(Traducción de Isabel de Juan)
VIGESIMONOVENA ENTREGA
ZOOEY (23)
-No voy a colgarte ni nada -dijo-. Pero estoy…, no sé, estoy cansada, Zooey. Estoy agotada, francamente -escuchó, pero no hubo ninguna contestación. Cruzó las piernas-. Tú puedes seguir todo el día, pero yo no. Todo cuanto soy está siendo presionado. No es excesivamente agradable, ¿sabes? Tú crees que todo el mundo está hecho de hierro o algo parecido -escuchó. Empezó a hablar otra vez, pero se detuvo al oír que él carraspeaba.
-Yo no creo que todo el mundo esté hecho de hierro.
Esta frase abyectamente sencilla pareció perturbar a Franny bastante más que un continuado silencio. Rápidamente alargó la mano y cogió un cigarrillo de la caja de porcelana, pero no se dispuso a encenderlo.
-Pues cualquiera lo diría -dijo. Escuchó y esperó-. Bueno, ¿me has llamado por algún motivo especial? -preguntó bruscamente-. Quiero decir, ¿tienes algún motivo especial para llamarme?
-Ninguno en especial, hermana, ninguno en especial.
Franny esperó y el otro extremo habló de nuevo.
-Supongo que más o menos te he llamado para decirte que continúes con tu Oración de Jesús si lo deseas. Quiero decir que es asunto tuyo. Es asunto tuyo. Es una oración muy bonita, y no dejes que nadie te diga lo contrario.
-Ya lo sé -dijo Franny. Muy nerviosa, tendió la mano para coger la caja de cerillas.
-Creo que nunca he pretendido realmente impedirte que la rezaras. Por lo menos, creo que no. No lo sé. No sé qué demonios pasaba por mi cabeza. Hay una cosa que sé con certeza, sin embargo. No tengo ninguna maldita autoridad para hablarte como si fuera un profeta, y eso es lo que he hecho. Ya hemos tenido suficientes condenados profetas en esta familia. Eso me preocupa. Eso me asusta un poco.
Franny aprovechó la breve pausa que siguió para enderezar la espalda un poco, como si, por alguna razón, una buena postura, una postura mejor, pudiera resultarle útil en cualquier momento.
-Me asusta un poco, pero no me petrifica. Porque tú olvidas una cosa, tía. Cuando sentiste por primera vez el impulso, la llamada, de rezar la oración, no te pusiste inmediatamente a buscar un maestro por todos los rincones de la tierra. Te viniste a casa. Y no sólo te viniste casa, sino que te hundiste en una maldita depresión. Así que mirándolo desde cierto punto de vista, sólo tienes derecho a esperar loa consejos espirituales de baja categoría que podemos darte aquí, y nada más. Al menos sabes que no habrá motivos interesados en este manicomio. Podemos ser muchas cosas, pero no somos sospechosos, tía.
De pronto Franny intentó encender el pitillo con una sola mano. Consiguió abrir la caja de cerillas, pero un torpe intento de sacar una cerilla hizo que la caja cayera al suelo. Se agachó rápidamente y la recogió, dejando las carillas desparramadas en el suelo.
-Te diré una cosa, Franny. Una cosa que sé de seguro. Y no te enfades. No es nada malo. Perro, si lo que quieres es la vida religiosa, deberías saber ya que te estás perdiendo todos los malditos actos religiosos que se celebran en esta casa. Ni siquiera tienes el sentido común de bebértela cuando alguien te ofrece una taza de caldo de pollo consagrado, que es el único tipo de caldo de pollo que Bessie le ofrece a alguien en este manicomio. Así que dime, sólo dime. Aunque te fueras a buscar un maestro por el mundo entero, un gurú, un santón, para que te explicara cómo rezar adecuadamente la Oración de Jesús, ¿de qué te serviría? ¿Cómo demonios vas a reconocer a un legítimo santón cuando lo veas, si ni siquiera reconoces una taza de caldo de pollo consagrado cuando lo tienes delante de tus narices? ¿Me lo quieres decir?
Ahora Franny estaba sentada con la espalda anormalmente recta.
