DECIMOCUARTA ENTREGA
5. El Nuevo Uruguay Internacional (1)
La historia se nos cuela por el vacío de la renta diferencial. Un fresco y afilado viento de realidad comienza a disipar la atmósfera enrarecida y perpleja de un Uruguay aferrado, a pesar de la advertencia de 1958, al “aquí no pasaba nada”. Porque, sí, ¿qué pasa? ¡Y sin embargo se mueve! Y es en los tránsitos inciertos que la inteligencia debe estar más en vigilia. Inteligencia que poco tiene que ver con las presumibles crisis histéricas de nuestro idealismo agonizante. Nos encontramos ahora enfrentados a la situación que describe Hans Freyer: “Las épocas felices de un orden estatal positivo no precisan de una ciencia especial de las condiciones y leyes de la vida social, y si llegan a poseerla, es sólo una teoría de lo existente. Sólo cuando los hechos sociales se escapan a la forma estatal en que se hallan presos, la hacen saltar a pedazos o pasan por encima de ella, es cuando se plantea el tema de estudiar científicamente ese material con leyes propias, la ‘sociedad’, descubriendo en lo posible las leyes naturales de su desenvolvimiento”.[22] Sociedad estable es sociedad de juristas y leguleyos. Los conflictos se resuelven por distintas abogacías en múltiples tribunales, oficiales o no. Es más el reino de las “mediaciones” que de las contradicciones. ¿Cómo no hacer del Derecho y la Constitución mitos intangibles, si el país tenía medio siglo largo de paz?
Y los conflictos se resolvieron por “reformas constitucionales”, que dan la medida de su tibieza. Pero los cánones se ven rebasados, y la precaución uruguaya termina disolviendo definitivamente la mitología inocente del Colegiado, naufragio de inoperancia, y trata de domar de antemano al cesarismo posible, abriéndole cauces institucionales, que disminuyan su impacto. Ya el Uruguay presente sabe que no es puro presente, que está lanzado al futuro. Por eso, pensar al Uruguay de hoy no es pintarlo como es, copiarlo, sino proyectarlo. La fotografía, aún verídica, ya es un acto de conservatismo.
Hoy más que nunca, nuestra política se hace prospectiva, conocimiento y apuesta, evaluación de las posibilidades que en gran medida, sabemos, no dependen de nosotros. Pero eso no nos exime de querer poder realmente, de las opciones al servicio de los valores en que creamos. Y la opción por un valor es también la opción por su eficacia. Elegir la justicia, es elegir también el poder, por más contrariedades que esto implique. Quien no quiera el poder, no quiere nada. Incluso para poner límites al poder. Y como sólo se puede en situación, hay que remover nuevamente: ¿cuál es la situación actual del Uruguay Internacional? ¿Qué perspectivas se abren? Aquí, perseguir el dominio del objeto, conocer, se confunde con las posibilidades de reconformar políticamente la sociedad. Empleando el viejo lenguaje de Saint Simon y Comte, pasamos de una “época positiva” a una “época crítica”. ¿Cuáles los supuestos geopolíticos de esta nueva época uruguaya crítica? Una época en que “sin visión los pueblos mueren”. Retomamos así el hilo de la primera parte, con la sucesión de los tres Imperios.
Estamos en el tercer ciclo de la historia de América Latina, el del Imperio Yanqui. La parte norte y anglosajona de la Isla continental ha levantado la más imponente potencia industrial capitalista de nuestro tiempo. Su destino ha sido simétricamente inverso al de América Latina. Logra su independencia antes de la consolidación de la Revolución Industrial Inglesa, y se expande en progresiva integración usufructuando sagazmente los conflictos de las potencias europeas. Emprende una persistente marcha hacia el Océano Pacífico, cuya víctima principal será Méjico y luego, en la guerra de Secesión, el norte industrial destroza al sur agrario, aristocrático y esclavista. De tal modo, una fuerte política de proteccionismo industrial se hace general, al revés de América Latina que en el mismo período era presa de la orgía librecambista y spenceriana. Mientras los EE.UU. inspiran a Von Lizt para el nacimiento de la economía nacional-industrial alemana, los patriciados latinoamericanos eran el reverso agropecuario de Adam Smith, Ricardo y el vulgarizador Bastiat. Lo que EE.UU. resuelve por la violencia en la Guerra de Secesión, hace un siglo, recién comenzará a plantearse en América Latina en nuestros días con el choque del naciente desarrollo industrial y el sistema agroexportador, que cuenta ahora con la complicidad yanqui, así como entonces los sureños contaban con la complicidad inglesa. ¡Paradojas de la historia!
