DECIMONOVENA ENTREGA
5. El Nuevo Uruguay Internacional (5)
El Uruguay como problema problematiza todas las políticas uruguayas, que encubren su anquilosamiento con el verbalismo. La diplomacia se nos hará un menester vital ¿podemos prescindir de Paraguay y Bolivia? ¿De Chile? ¿Hacer condenaciones estáticas y globales que cierren el apoyo recíproco? Si el destino uruguayo se nos aparece como el asumir simultáneo de la Banda Oriental y la Provincia Cisplatina, ello nos exige en todos los planos, económico, universitario, etc., un firme entendimiento con Paraguay, Bolivia, Chile, como contrapeso, para aumentar las posibilidades de negociación en beneficio del país. Deberemos pues discriminar atentamente nuestros intereses permanentes y la contingencia de los gobiernos, matizar firmemente los juicios, ver qué es lo reaccionario y lo progresista de un gobierno.
Un criterio esencial será en qué grado se encamina o no hacia la realización de la Cuenca. Por supuesto, que esto no es lo único, pero nunca debe ser dejado de lado. Y eso sí, cuanto más intervengamos, más aferrados al Principio de No Intervención para preservarnos; sólo que su ejercicio tendrá que ser más dinámico, más difícil que en las fenecidas y sencillas circunstancias anteriores. Si el CIDE ha dictaminado que “un modelo de progreso económico y social se ha agotado”, vemos cómo su alcance afecta todos los planos de la vida del país y hasta qué hondura radical. Nuestras raíces están a la intemperie. Los hábitos no sirven, y a la racionalización interna corresponde la racionalización externa. Cuando caen las costumbres apelamos a la razón. Ella es la única compañera fiel de la aventura, siempre que sea movida por la fe. No evacuemos a la razón de la realidad, que es su amiga.
“El que sólo conoce a su propio país, tampoco conoce a éste”, reza un antiguo aforismo. Es lo que nos ha ocurrido. El Plan del CIDE o el Modelo de Faroppa están construidos dentro de las coordenadas del viejo Uruguay, suponen sin expresarlo nuestra inserción europea y así la Cuenca del Plata y América Latina son un borroso telón. No rompen con los presupuestos últimos del Uruguay battlista, que hoy agoniza, y en términos marineros está dando una “vuelta de campana”. El CIDE dice que un “modelo” ha terminado, pero no propone otro sustitutivo, sino simplemente un recauchutaje racional del que ya está: un mejor uso y avaluación. En rigor, no formulan otro modelo.
El CIDE y Faroppa ignoran los procesos argentinos y brasileños, sin los cuales planificar el Uruguay revierte en lo antiguo. Si la economía mundial no puede colocarse al lado, yuxtapuesta a la economía del país, la economía latinoamericana en ciernes y menos aún la Cuenca del Plata tampoco podrán colocarse al lado, yuxtapuestas a los Estados latinoamericanos. Justamente, pensar y prever la Cuenca significa en algún grado emanciparse de los espacios estatales, desde la intimidad misma del Estado. ¿El comercio internacional o latinoamericano es y será sólo un intercambio entre espacios estatales? Eso es un mito, considerar a los países como “puntos” en que su situación regional no es apreciada. No es así, y será menos así en el futuro. La ALALC, que no es un fracaso como algunos se apresuran a proclamar (¡qué dificultad establecer contactos entre firmas de Perú y Uruguay, por ejemplo, en comparación con los contactos con Rótterdam o Londres o Hamburgo, etc.! ¡Fácil porque es una madeja de intercambios con la eficiencia de siglos de elaboración!) pues ha más que duplicado el comercio interzonal, supone esos estados puntuales; y por eso, su rol es forzosamente limitado. Pero ahora se nos exige mucho más con la Cuenca del Plata y el próximo Mercado Común. Nos es indispensable conocer, e intervenir en su elección, los posibles polos de desarrollo latinoamericanos y principalmente platenses, teniendo en cuenta desde nuestro punto de vista no sólo los puntos donde la producción logre la combinación menos costosa de factores, sino también la propagación de sus efectos en beneficio de los países participantes, y especialmente el nuestro.
Ese orden espacial cualitativo será el fondo sobre el cual se proyectarán nuestras políticas estatales, y ello abrirá, por supuesto y lo repetimos, una dura era de tensiones entre los espacios estatales y los espacios económicos. Pero esa es tarea ya primordial, urgente, para que nuestra diplomacia deje de ser con prontitud sociabilidad y turismo rentado. No es ésta sin embargo una crítica absoluta, por cuanto, aparte de inercias, la historia corre rápido y entre tanto hay que enfrentar las cosas más o menos en los mismos trillos, potenciando y reajustando lo que somos, para cubrir el período de transición, para que no nos tomen los acontecimientos totalmente desamparados, y retorcer el pescuezo al monstruo bifronte de Keynes y Quesnay. El Uruguay puede aún potenciar su productividad con una adecuada racionalización de su gigantesco y amorfo aparato estatal y enfrentar la cuestión de la reforma agraria. Sólo con un “Estado en forma” podemos negociar medianamente. Y eso nos será costoso, en un país que no tuvo necesidad nunca de enterarse de “costos” verdaderos. La pobreza en que estamos cayendo nos lo hará saber, a la vez que se nos imponga reacuñar desde la nueva perspectiva al Estado entero, en toda su gama de actividades (desde los transportes hasta la enseñanza). Es decir, el nuevo modelo sustitutivo implica un nuevo modelo más amplio: el de la Cuenca del Plata. Lo de ahora es lo provisorio de una transición.
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