jueves

KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL - LEON CHESTOV



traducción de José Ferrater Mora

QUINCUAGÉSIMOCTAVA ENTREGA


XIX

LA LIBERTAD (1)
                                                                         

Ahora bien, la posibilidad de la libertad no consiste en poder elegir entre el bien y el mal. Una tal falta de perspicacia es indigna de la Biblia y de su pensamiento. Lo posible significa que poseemos el poder.
KIERKEGAARD

Supongo que ahora nos resultará claro lo que subentendía Lutero cuando hablaba de la bellua qua non occisa non potest vivere. Estas palabras contienen en estado embrionario toda la filosofía existencial y aquello en que tal filosofía se opone al pensamiento especulativo: su última ratio no son las leyes que rehusan ayuda y protección al hombre, sino el homo non potest vivere; y la lucha es su método para la investigación de la verdad. Ahora comprendemos también el odio desenfrenado que sentía Lutero hacia la sabiduría humana y los conocimientos humanos, odio alimentado y sostenido en su caso por la doctrina de San Pablo sobre la ley y la gracia. Citaré dos pasajes de sus Comentarios a la Epístola de los Gálatas: nos permitirán aproximarnos todavía más a las fuentes de la filosofía existencial kierkegaardiana y convencernos del abismo que la separa de la filosofía de la existencia griega. Lutero escribe: “Todos los dones que posees, espirituales o corporales -la sabiduría, la justicia, la elocuencia, la fuerza, la belleza, la riqueza- no son sino instrumentos y armas del tirano infernal (es decir, del pecado), y todo esto te obliga a servir al diablo y a reforzar y acrecentar su reino.” (1, 65). Y en otra ocasión declara con más energía aun: “Nada es más contrario a la fe que la ley y la razón, y es necesario un esfuerzo y un trabajo enormes para vencerlas. Por eso, cuando tu conciencia, asustada por la ley, lucha contra la justicia divina, no escuches ni a la razón ni a la ley; deposita toda la esperanza en la gracia y en la palabra consoladora de Dios. Pórtate como si no hubieses oído hablar jamás de la ley, y penetra en las tinieblas donde ni la ley ni la razón te iluminan, sino donde luce tan sólo el enigma de la fe; él te anuncia con certidumbre que serás salvado en Cristo, fuera de la ley y a pesar de la ley. Así, fuera y por encima de la luz de la ley y la razón, el Evangelio nos introduce en las tinieblas de la fe, donde nada tienen que hacer ni la ley ni la razón. Hay que obedecer a la ley, pero en su lugar y en su tiempo. Cuando Moisés trepó a la montaña donde se encontró cara a cara con Dios, no hizo ni aplicó leyes. Pero cuando descendió de la montaña, se convirtió en legislador y gobernó a su pueblo según la ley.” (Ibid, 169.)

Hemos visto ya que Kierkegaard no ha frecuentado mucho a Lutero. Pero la sola fide de Lutero que inspiró los Comentarios a la Epístola de los Gálatas, así como todos sus demás escritos, se apoderó por entero del pensamiento de Kierkegaard. En tanto que la filosofía tenga como comienzo la sorpresa, hallará su coronación en la “comprobación”. Pero, ¿qué puede hacer la “comprensión” cuando la desesperación acude a ella con sus preguntas brotadas del lugere y del destestari? Todos los “dones” que constituyen habitualmente el orgullo de la razón -la sabiduría, la justicia, la elocuencia- no pueden hacer nada contra la desesperación, que significa el fin de todas las posibilidades, la ausencia de toda salida. Más todavía: resulta que esos dones no son aliados, sino enemigos irreconciliables, servidores del “tirano que obliga a los hombres a servir al diablo”. Las verdades de la razón y las leyes que prescribe, útiles e indispensables en su tiempo y en su lugar, dejan de ser verdades cuando se hacen autónomas, cuando se emancipan de Dios (vetitates emancipatae a Deo), cuando revisten los pomposos ornamentos de la eternidad y de la inmutabilidad. Entonces se petrifican y convierten en piedra a quienes las miren. Para la conciencia ordinaria se trata de una locura. Y, si se quiere, es efectivamente una locura: ¿cómo se puede trocar la luz por las tinieblas? No sólo San Buenaventura: todos nosotros creemos que es evidente y, en tanto que evidente, indiscutible, que la fe se funda en las verdades, que, por consiguiente, se puede defender la fe utilizando los mismos medios que se emplea para atacarla y que desacreditamos para siempre a la fe si renunciamos a ella.

Pero la Biblia reveló a Lutero algo muy distinto. Cuando Moisés se encontró frente a Dios, todas las verdades y las leyes desaparecieron instantáneamente, como si jamás hubiesen existido: Moisés estaba indefenso. Y sólo gracias a ello llegó a ser profeta y comulgó con el poder divino. Todas las angustias, todos los temores que obligan al hombre a buscar un apoyo, una defensa, se desvanecieron como por arte de magia. La luz de la razón se apagó; las cadenas de las leyes cayeron, y en medio de esas “tinieblas” originales, en esta libertad limitada el hombre entró de nuevo en contacto con el eterno valde bonum que reinaba en el mundo antes de la caída de nuestros antepasados. Y únicamente en medio de estas tinieblas de la fe puede volver a encontrar el hombre su verdadera libertad. No la libertad que Sócrates conocía y anunciaba a los hombres, la libertad de elegir entre el bien y el mal, sino esa libertad que, según la expresión de Kierkegaard, constituye la posibilidad. Pues si hay que elgir entre el bien y el mal, esto significa que la libertad está ya perdida: el mal ha penetrado en el mundo y se ha sentado al lado del valde bonum divino. El hombre posee, debe poseer una libertad infinitamente mayor, cualitativamente muy distinta, una libertad que no consista en elegir entre el bien y el mal, sino en librar al mundo del mal. El hombre no puede tener ninguna relación con el mal: en tanto que el mal exista, no habrá libertad, y todo cuanto los hombres han llamado hasta ahora libertad no es más que ilusión y engaño. La libertad no elige entre el bien y el mal: destruye el mal, lo hace ingresar en la Nada -no en esa Nada que se ha apoderado, no sabemos por qué milagro, del ilimitado poder de destruir todo lo que encuentre en su camino y que, por lo tanto, se ha sentado al lado de lo existente y se ha apropiado el derecho exclusivo a que le sea predicado el ser: la libertad hace volver a entrar el mal en la Nada tal como era cuando, todavía débil y privada de libertad, se transformaba por medio del verbo del Creador en valde bonum. Mientras la nada nada no sea total y definitivamente destruida, el hombre no podrá ni siquiera soñar en la libertad. Y, a la inversa, la verdadera libertad que hemos perdido en ese misterioso instante en que nuestra alma, embrujada por un hechizo incomprensible, se apartó del árbol de la vida para gustar los frutos del árbol de la ciencia, no renacerá más que cuando el conocimiento pierda el poder que ejerce sobre el hombre, cuando el hombre aprenda, finalmente, a ver en “la razón que ávidamente aspira a las verdades generales y obligatorias” y en las veritates emancipatae a Deo esa concupiscentia invincibilis que el pecado introdujo en nuestra tierra.

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