Mientras que Norteamérica forma un triángulo cuya mayor extensión se encuentra con amplias llanuras y las mejores condiciones geoclimáticas, lo que ha facilitado su gigantesca expansión unificadora, América del Sur es también un triángulo cuya mayor anchura la cubre el “infierno verde” de la olla amazónica. Así, un desierto ecuatorial descoyunta a América Latina en dos zonas principales pero casi incomunicadas: la zona del Mediterráneo Caribeño, que comprende Méjico, Centroamérica, las Antillas, Colombia y Venezuela y la zona del “Cono Sur”, cuyo centro vital es la Cuenca del Plata. Y un como gozne mediador entre esas dos zonas, que son los países andinos. En tanto que lo mejor de Estados Unidos está en su zona más ancha, lo mejor de América del Sur está en su zona más estrecha. Pero en la desembocadura de esa zona óptima de América del Sur está el Uruguay.
Como es lógico, el primer avance yanqui se realiza en el Mediterráneo americano. Su culminación será la guerra de Cuba y Puerto Rico contra España y la apertura del Canal de Panamá, luego de inventar una nueva república a costa de Colombia. En Panamá se sella la retirada inglesa del Mediterráneo caribeño al abrirse el siglo XX.
En aquel momento, en que concluye el resto americano de la madre patria España y en que Inglaterra efectúa su primer gran retroceso ante el “tercer hombre”, el Caribe se hace un mar virtualmente yanqui y el nuevo Imperio proyecta su sombra sobre América Latina: también resuena en la postración latinoamericana la nueva alborada de su voz, del eco bolivariano, en el Ariel de Rodó, un uruguayo. Rodó es nuestro Fichte, y su Ariel el Discurso a la Nación Latinoamericana, en un plano ético e ideal. Fue un reguero de pólvora; desde su balcanización, América Latina soñaba otra vez su unidad. Y Rubén convocaba a los leoncitos para enfrentar al Gran Cazador de Teodoro Roosevelt. En aquél momento renace la unidad latinoamericana en el plano de la generación literaria, del “modernismo”, donde se congregan, en el auge finisecular del imperialismo, el ápice de las enajenaciones y exotismos con el regreso a las raíces nacionales. Un Manuel Ugarte, argentino, recorre nuestras patrias chicas levantando la visión de la Patria Grande; un García Calderón, peruano, intenta pensar por primera vez, de modo concreto, globalmente el proceso histórico latinoamericano. Nueva tesis, nueva antítesis. Con el siglo XX se inaugura a la vez el tercer Imperio y la formación de la conciencia latinoamericana. Se emprende la larga marcha por la formación nacional de América Latina. “Será la paradoja del avance del nuevo Imperio Yanqui: a cada paso suyo adelante, habrá un paso delante de su contrario, la unidad latinoamericana”. Así, su camino será inverso del inglés. Promueve como su instrumento al Panamericanismo, que se inicia a fines del siglo XIX con su primera proposición concreta: la unión aduanera. Pero como ella no podía tener otra consecuencia que la subordinación absoluta al poder industrial yanqui, fue declinada por los latinoamericanos. La fruta todavía estaba verde, y el inglés era aún fuerte.
