(Traducción de Isabel de Juan)
VIGESIMOCTAVA ENTREGA
ZOOEY (22)
-Hola, preciosa. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?
-Sí, estoy bien. ¿Y tú? Tienes voz de catarro -luego, como no hubo una respuesta inmediata, añadió-: Supongo que Bessie ha estado instruyéndote durante horas.
-Bueno, en cierto modo. Sí y no. Ya sabes. ¿Estás bien, preciosa?
-Muy bien. Tu voz suena rara. O tienes un catarro terrible o la línea está fatal. Pero ¿dónde estás?
-¿Qué dónde estoy? Estoy en mi elemento, bonita. Em una casita embrujada junto a la carretera. No te preocupes. Simplemente, háblame.
Franny cruzó las piernas, inquieta.
-No sé exactamente de qué te gustaría hablar -dijo-. ¿Qué te ha contado Bessie, en realidad?
Hubo una pausa muy característica de Buddy al otro extremo de la línea. Era exactamente el tipo de pausa -un poco cargada de superioridad en años- que había puesto a prueba la paciencia de Franny y del virtuoso que estaba del otro lado del teléfono cuando eran pequeños.
-Bueno, no estoy completamente seguro de lo que me contó, preciosa. A partir de un cierto punto es casio una grosería seguir escuchando a Bessie por teléfono. Oí lo del régimen a base de hamburguesas de queso, puedo asegurártelo. Y, por supuesto, lo de los libros del peregrino. Luego creo que me quedé con el teléfono pegado a la oreja, pero sin escucharla, en realidad. Ya sabes.
-Oh -dijo Franny. Se pasó el cigarrillo a la mano que sostenía el teléfono, metió la otra debajo de la mesilla de noche y sacó un diminuto cenicero de cerámica, que colocó a su lado sobre la cama-. Tu voz suena rara -dijo-. ¿Tienes un catarro o qué?
-Me encuentro estupendamente, preciosa. Estoy aquí sentado hablando contigo y me encuentro estupendamente. Es un placer oír tu voz; no sabes hasta qué punto.
Una vez más, Franny se echó el pelo hacia atrás con la mano, sin decir nada.
-Oye, chata. ¿No se te ocurre nada que a Bessie se le haya escapado? ¿No te apetece hablar?
Franny cambió ligeramente la posición del cenicero sobre la cama.
-Bueno, estoy un poco cansada de hablar, para serte franca -dijo -. Zooey ha estado dándome la lata toda la mañana.
-¿Zooey? ¿Qué tal está?
-¿Qué cómo está? Muy bien. Fenomenal. Me encantaría asesinarle, eso es todo.
-¿Asesinarle? ¿Por qué, bonita? ¿Por qué quieres asesinar a nuestro Zooey?
-¿Por qué? ¡Porque sí, simplemente! ¡Es completamente destructivo! ¡Nunca en mi vida he conocido a nadie tan completamente destructivo! ¡Es tan innecesario! Primero lanza un ataque durísimo contra la oración de Jesús, en la cual estoy interesada ahora, dando a entender que eres una especie de mema neurótica por estar interesada en ella. Y dos minutos después empieza a chillarte diciendo que Jesús es la única persona en el mundo que le ha inspirado algún respeto, que tenía una mente maravillosa, y todo eso. Es tan errático. Quiero decir que da vueltas y vueltas en unos círculos horribles.
-Cuéntame. Cuéntame eso de los círculos horribles.
En ese momento Franny cometió el error de chalar un suspiro de impaciencia cuando acababa de inhalar humo del cigarrillo. Tosió.
-¡Contártelo! ¡Me llevaría el día entero, ni más ni menos! -se llevó la mano a la garganta y esperó a que pasara la molestia-. ¡Es un monstruo! ¡Eso es lo que es! No un monstruo realmente, sino… no sé. Está tan resentido por las cosas. Resentido con la religión. Resentido con la televisión. Resentido contigo y con Seymour, no hace más que decir que vosotros nos convertisteis en bichos raros. Ya no sé qué pensar. Salta de una…
-¿Por qué bichos raros? Ya sé que piensa esto. O cree que lo piensa. Pero ¿te dijo por qué? ¿Cuál es su definición de un bicho raro? ¿Te la dio, preciosa?
