Como no podía ser menos, la charla con el cineasta se celebra a la sombra de Mulholland Drive, la popular calle angelina perdida entre las montañas que da título a una de sus últimas películas y el área en la que Lynch reside y tiene su estudio. En la entrada al visitante le recibe un montaje de imágenes y sonidos donde es fácil reconocer fragmentos de Twin Peaks, serie de culto que se adelantó a la cacareada edad de oro de la televisión actual, una caja cerrada etiquetada con las palabras “fotografías turbadoras” y un espresso orgánico David Lynch (sí, también hace café). Ya conoce España, pero esta vez se siente “como un niño con zapatos nuevos” ante un viaje donde no tendrá que promocionar una película —han pasado casi siete años desde su último estreno— o atender a las necesidades del marketing de Hollywood. Va a Madrid a compartir lo que más disfruta, a divulgar lo que más ama: Lynch clausurará Rizoma con una clase magistral sobre la meditación transcendental el próximo martes 15. “También amo mi trabajo. Amo el cine, las imágenes, la música, la arquitectura. Pero la clave está en la meditación transcendental. Es lo único que mejora mi obra”, añade. Se le escapa una tos perruna que apaga entre cigarrillos y cerrándose un poco más la chaqueta raída que viste, resguardándose en el estudio del sol de justicia que cae en el resto de California.
Además de transcendental, la obra de Lynch transciende todos los campos artísticos. En noviembre inaugura una exposición de pintura en Los Ángeles, en París tiene actualmente una de fotografía, sigue con su trabajo como litógrafo y en Internet ya está a la venta su último álbum musical, The big dream. Hay más cosas, incluso planes cinematográficos, la parte de su obra por la que es reverenciado. Pero lo que religiosamente cumple desde hace 40 años, 20 minutos y dos veces al día, es con la meditación transcendental. Y de eso es de lo que quiere hablar. “Yo también pensé cuando The Beatles conocieron al Maharishi en 1967 que hicieran lo que quisieran pero que se dejaran de monsergas y se pusieran a componer”, reconoce con honestidad y una sonrisa cómplice. Por aquel entonces Lynch quería ser pintor, había empezado a rodar “peliculitas” y tenía “interés cero” en cualquier otra cosa. Fue su hermana quien le hizo interesarse por la meditación transcendental; no solo por lo que le dijo sobre el pozo de energía, felicidad y creatividad que hay en nuestro interior sino por la seguridad que notó en su voz. “Yo ya había hecho mi primera película, Cabeza borradora, tenía todos los medios a mi alcance, controlaba un miniestudio, estaba en una posición perfecta en la industria y sin embargo me veía mirando a la pared y si miraba dentro, el que debía ser el hombre más feliz del mundo estaba hueco”.
Lynch se pone como ejemplo de una transformación que recomienda a todos. No importa la edad, la clase social o su cultura. “Mientras seas un humano, la meditación transcendental funciona”, asegura de una técnica que mediante la fundación que lleva su nombre ha educado a más de 300.000 personas en 30 países. “La meditación transcendental es la técnica que nos permite acceder la felicidad, al entendimiento, a las llaves del reino que están en nuestro interior. Y cuando acabas te sientes rejuvenecido, las ideas fluyen, la creatividad crece gracias a este océano ilimitado, eterno e inmutable de conciencia que está dentro de ti”, añade.
Sin embargo, mientras desgrana su discurso, no puede dejar de pensar que su última película, Inland Empire, data de 2006, y que desde entonces solo ha rodado cortometrajes y documentales. ¿Le está fallando la meditación? “Las ideas fluyen. He escrito un guion y tengo otros proyectos de los que no puedo hablar pero la industria del cine ha cambiado. Ellos solo hacen números y mis películas no pueden garantizar los beneficios", admite con naturalidad. Irónica ausencia de un cerebro descrito como “el hombre renacentista del cine moderno estadounidense”, un autor que popularizó el surrealismo en el cine. “Ya no hay cines de arte y ensayo. En su lugar está la televisión de pago”, asegura, y explica que admira Mad Men y Breaking Bad. ¿Ve su futuro en ese medio? ¿O en Internet? La pausa para dar una provechosa calada a su cigarro es larga. También la tos. “El mundo digital es increíble y de una forma extraña me ha devuelto a mi etapa de cortometrajista”, comenta riendo. “Pero no es la gran pantalla. No es la misma experiencia. Y trabajar en filme, en película… ¡Es tan bello!”.
Fuente y más información: www.elpais.com
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