traducción de José Ferrater Mora
SEXAGÉSIMA ENTREGA
XIX
LA LIBERTAD (3)
Y, en efecto, si la libertad es la libertad de elegir entre el bien y el mal, entonces esa libertad debería ser también inherente al Creador en tanto que Ser libre por excelencia. Por consiguiente, sería perfectamente admisible suponer que, habiendo podido elegir entre el bien y el mal, el Creador hubiese podido elegir el mal. Este problema fue un verdadero crux interpetuum para el pensamiento filosófico medieval. No se podía renunciar a la idea de que la libertad fuese la libertad de elegir entre el bien y el mal. Cautivada por la especulación griega, la Edad Media no conseguía establecer (y no se atrevía a establecer) una separación entre el punto de vista religioso y el punto de vista ético. Por otro lado, no se podía admitir que Dios “tuviese derecho” a preferir el mal.
De esta “contradicción insoluble” -que deja traslucir la oposición eterna entre la revelación bíblica y la filosofía especulativa- ha surgido la doctrina “paradójica” de Duns Escoto. Este filósofo hizo saltar las bases tradicionales sobre las cuales sus predecesores había edificado la ética cristiana. Fue el primero que se atrevió a pronunciar la palabra terrible, insoportable para la razón y que cuidadosamente ocultaban los más piadosos filósofos: lo arbitrario. Dios es arbitrario: ningún principio, ninguna ley puede dominarle. Lo que Él acepta es el bien. Lo que Él rechaza es el mal. Dios no elige entre el bien y el mal, dando su amor al primero y detestando el segundo, como Platón pensaba. Por el contrario: lo que Él ama es el bien, lo que Él no ama es el mal. Dios crea el bien y el mal de la Nada, que no le opone ninguna resistencia, del mismo modo que ha creado el universo de la Nada. El sucesor de Duns Escoto, Guillermo de Occam, repitió estas afirmaciones y las desarrolló todavía con más fuerza. No puede haber ninguna duda al respecto: la doctrina de Duns Escoto y de Guillermo de Occam está en pleno acuerdo con el espíritu y la letra de la Biblia. Pero la arbitrariedad, la libertad ilimitada, aun la de Dios, constituye la sentencia de muerte para la filosofía especulativa: la filosofía especulativa no puede construir nada sobre la arbitrariedad, pierde pie en ella. Y, en efecto, Guillermo de Occam y Duns Escoto son los dos últimos pensadores independientes de la Edad Media. Tras ellos comienza la “descomposición dre la escolástica”, así como después de Plotino y de su afán de “volar por encima del conocimiento” se hizo imposible el desarrollo ulterior de la filosofía helénica. Hay que “volar por encima” de lo ético, o si este vuelo es superior a las fuerzas humanas y resulta por su misma esencia imposible, hay que renunciar para siempre a la “revelación” y al que se manifiesta en ella, soportando dócilmente el yugo de las verdades eternas y de las leyes increadas.
La filosofía moderna ha elegido el segundo camino: el porvenir demostrará hacia dónde nos conduce. Pero la Edad Media temía tanto las verdades eternas y las leyes increadas como la arbitrariedad divina. Se diría que los pensadores medievales habían presentido que lo que confiere a la verdad, a la ley y al hombre su significación y su valor no es el hecho de ser increados, independientes frente a Dios. Por el contrario: la independencia ante Dios, el hecho de ser increados no sólo no les agrega nada, sino que los priva de lo esencial. Todo lo que no ha sido creado se halla por este mismo hecho privado de gracia, frustrado y, por consiguiente, sometido a una existencia ilusoria. Todo lo que se ha “liberado” de Dios se entrega al poder de la Nada. La “dependencia” de Dios es la libertad frente a la Nada, la cual, justamente por ser increada, chupa como si fuese un vampiro la sangre de todo lo viviente. Lo que nos ha dicho Kierkegaard acerca de la “inmutabilidad” que ha paralizado no sólo al hombre, sino también al Creador, nos muestra con precisión desconcertante lo que les ocurre a las verdades y a los principios cuando, después de haber olvidado su papel subalterno, intentar usurpar los derechos supremos.
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