Justo entonces, Franny al parecer desesperada por la ingenuidad de la pregunta, se dio una palmada en la frente. Un gesto que probablemente no había hecho desde hacía cinco o seis años, cuando, por ejemplo, a mitad de camino a casa en el autobús de la Avenida Lexington, descubrió que se había dejado la bufanda en el cine.
-¿Qué cuál es su definición? -dijo-. ¡Tiene como cuarenta definiciones para todo! Si te parezco un poco desquiciada, ese es el motivo. Dice, como anoche, que somos bichos raros porque nos educaron para tener sólo una tabla de valores. Diez minutos después dice que él es un bicho raro porque nunca quiere salir con nadie a tomar una copa. La única vez…
-¿Nunca quiere qué?
-Salir con nadie a tomar una copa. Oh, anoche tuvo que quedar con un guionista de televisión para tomar una copa en el centro, en el Village y por ahí. Así fue como empezó todo. Dice que las únicas personas con las que le gustaría tomar una copa en algún sitio están todas muertas o no están disponibles. Dice que ni siquiera quiere ir a comer con nadie, a menos que haya muchas posibilidades de que resulte ser Jesús en persona, o Buda, o Hui-neng, o Shankaracharya, o alguien así. Ya sabes -de repente Franny apagó el cigarrillo en el diminuto cenicero, con cierta torpeza, ya que no tenía la otra mano libre para sujetarlo-. ¿Sabes lo que me juró y perjuró? ¿Sabes qué más me dijo? Anoche me contó que una vez había tomado un vaso de gaseosa de jengibre con Jesús en la cocina, cuando tenía ocho años. ¿Me oyes?
-Te oigo, te oigo, cariño.
-Dijo que estaba, eso es exactamente lo que dijo, que estaba sentado a la mesa de la cocina, solo, bebiendo un vaso de gaseosa de jengibre y comiendo galletas saladas y leyendo Dombey e hijo, y de repente Jesús se sentó en la otra silla y le pidió que le diera un pequeño vaso de gaseosa. Un vaso pequeño, fíjate…, eso es exactamente lo que dijo. Me refiero a que dice cosas así, ¡y, sin embargo, cree que tiene perfecto derecho a darme a mí un montón de consejos y advertencias! ¡Eso me pone frenética! ¡Podría arañarle! ¡Te lo juro! Es como estar en un manicomio y que otro paciente disfrazado de médico venga a tomarte el pulso o algo parecido… Es insoportable. Habla y habla y habla. Y si no está hablando, está fumando sus apestosos puros por toda la casa. Estoy tan asqueada del olor del puro que podría darme la vuelta y morirme.
-Los puros son un lastre, cariño. Simple lastre. Si no tuviera un puro al que agarrarse, sus pies despegarían del suelo. Nunca volveríamos a ver a nuestro Zooey.
En la familia Glass había varios expertos y audaces pilotos verbales, Pero quizá Zooey era el único lo bastante coordinado como para llevar a buen puerto este último comentario por teléfono. O eso sugiere este narrador. Y Franny debió de intuir lo mismo. El caso es que de súbito comprendió que era Zooey quien estaba al otro extremo del teléfono. Se levantó despacio del borde de la cama.
-Está bien, Zooey -dijo-. Está bien.
Un poco después:
-¿Cómo dices?
-He dicho que está bien, Zooey.
-¿Zooey? ¿Qué es esto…? ¿Franny? ¿Estás ahí?
-Estoy aquí. Déjalo ya, por favor. Sé que eres tú.
-¿De qué demonios estás hablando, preciosa? ¿Qué te pasa? ¿Quién es ese Zooey?
-Zooey Glass -contestó Franny-. Déjalo ya, por favor. No tiene gracia. Da la casualidad que estoy empezando a sentirme medio…
-¿Grass, has dicho? ¿Zooey Grass? ¿Un noruego? ¿Un tipo macizo, rubio, at…
-Basta, Zooey. Déjalo ya, te lo ruego. Ya es suficiente. No tiene gracia… por si te interesa, me siento fatal. Así que si tienes algo especial que decirme, por favor, apresúrate a decírmelo y déjame en paz.
Esta última palabra recalcada quedó extrañamente ahogada, como si el énfasis no hubiera sido totalmente intencionado.
Hubo un curioso silencio al otro extremo del hilo. Y una curiosa reacción por parte de Franny. Ese silencio la perturbó, prero se sentó de nuevo en la cama de su padre.
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