OCTAVA ENTREGA
UNO: LOS BORRACHOS VAN AL CIELO (7)
13 / EL SUELO
HACÍA AÑOS que Abel Rosso no iba al Estadio de Belvedere. El chiquilín quiso viajar el ómnibus con la camiseta de Liverpool, y durmió profundamente durante todo el trayecto. Mientras esperaban el 306 le había entregado a Abel un poema que acababa de escribir al volver de la cantera. No tenía título y decía: Pelando mi amor desgarré el mío / y ahora estoy yorando y asiendo un río. / Un pez pasa en el aire del río / y llo me digo / curaré al amor mío. El hombre le pagó doscientos pesos y se lo guardó en el bolsillo izquierdo de la camisa.
Abel encontró el reino de su infancia resplandecientemente intacto, al llegar a Belvedere: ni Velázquez ni Cézanne hubiesen detenido y sosegado la luz con aquel espesor de eternidad. Y detrás del fulgor encalado y multicolor de la cancha y las tribunas, se alzaba una columna de humo alquitranado que él observó durante su adolescencia con puntual y amansada rendición al horror. La humareda empenachaba el lomo que formaban los cipreses del cementerio de La Teja. Y ahora su madre estaba enterrada allí.
Tato pidió para ver hacer los ejercicios de pre-calentamiento a los jugadores, en el gimnasio de básquetbol.
-Cuando venía con mi padre siempre me colaba para entrar a la cancha con ellos -dijo. -Salía con Pelé Fernández. ¿Puedo ir a pedirle si me deja salir con él?
Abel lo dejó. Pelé era un negrito chueco a fuerza de operaciones: le habían partido dos veces las piernas cuando estuvo contratado en el Paraguay. Se jugaba un partido amistoso contra un club brasilero, y a pesar del calor el pequeño estadio estaba lleno.
La salida de Liverpool desencadenó un estruendo entrelazado de batucada y cohetería. Abel se acercó al alambrado para saludar a Tato. El chiquilín lo vio, pero se quedó al acecho de las pelotas que se le escapaban a Pelé Fernández. Cuando el juez dio la orden de despejar la cancha Tato corrió hacia Abel y no cruzó enseguida el alambrado: permaneció pegando saltos eufóricos, hasta que cayó mal parado y demoró bastante en levantarse. Abel no dijo ni hizo nada. El chiquilín subió de golpe la cabeza coronada por el sudor y miró con odio a la tribuna entera y abandonó la cancha rengueando.
El primer tiempo fue muy malo. Los jugadores recién comprados por Liverpool no funcionaron, y los brasileros estuvieron a punto de hacer dos o tres goles. Tato puteaba al juez con saña, reclamando a los gritos que cobrara penal en cada ataque de Liverpool. La hinchada se reía.
-Basta de injusticia, carajo -gritó el chiquilín ya sobre el final, y Abel lo invitó a tomar una Coca-Cola.
-No te tenés que calentar tanto -le dijo, cuando llegaron al puesto de venta. -¿Querés un chorizo?
-Sí.
-¿Qué comiste hoy?
-Guiso de porotos. Pero vomité todo. Me cayó mal el Jugolín que llevé a la cantera. ¿Sabés quién es mi empleada nueva? Luz Adrogué.
-¿La vedette?
-Sí. Porque está renga y no puede bailar más. Vive en el mismo conventillo que Pelé Fernández y me va a llevar a visitarlo.
Abel miró la torre de la iglesia que se recortaba sobre el sureste.
-En el mismo conventillo vive una muchacha ciega que toca muy bien la guitarra -dijo. -Dale saludos míos, si llegás a conocerla. ¿Qué te parece si nos largamos para aquel lado de la tribuna? Capaz que en el segundo tiempo embocamos algún gol.
Desde el extremo de la tribuna no se veía el cementerio. Liverpool empezó a mejorar a medida que la luz se horizontalizaba, sobredorando la torre de la iglesia. De repente Pelé Fernández cruzó la media cancha y le gritó al puntero que se abriera y le pasó la pelota perfectamente larga y el puntero llegó para centrearla a media altura y Pelé la dominó sin dejarla caer y la empalmó de volea contra un ángulo y la fruta blanca quedó estrellada durante una explosión de humanidad radiante.