-Es sólo una pregunta. No deseo molestarte. ¿Te estoy molestando?
Franny contestó algo, pero evidentemente él no oyó su respuesta.
-¿Qué? No te he oído.
-He dicho que no. ¿Desde dónde llamas? ¿Dónde estás ahora?
-Oh, ¿qué más da dónde esté? Pierre, en Dakota del Sur, por amor de Dios. Escúchame, Franny…, perdona, no te indignes. Tengo una o dos cosas más, muy cortas, y luego me callo, te lo prometo. Pero ¿sabías, por casualidad, que Buddy y yo fuimos a verte actuar en la costa el verano pasado? ¿Sabías que te vimos en Playboy del mundo occidental una noche? Una noche espantosamente calurosa, por cierto. Pero ¿sabías que estuvimos allí?
Parecía necesario responder a eso. Franny se puso de pie, y volvió a sentarse inmediatamente. Apartó un poco el cenicero, como si le estorbase mucho.
-No, no lo sabía -contestó-. Nadie me dijo ni una… No, no lo sabía.
-Pues sí. Fuimos. Y te diré algo. Estuviste bien. Y cuando digo bien, quiero decir bien. Salvaste aquel maldito embrollo. Hasta aquellas langostas cocidas al sol que era el público lo notaron. Y ahora me entero de que has terminado con el teatro para siempre…, yo oigo cosas. Y recuerdo los discursos que hiciste al volver, al final de la temporada. ¡Oh, me irritas, Franny! Lo siento, pero es así. Has hecho el gran y asombroso descubrimiento de que la profesión de actor está llena de mercenarios y carniceros. Tal y como lo recuerdo, incluso parecías escandalizada porque no todos los acomodadores eran genios. ¿Qué te pasa, rica? ¿Dónde tienes el cerebro? Ya que has tenido una educación anormal, por lo menos, úsala, úsala. Puedes rezar la Oración de Jesús de aquí al día del Juicio Final, pero, si no comprendes que lo único que cuenta en la vida religiosa es el distanciamiento, no veo cómo vas a avanzar ni un paso. Distanciamiento, rica, y sólo distanciamiento. Desapego. “El cese de todo anhelo.” Es ese asunto del deseo, si quieres saber la condenada verdad, lo que hace a un actor, para empezar. ¿Por qué me obligas a decirte cosas que ya sabes? En algún momento del devenir, en alguna maldita encarnación, si lo prefieres, no sólo tuviste el deseo de ser actor o actriz, sino una buena actriz. Ahora estás atrapada. No puedes ignorar las consecuencias de tus propios anhelos. Causa y efecto, rica, causa y efecto. Lo único que puedes hacer ahora, la única cosa religiosa que puedes hacer, es actuar. Actúa para Dios, si quieres. ¿Qué podría ser más bonito? Al menos puedes intentarlo, si quieres, no hay nada malo en intentarlo -hubo una breve pausa-. Pero más vale que te pongas a ello, rica. La maldita arena se escapa entre los dedos cada vez que das media vuelta. Sé lo que me digo. En este maldito y fenomenal mundo, tienes suerte si te dan tiempo para estornudar -otra pausa, aun más breve-. Antes me preocupaba eso. Ahora ya no mucho. Por lo menos sigo enamorado de la calavera de Yorick. Por lo menos tengo tiempo suficiente para seguir enamorado de la calavera de Yorick. Quiero tener una calavera honorable cuando me muera. Anhelo una honorable calavera como la de Yorick. Y tú también, Franny Glass. Tú también, tú también. Oh, Dios mío, ¿de qué sirve hablar? Tú tuviste exactamente la misma condenada y rara formación que yo, y si a esta altura no sabes qué clase de calavera deseas tener cuando te mueras, y qué has de hacer para ganártela…, quiero decir que si a estas alturas no sabes al menos que cuando eres actriz hasta de actuar, entonces, ¿de qué sirve hablar?
Ahora Franny se apretaba la mejilla con la palma de su mano libre, como si tuviese un espantoso dolor de muelas.
