo que hará una reseña sobre el libro de Jean Franco, y que ‘la hará a sabiendas de que no le agradará mi opinión’ (obviamente a Jean Franco). (6) También por esa carta nos enteramos que, al final de cuentas, Rama y el consejo directivo de la Biblioteca Ayacucho habían cedido y aceptado a Neale como prologuista. Georgette es informada por Rama que el 11 / 8 /77 le ha escrito a Neale en ese sentido. De todos modos la enfermedad de Neale volvió imposible imponerlo de la tarea. En el mismo sobre Georgette adjunta otro recorte con un artículo periodístico de Enrique Ballón Aguirre que critica fuertemente a Larrea, publicado en El Comercio de Lima, (10 / 6 /78). De Ballón dice Georgette en la misma carta que ‘le tenía muy presente’ y que fue quien le escribió para que se pusiera en contacto con Rama al enfermarse Neale.
Era la víspera de la transacción final: Ballón se hizo cargo de la introducción y la cronología de la Obra poética de Vallejo publicada por la Biblioteca Ayacucho en 1979. Ángel Rama, seguramente ya harto, no debe haber leído con demasiado cuidado el trabajo de Ballón ya que en él, más allá de sus discutibles inclusiones han sobrevivido algunas cosas curiosas. Así, por ejemplo, Ballón cita un texto de Vallejo de 1924 que menciona a Carpentier. Ballón -a pesar de que podían haberlo orientado las referencias a los ‘puñetazos’, y al boxeador argentino Firpo, que también figuran en dicho texto- confunde a ese Carpentier, famoso pugilista francés, con Alejo Carpentier y, lo que es más admirable como prueba de erudición fantasmagórica, menciona un texto de Alejo de 1927 que, se supone, ilustra la cita.
Esta pequeña historia que me detuve en relatar tiene como protagonistas la extraña personalidad de Georgette y la tenacidad y la habilidad de Rama para sostener durante tres años una negociación casi imposible. Es a esa habilidad que le debemos que inicialmente haya seducido a Georgette y de esa manera haya logrado la supervivencia de estos documentos. Así como su tenacidad, aunque menor que la de Georgette, permitió, al fin de cuentas, que Vallejo figurara en la Biblioteca Ayacucho.
El enigma que subsiste es el de la contradictoria conducta de Georgette respecto respecto a los manuscritos. Esos manuscritos que durante décadas fueron secuestrados y sólo tardíamente entregados para su publicación, pero de tal modo que esa entrega inicial fuese seguida, casi de inmediato, de exigencias que volvieran la publicación imposible.
La única hipótesis que he podido construir que cuadre con estas desconcertantes actitudes de Georgette es la de que en Georgette existió siempre un doble conflicto, nunca resuelto. Un conflicto entre su admiración por Vallejo, y, por otra parte, una suerte de odio o resentimiento por él. Y otro conflicto entre la admiración que por la poesía de Vallejo tuvieron sus amigos y luego el mundo entero -admiración que ella se vio obligada a compartir- y una profunda desconfianza acerca de la buena ley de una obra tan ajena a la idea convencional, que Georgette mantuvo siempre, de lo que es la poesía.
Ambos conflictos, de ser cierto lo que digo, seguramente no estuvieron separados y se deben haber realimentado, sobre todo en la medida en que Georgette se erigió en custodio, intérprete y medium de la obra y de la personalidad del poeta. En una de las cartas (29 / 12 /76) a Rama Georgette dice: ‘Cuando algo por fin se hace en ese continente, el tiempo transcurrido por la espera inmóvil, embrutecedora, ha disuelto y hecho tomar en horror dicha realización. Hasta nuestra edición había de ser una nueva tortura. Toda América Latina no es más que una red de argollas y sabemos lo que son las argollas. Han logrado hacerme odiar, execrar a Vallejo y a su obra.’ Esta declaración que tiene el tono tremendista y algo impostado propio de Georgette es, de todos modos, una confesión inquietante. Suena extraño que las dificultades para cumplir su misión -dificultades que ella cree que le son impuestas por el medio- terminen por hacerle odiar a Vallejo y a su obra. Y es tentador suponer que el odio que tiene al medio se ha fusionado con un odio inconfesable a Vallejo que, al fin de cuentas, se revela en esas palabras terribles.