FANTINA LOS esperaba con el ojo izquierdo casi cerrado. El chiquilín saludó y corrió para su cuarto.
-Querés pecar -preguntó la mujer, sacando los cigarrillos.
-Quiero.
-Mamá vino a armar escándalo, esta mañana. Y casi terminan trenzadas con la empleada nueva. ¿Sabés quién es?
-Sí, ya me dijo Tato.
-Yo no me di cuenta que era ella, al principio. Me dieron un teléfono y llamé, nomás. No me gusta esa mujer. Me da miedo.
-No sé cómo será ella. Pero conozco buena gente en ese conventillo.
Fantina cerró el ojo izquierdo y dijo:
-No doy más. Estoy segura que está tomando alcohol, otra vez. Por eso quiere plata. Hoy hablé con la psicóloga y dijo que no tenía problema en que le pagara cuando cobrara el medio aguinaldo.
-Yo lo acabo de llevar a dar una vuelta por el Paso Molino. Me parece que Tato está desesperado por ver a Tarzán. Eso es lo que le pasa.
La mujer subió la cara y corrió para el baño. Abel fumó sintiendo que le chillaba el pecho, y de golpe vio una cantimplora colgando al lado de la heladera y la destapó para olerla. La tapó y siguió fumando.
14 / LUZ
EL ESCÁNDALO demoró poco en volverse comidilla popular y los varones domados disfrutaban soñándole detalles en las ruedas de boliche y las matronas desgraciadas ensañándose lujuriosamente con La Chaucha: eso decían de mí y de alguna otra personajona que también tenía huevos y yo pensaba en Manzi y lavaba cocinaba barría y hasta bordaba cantando despacito Yo digo que es un tesoro de plata y oro tu corazón: y Sixto retozaba en un limbo irresponsable dando parte de enfermo a la Directiva mirasol y sondeaba durante horas el cielorraso encalado por vos aquel mismo verano y tomaban mate y whisky casi en un total silencio hasta el momento de emigrar al amor: y yo estaba en las nubes y no le tenía miedo a nada ni a nadie y los ojos a Sixto se le pusieron blanquísimos y él se puso buenísimo y cada vez que le planchaba uno de los piyamas yo le decía Para mi naranjito en flor y él decía Gracias patrona de la celestialidad y una tarde ya fría volvías del almacén pensando que cuando se acabara la plata de Sixto podías reenganchar en el cabaret y viste un escandaloso y fúnebre Cadillac acordonado en el conventillo y supiste sin pensarlo que el apogeo de Purificación estaba terminado y al entrar a la pieza D’Artagnan te saludó ceremoniosamente mientras te taladraba con el ojo acerado que no le hacía entornar el penacho del Chesterfield y brindamos por la Copa América y lo acompañé hasta la calle y al atravesar el corredor atrás del jedorazo a perfume pituco pensé que si algún día había que rebanarlo lo cortaba sin el menor problema y al pisar la vereda siguió la mala liga porque justo pasó una cadáver que se había revolcado conmigo un par de veces y se puso pesada como fainá con agua: Así que ahora tenés punto ventudo empezó a vociferar la parda exuberante y delirantemente borracha que fallaba por medio metro al fijar la mirada Pero a mí me quisiste basura y entonces cometiste el error de empujarla con delicadeza para que resbalara empedrado abajo y la mujer te clavó las uñas aullando Fuiste vos la que empezaste a hacerme changar y nadie te mineteó como yo emberretinada: y se cayó de culo y ni siquiera le patié la cabeza por mentirosa y D’Artagnan me alcanzó un pañuelo y me preguntó Estás bien y dije Sí no es nada y él me junó con hambre y se rio un poquitito y se las tomó enseguida: y Sixto cambió de cara y el invierno empezó a rajar el cielorraso y las córneas del hombre que aquella tarde negra apenas que D’Artagnan no le había puesto plazo para reintegrarse a la Directiva mirasol aunque le pasó el dato de que Brigitte quería seguir estudiando en los Estados Unidos y vos supiste que la despampanante estancierita iba a ser la carta de triunfo de los mandamases: y a la semana llego del almacén y me encuentro a Malú disfrazada de Che Guevara y cebándole mate al bebé como si tal cosa y me corrió un friazo hasta la rabadilla y dije Tanto tiempo y ella me esquivó los ojos pero se levantó a darme un beso y el bebé puso jeta de galán asediado y dijo Ceba mejor que vos la gurisa: y la relojeaste en forma y reconociste que si bien tenía sus treinta y pico estaba más preciosa que