jueves

EXCLUSIVO DESDE MÉXICO / ADRIANA TAFOYA



PERRO DE SOLEDAD DE SAÚL IBARGOYEN

(UN VISTAZO A SU ESQUELETO)

El universo que la engañosa luz nos permite ver
es una alfombra delicada y fugaz que cubre
los otros universos que jamás veremos.
Nimat-Ollah Wali


Perro de soledad, es un libro conformado por veinticuatro poemas, o dicho de mejor manera, cantos (aullidos, para adentrarnos en el tema cánido del poemario), tonos de un poeta que envía ondas de finísima penumbra a través de “polvaredas que restringen el mirar de la especie” y nos entrega en esta lírica un timbre que quebranta las “claves subjetivas” y ofusca los “códigos, sílabas, frases, signos” para destruir los “recursos, acentos, sugerencias”.

Hay una clave sintáctica que sostiene a Perro de soledad, la cual podemos buscar entre los recovecos y las diminutas pistas bajo la pelambre estilográfica, así como las huellas caninas que va dejando el poeta Saúl Ibargoyen entre sus versos que al llegar al oído se aprecian como la manifestación trastocada de un canto antiguo o tal vez un rezo que se descompone gramaticalmente en un alarido qawali, pues los sonidos se suceden y se van desprendiendo de un verso a otro como en una escalera que desciende al final del poema, igual que a la inversa, asciende desde las tierras del silencio, con analogías, a las nubes del significado.

En este libro, que es también en su totalidad, un cánido, digno de notar es, que únicamente encontramos tres textos en torno al símbolo del perro; el poema Einsamkeit (que en alemán significa soledad), Perro más perro y Abandono; trilogía que le da cuerpo a este libro. A su vez habita las páginas una triada femenina compuesta por los poemas La blasfemia, La niña de Uruapan y Niño de sombra, este último, veladamente guarda una figura femenina, cito versos: “es una forma de niño la que vemos / inclinada hacia un charco de luz muerta”. La que vemos inclinada es una ella que se refleja en el charco de la luz. Y es esta triple niña en el espejo la que le da cabeza al cuerpo del perro.

Al entrar en este libro, será de sumo interés para el lector especializado, así como para el curioso de profesión, reflexionar sobre a qué raza de perro se refiere Saúl Ibargoyen en este libro. O pensado de otro modo, se preguntará a qué simbología inclina este perro. Puesto que este símbolo nos ha acompañado a los seres humanos comunes y corrientes y a los que según se dice son de origen “divino” durante siglos, y a su vez a los que nos antecedieron, es valioso conocer cómo lo hicieron a lado de este compañero de andanzas, que ha fungido también como una especie de “espíritu” o “familiar” que acrecienta la energía, e incluso en otras culturas o tribus como compañero de los dioses en turno.

En lo que parece una escritura intrincada, va una flecha que toca directamente el inconsciente, e Ibargoyen penetra con sus versos abriendo a sus lectores un secreto panorama, que aunque invisible, se encuentra ahí, y hace que por la mente atraviesen las imágenes de este perro; ¿será que el poeta se refiere al perro blanco de orejas rojas; o a la imagen del perro en la runa de kaum?, ¿o al dios Anubis, señor de la necrópolis, que junto con Horus cuenta los corazones?; ¿o Anubis el que acompaña a Isis y tiene un lugar en su regazo?

Rascándole más, se podría pensar que es el perro con que se representa a Esculapio, como el perro Anubis (una vez más), compañero del egipcio Thoth, y el que siempre acompañaba a Melkarth, el Hércules fenicio, como símbolo del infierno, y a su vez símbolo de los sacerdotes del perro llamados Enarios, que atendían a la gran Diosa del mediterráneo oriental y se entregaban a frenesíes sodomíticos en los días caniculares cuando aparecía la estrella del perro, Sirio. No se sabe con certeza si sea alguno de estos perros, o quizá, el de los Calebitas, otros adoradores del can. Sencillamente puede ser el faraón hound, hermosa raza de perro galgo y compañero de esta vida carnal. Lo cierto es que el significado del perro es variable y nos acompaña desde la más tierna antigüedad en muchas leyendas análogas y ha sido gran fuente de inspiración para los bardos, pues poéticamente significa “guarda el secreto”; el secreto principal del que dependía la soberanía de un rey sagrado.

La lectura más sentida de Perro de soledad nos permite hallar entrelíneas que Saúl Ibargoyen tiene esperanza, a pesar de estos poemas llenos de tristeza, y más que de tristeza de desolación; más cerca de una poética del pesimismo, donde por supuesto existe la crítica social, que es la mundial y la histórica; e inclusive hay una crítica y una ejecución de la ironía para tratar sin benevolencia al hipertexto, el hiperdiscurso, el logos. Vale el ejemplo de los siguientes versos: “La niña casi no está / se retira como quien abandona / el inicio de un sueño / mientras se alzan / los muros de otras ciudades: / pero ella no lo sabe”. Más adelante se lee: “y las tierras verdes del jardín / gritarán en su no-lengua / que nadie escuchará / en ninguna parte”. Luego: “Se ha dicho en otras lenguas de lo humano / que detrás de los ojos hay cosas inmóviles / nutriéndose de una fría dimensión que parece vacía”. Y para concluir: “Por el horror de su ignorancia enajenada: la niña que alguien arrastró debajo de los pies / de un triste tribunal de índice implacable: porque la niña no comprendió / el altor del mensaje de Alá ni su grandeza / ni su misericordia: / y la absurda blasfemia así concebida / creció suciamente enredándose / entre leyes y decretos / que solo un dios muy enfermo / podría tolerar: la niña que no comprenderá / por oído dudoso y extraviada memoria”.

El poeta Saúl Ibargoyen demuestra en este pequeño libro, pero gran poemario, que la poesía debe ser trascendental, esa es la meta de todo verdadero poeta: entregarnos no solo el mundo, pasado por el filtro de la lírica, ni solamente una crítica cruda al sistema en el que vivimos, por cierto muy similar al sistema egipcio; sino también, dar propuesta e intención de reformar lo establecido. Este Perro de soledad de Ibargoyen nos hace considerar la grandeza del acompañante no humano, pero sí emocional, encarnado en un perro, que a final de cuentas es un lazarillo para los ciegos, o guía en la oscuridad de nosotros los muertos, que en este tiempo como en el antiguo, encarnamos los zombis, pero ahora tan de moda.

Casi con seguridad se puede pensar, que este perro de Saúl Ibargoyen es el perro de On-niona, diosa que adoraban los galos, y que era celebrada en el equinoccio de primavera, época del sol naciente, pues el poeta dice en el verso que da remate al libro: “que es un perro de fuego”. Perro de sol. Perro de soledad, que quizá traiga la primavera al mundo. 

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