Hay también en las cartas de Rama una reiteración extremadamente enfática de un punto que Georgette siempre enfatizó: según ella Vallejo no es solamente un poeta y su obra narrativa, periodística y dramática debe ser considerada tan importante, por lo menos, como su poesía. Transcribo un fragmento de su carta a Rama del 25 / 5 / 76:
Mi mayor amargura es pensar que hasta la fecha nadie conozca la obra completa de Vallejo, quien no es sólo un poeta, término más o menos sinónimo de ocioso y no exento de un cierto sentimiento peyorativo. En mis ‘Apuntes’, que he vuelto a completar este año, vuelvo a insistir sobre Vallejo: poeta, cuentista, novelista, ensayista, dramaturgo, periodista abarcando ‘toda la realidad literaria y social de su tiempo’ (Paoli) y hasta sociólogo y psiquiatra (especialistas habiéndome preguntado en más de una oportunidad dónde y qué estudios había hecho Vallejo de esas materias). Vallejo era un escritor en toda la plenitud de la palabra (y esto desde que él empezó a escribir.) Pbra poética y obra en prosa, del Perú o de Europa, se ‘enterpenetran’ (?), son indiscutiblemente inseparables. Las escribió con igual pasión y legitimidad completándose a igual nivel y valor. No considerar en Vallejo más que al ‘poeta’ es arrancar un ojo a su mirada, ‘desvertebrar’ y emascular la integridad de su poder de enfoque.
Y en la carta del 12 / 5 / 85 reitera: ‘Entre paréntesis e insisto sobre este punto en mis “Apuntes”, Vallejo no es el “poeta”. Vallejo es un escritor en toda la amplitud de la palabra. “El poeta” hasta es peyorativo.’ (7)
Podemos leer caritativamente estas afirmaciones considerando que comportan una sobrevaloración de la obra en prosa de Vallejo y que, indirectamente, acusan, con cierta razón, a los críticos y a los editores por la oscuridad a la que fue condenada esa parte de la producción. Sin embargo, no me parece que puedan ponerse en pie de igualdad, por un lado, su narrativa, sus artículos y su teatro y, por el otro, su poesía si no se empieza por ignorar el carácter absolutamente extraordinario de ésta. No olvidemos que, dado que casi nunca le leía o mostraba sus poemas (según Georgette lo reconoció en algún momento para explicar que, a la muerte del poeta, muchos de ellos le eran totalmente desconocidos) es posible pensar que ni Vallejo estimaba mucho su juicio, ni la curiosidad o la devoción de Georgette por la poesía de su esposo la movieran lo suficiente para leer lo que no se le mostraba.
En ese sentido me parece persuasiva la hipótesis de que en Georgette siempre anidó algo así como una desconfianza en el valor peculiar de esa poesía, y que, por lo tanto, buscó sustentarla en las ideas y la militancia de Vallejo y, por lo tanto, en el conjunto de las obras que las testimonian. Por eso es que también me parece una hipótesis verosímil la de que su resistencia a dar a conocer los manuscritos que aquí se reproducen tiene su raíz en esa misma desconfianza. No hay que olvidar que Georgette siempre afirmó que las fechas de las copias dactilográficas no eran necesariamente las de la redacción de los poemas, con la intención de rebatir las afirmaciones de quienes sostenían que hubo un período de muchos años en los cuales la producción poética de Vallejo fue muy escasa. Y llegó a afirmar que era impensable que un gran poeta dejara de escribir poesía durante largos años.
Asimismo los manuscritos revelan no sólo que hay buenas razones para sostener que, muy probablemente, las fechas de las copias dactilográficas registran el día de la redacción, sino que revelan también un modo de producción que Georgette no podía concebir como legítimo. Pienso que Georgette no quiso difundir los manuscritos porque, desde su óptica, ponen en entredicho la validez de esa poesía.
Es fácil imaginar que ésa fuese la reacción de Georgette ante manuscritos que documentan que Vallejo escribía su poesía en un único borrador acribillado, en el que, muy probablemente, en un trabajo continuado de algunas horas, llegaba a una versión sustancialmente lograda. Y tampoco es extraño que Georgette no quisiera difundir unos manuscritos que también documentan que la sustitución de las palabras semeja un juego en el que los sentidos aparentan ser irrelevantes, puesto que, en muchos casos, Vallejo tacha un adjetivo para sustituirlo por el contrario o un sustantivo para sustituirlo por otro que parece absolutamente ajeno al anterior.
Quizá, si es cierto que Georgette destruyó los manuscritos, eso ocurrió por los motivos que vengo de aducir. Probablemente había olvidado que sobrevivían las fotografías que han permitido esta edición.
Notas
7) Es de señalar que Rama, en el título de su artículo sobre los manuscritos de Vallejo, publicado en El Universal de Caracas, seguramente teniendo en cuenta la vehemente opinión de Georgette, se aviene a titularlo ‘Los manuscritos del escritor Vallejo’.
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