nunca y Malú te planteó con firme timidez si no podías bailar gratis en un acto de la central obrera Yo nunca fui una obrera ladraste Pero yo sí ladró ella Y te lo pido en nombre del pueblo al que pertenecés: No me jodas Malú le grité y no me vengas a hablar a mí del pueblo que aquí después de Artigas los que tallamos somos Obdulio y yo y ella se acomodó la boina y le hizo una guiñadita al bebé y se borró sin darme bola y yo prendí un cigarro y la chapé al final del corredor y le puse el pucho entre los ojos y le dije Si volvés a junar a Sixto te van a llamar La del cuerno quemado: Vos comé torta tranquila y no me des consejos murmuró la mulata de mirada habitada por estrellas oceánicas Que yo tengo un marido y no preciso más Entonces no le pongas guampas junando a otro retrucaste Así que ahora te las tirás de Crista jadeó Malú zafándose fastidiada y corriendo noche arriba y jamás entendiste lo que quiso decir: y el paraíso se jodió pero todavía repechábamos cuando un mediodía de lluvia caen a buscar a Sixto para avisarle que Brigitte había desaparecido y no podían encontrarla por ningún lado y el bebé pegó un salto y quedó viejo de golpe: Puta que me parió repetía mientras se iba sin pilot ni paraguas atrás de un matón disfrazado de chofer familiar y no atinaste más que a ponerte uno de sus piyamas y sumergirte en un mar de whisky para resucitar el otoño caído y un par de horas después escuchaste golpear y tambaleaste hasta la puerta: y fue como una aparición porque yo veía la cara de la gurisa y abajo no había nada más que lluvia: y cuando la hice entrar fue como ver lo único que se mira en una procesión y la Virgen me dijo Quiero hablar con mi padre y eso me sacó de golpe del soponcio y dije Sixto te anda buscando criatura: y la muchacha chueca y espigada y turgente se desabrochó el pilot y desnudó el fulgor de un gran buzo azafranado y tiritó un momento y sacudió las crines amarillas que le lamían el modelado de un vaquero justísimo y embutido en botas de montar: y una no podía saber si eran más lindos los ojazos color cielo recién abierto o los dientitos de arriba un poco salidos y ella se acurrucó y parecía como si le estuviera lloviendo arriba y a mí me dio la sensación de estar viendo al bebé la noche de las rosas y Brigitte te preguntó si se podía poner una camisa del padre y mientras revolvías el armarito vació tu vaso y se arrancó el buzo y la blusa transparentó el prodigio nevado de sus pechos: y le alcancé la camisa y me senté en la cama y de golpe sentí que me había metido abajo de una campana de vidrio como las que usan en los bares para guardar los sánguches y cuando la chiquilina se sacó el sutien la miré igual que si estuviera frente a Dedé y sentí que la campana era el alma que me había vuelto al cuerpo después de tantos años: y entonces entró Sixto jadeando hediondamente y te clavó una flema en la cara y emponchó a la muchacha con su saco y dijo que D’Artagnan la estaba esperando en el auto: y yo comprendí que el diablo me había vuelto a joder y me dejé romper el alma a patadas y reboté como una torta de bosta contra la pared sin ganas de defenderme ni explicar que no me importaba nada más que morirme: y cuando despertaste era de día y demoraste horas en juntar con los ojos los pedazos de Luz que quedaron desparramados en la pieza y cuando oscureció te arrastraste hasta la palangana y tuviste la sensación de ser un elefante herido por dentro y por fuera y te lavaste un poco y oliste un frío de azahares posado en la claraboya: y de repente grité con voz de macho Primero hay que saber sufrir y el corazón me redobló en la cabeza después amar después partir y sentí un cuchillazo en el fueye y al fin andar sin pensamiento: promesas vanas de un amor que se escaparon en el viento aullaste y juntaste aire blanco para volver a aullar después qué importa del después y carraspeaste hasta aclararte la garganta endulzada por la sangre toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado y el corazón te alborotó el piyama y murmuraste eterna y vieja juventud y te hundiste sonriendo en la marea lunar y soñaste con la rama radiante de un naranjo.
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