-Una cosa más. Y se acabó. Te lo prometo. Pero la cuestión es que, al volver a casa, despotricarse y gritaste acerca de la estupidez del público. Esa maldita “risa inoportuna” procedente de la fila cinco. Y es cierto, es cierto, bien sabe Dios que es deprimente. No digo que no lo sea. Pero no es asunto tuyo, Franny. El único objetivo de un artista debe ser aspirar a alguna clase de perfección, y en sus propios términos, en los de nadie más. Tú no tienes derecho a pensar en esas cosas, te lo juro. Al menos, no en un sentido real. ¿Sabes a qué me refiero?
Hubo un silencio. Ambos lo dejaron transcurrir, al parecer sin impaciencia ni incomodidad. Parecía que a Franny le siguiera doliendo bastante un lado de la cara, pues continuaba con la mano puesta en la mejilla, pero su expresión era claramente serena.
La voz del otro extremo volvió a hablar.
-Recuerdo la quinta vez que participé en el Niño Sabio. Sustituí a Walt unas cuantas veces cuando estaba escayolado. ¿Te acuerdas de cuando estuvo escayolado? El caso es que empecé a protestar una noche, antes de la emisión. Seymour me había dicho que me limpiara los zapatos justo cuando salía por la puerta con Waker. Me puse furioso. El público del estudio era cretino, el locutor era un cretino, los patrocinadores también eran unos cretinos, y a mí no m edaba la real gana de limpiarme los zapatos para ellos, le contesté a Seymour. Le dije que además no podía verlos. Él replicó que de todas formas me los limpiara. Que lo hiciera por la señora Gorda. Yo no sabía de qué rayos me estaba hablando pero puso esa cara típica de Seymour, y le obedecí. Nunca llegó a explicarme quién era la señora Gorda, pero, desde entonces, yo me limpiaba los zapatos cada vez que iba a la radio; en todos los años en que tú y yo estuvimos juntos en el programa, si te acuerdas, creo que no se me olvidó hacerlo más que un par de veces. En mi mente se formó una imagen terriblemente clara de la Señora Gorda. Me la imaginaba sentada en el porche todo el santo día espantando moscas, con la radio a todo volumen de la mañana a la noche. Me figuraba que el calor era terrible y que probablemente ella tenía cáncer y… qué sé yo. El caso es que tenía clarísimo por qué Seymour quería que me limpiase los zapatos cada vez que iba al programa. Tenía sentido.
Franny estaba de pie. Había retirado la mano de la cabeza para sujetar el teléfono con las dos manos.
-A mí me dijo lo mismo -contestó-. Una vez me pidió que fuera graciosa para la Señora Gorda -apartó una mano del teléfono con ambas manos-. Nunca me la imaginé en un porche, pero tenía las piernas muy hinchadas y llenas de venas. Y estaba sentada en una horrorosa butaca de mimbre. ¡Pero tenía cáncer también y la radio a todo meter el día entero! ¡La mía también!
-Sí, sí, sí. Está bien. Deja que te diga algo ahora… ¿Me escuchas?
Franny, extremadamente tensa, asintió con la cabeza.
-No importa dónde actúa un actor. Puede ser en compañías de verano, en la radio, en la televisión, o incluso en un maldito teatro de Broadway, con el público más elegante, mejor alimentado y más bronceado que te puedas imaginar. Pero te contaré un terrible secreto… ¿Me escuchas? No hay nadie allí que no sea la Señora Gorda de Seymour. Y eso incluye a tu profesor Tupper, rica. Y a sus docenas de condenados primos. No hay nadie en ninguna parte que no sea la Señora Gorda de Seymour. ¿No lo sabías? ¿No sabías aun ese maldito secreto? Y ¿a que no sabes, escúchame bien, a que no sabe quién es en realidad la Señora Gorda? ¡Ah, rica! Es Cristo mismo. Cristo mismo, rica.
De pura alegría, al parecer, Franny no pudo hacer otra cosa que sostener el teléfono, incluso con las dos manos.
Durante medio minuto más o menos, no hubo más palabras ni discursos. Luego:
-No puedo seguir hablando.
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