Así, el siglo XX presencia el despliegue de Estados Unidos en América Latina, que se consolida en la Segunda Guerra Mundial. El viejo poder europeo está destrozado y se levanta el Tercer Mundo de los descolonizados, con su nuevo vigor. Hambre y natalidad son su tragedia y su fuerza. Las sangrientas crisis del capitalismo europeo y sus guerras intestinas le habían liquidado su supremacía mundial. La Primera Guerra Mundial fue el nacimiento del primer Estado Socialista en la inmensa Rusia, y Estados Unidos pasó a acreedor universal. La Segunda Guerra Mundial es la rebelión del Tercer Mundo, la expansión del socialismo en el este europeo y China, y el paso de Estados Unidos a líder absoluto del mundo capitalista. Su productividad alcanza niveles asombrosos y hasta se convierte en exportador de productos agrarios a los países agrarios atrasados. Señala Spykman: “Estados Unidos ocupa una situación única en el mundo. Su territorio pertenece a aquella mitad del globo de las grandes masas terrestres y sus dimensiones son las de un verdadero continente, con todo lo que esto representa en términos de poder económico. Asomado a dos océanos, Estados Unidos tiene acceso directo a las arterias comerciales más importantes del mundo. Su dominio está enclavado entre las dos aglomeraciones de población densa de la Europa occidental y del Asia Oriental y, por lo tanto, entre las zonas de mayor importancia económica, política y militar”.[23] De tal modo la posición de Estados Unidos en la Isla Continental, similar simultáneamente a la de Gran Bretaña frente a Europa y a la de Japón frente a Asia, le hace convertir a éstas últimas en su trampolín para detener la expansión del mundo comunista en la Isla Mundial. Y a la vez convierte desde la década del '40 a la Isla Continental en su coto cerrado y afirma a través del sistema panamericano, perfeccionado en Chapultepec, Río de Janeiro y Bogotá, su hegemonía exclusiva. La OEA será el ministerio de sus semicolonias.
Pero las crisis destructivas del capitalismo son la oportunidad de desarrollo de los pueblos sumergidos. Crisis metropolitana es impulso a la periferia; impulso metropolitano es crisis periférica. Para América Latina, la Segunda Guerra Mundial tuvo también otras consecuencias: es la ola más fuertemente industrializadora que la recorre, por la vacancia europea y la forzosa distracción norteamericana. Perón, Vargas y Cárdenas serán sus expresiones máximas (acusados los tres, por coincidencia, de “fascistas”, para encerrarlos en un leprosario). Entre nosotros será Luis Batlle, que hará contradictoriamente el juego al imperialismo y a la oligarquía bonaerense contra su hermano gemelo y mayor, Perón. No extraía verdaderas consecuencias de que la industrialización argentina era la condición sine qua non de nuestra propia industrialización. Que nuestra industrialización era a la vez una consecuencia del amparo del poder industrializador argentino. Nuestra pequeñez productiva, menospreciable en el mercado mundial, sólo podía exportar manufactura, en tanto Argentina lo exigiera para su mayor volumen, como lo hizo, a través del IAPI. La caída de Perón fue el augurio de la caída de Luis Batlle y el receso industrial. Claro es que habría que matizar además la diferencia de nuestras propias situaciones, por cuanto Uruguay depende más radicalmente que la Argentina de su estructura agropecuaria. Esto explica, permítaseme una acotación personal, que yo haya sostenido a la vez posiciones “ruralistas” en el Uruguay, orientadas a su transformación agropecuaria en el sentido de una verdadera industria, trascendiendo el nivel fisiocrático, y defendido la industrialización argentina y brasileña y sus movimiento políticos nacionales, porque era la auténticamente nuestra, en contradicción con la contradictoria posición del batllismo de entonces, que era justamente inversa y sostenía a las reaccionarias fuerzas agrarias en Argentina y Brasil disfrazadas con el manto de las “uniones democráticas”. ¡Inercias vetustas, de un liberalismo formal trasnochado! Y una extraordinaria falta de sentido del significado profundo de los procesos latinoamericanos, obnubilados por el juridicismo. (Pero ¿cómo evitar la hipertrofia de un “civilismo” de tanto éxito? ¿Cómo no extrapolar nuestra maciza experiencia canónica y no sentir que lo que se desviara de ella era irracional? ¿Acaso podría ser difícil ser como uno, hijos de la facilidad? Y esta es la base de un cierto desdén o aire de su superioridad de uruguayo hacia los otros pueblos latinoamericanos, que juzgan, por pobres y violentos, más “ineptos”: sólo ven las consecuencias, sin percibir sus causas).
Notas
[22] Hans Freyerm, “Introducción a la Sociología”.
[23] Nicholas J. Spykman. “Estados Unidos frente al Mundo” (Ed. FCE, Méjico, 1944), pág. 49.
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