traducción de José Ferrater Mora
QUINCUAGESIMONOVENA ENTREGA
XIX
LA LIBERTAD (2)
Aun Kierkegaard creía que la ignorancia significa el adormecimiento del espíritu. Entre muchas otras verdades, esta nos parece ser una verdad por excelencia. Pero no es una verdad: no es sino una ilusión, el sueño, casi la muerte del espíritu. El conocimiento avasalla a la voluntad humana sometiéndola a las verdades eternas que por su propia naturaleza son hostiles a cuanto vive, a cuanto es capaz de manifestar la menor independencia, y ni siquiera pueden soportar la presencia de Dios a su lado. El “síncope de la libertad” (1), al que está unida para Kierkegaard la caída del hombre es precisamente la condición de la existencia del conocimiento (condición, cierto es, que la Crítica de la razón pura no quería y no podía tener en cuenta). Y, a la inversa: el estado de ignorancia, el estado libre de todo conocimiento, constituye el comienzo de la liberación del hombre. La ignorancia no es nada negativo, no es ausencia, una falta así como la libertad no es un defecto y una negación, sino una afirmación que posee un valor inmenso. La inocencia no quiere saber nada del conocimiento: se halla por encima de éste (de nuevo recuerdo el “volar por encima del conocimiento” de Plotino), así como está por encima del conocimiento la voluntad de Aquel que creó el hombre a imagen y semejanza suya. Y Kierkegaard lo atestigua mejor que nadie: “La angustia es el vértigo de la libertad -nos dice-. Psicológicamente hablando, la caída se produce siempre en un síncope.” Y agrega inmediatamente: “La nada de la angustia es, pues, aquí un complejo de presentimientos que se reflejan en sí mismos y se aproximan cada vez más al individuo, aun cuando no poseen esencialmente ninguna significación dentro de la angustia. Sin embargo, no se trata de una Nada con la cual el individuo nada tiene que ver, sino de una Nada que se halla continuamente en relación viva con la ignorancia de la inocencia.” El primer paso del conocimiento -la Nada que no debe se más que nada y que no es más que nada- penetra por la fuerza en el alma humana y actúa como si fuera su dueña. Kierkegaard nos lo ha dicho claramente; ahora bien, crede experto.
Su testimonio es tan importante que me permito citarlo una segunda vez in extenso, pues sólo aprovechando la experiencia de Kierkegaard y de quienes le están próximos conseguiremos acaso librarnos, cuando menos en parte, de la tentación fatal que nos atrae hacia el árbol de la ciencia y reflexionar seriamente sobre la narración contenida por el libro del Génesis.
“Si preguntamos cuál es el objeto de la angustia, la respuesta será siempre la misma: la Nada. La nagustia y la Nada van siempre aparejadas. Pero desde el momento en que se plantea la realidad de la libertad del espíritu, la angustia desaparece. ¿Qué es, en suma, la Nada en la angustia del paganismo? Es el destino… El destino es, por consiguiente, la Nada de la angustia… El hombre más genial no puede vencer el concepto de destino, y esto tanto más profundamente cuanto más profundo él sea… Para el observador superficial, esto es evidentemente una tontería, pero, en realidad, ahí reside su grandeza, pues nadie nace con la idea de la Providencia… El genio manifiesta precisamente su poder original por el hecho de que descubre el destino, mas por eso mismo demuestra igualmente su impotencia… A pesar de su esplendor y de su belleza, de su inmenso alcance histórico, esa existencia genial es un pecado. Se necesirta valor para comprenderlo… y, sin embargo, así es.
Se necesita, ciertamente, valor, un gran valor, un valor inmenso, para atreverse a decirlo en alta voz. Pues esto nos obliga a admitir que el espíritu está despierto en la ignorancia y que el saber embota al hombre y lo adormece. No se puede “corregir” la narración bíblica: la caída representó el comienzo del conocimiento o, mejor dicho, el saber y el pecado son simplemente dos palabras que designan el mismo “objeto”. El hombre cree que sabe, el hombre que no se contenta con la experiencia, a quien la “experiencia irrita” y que “aspira ávidamente a convencerse de que cuanto existe debe necesariamente existir tal como existe y no de otro modo” (2), este hombrfe descubre el Destino que no existe. Para el hombre en estado de ignorancia, el destino no existe, y no hay ningún medio de someterlo al destino en la medida en que permanezca en el estado de ignorancia. Aquí se ilumina con luz nueva el papel desempeñado por la serpiente, la cual, según nosotros, los “sabios”, parece haber sido introducida totalmente sin motivo en la narración bíblica. La renuncia a la “ignorancia de la inocencia” es el mayor de los enigmas. ¿Por qué deseó poseer el saber el primer hombre, el mismo que podía nombrar todos los objetos? ¿Con qué fin trocó el valde bonum divino, donde no había lugar para el mal, donde hay que saber distinguir entre ambos? Estamos persuadidos de que saber distinguir entre el bien y el mal agrega algo al hombre, contribuye a su desarrollo, hace progresar su espíritu. Renunciando a esta concepción humana, demasiado humana, del bien y el mal, el propio Kierkegaard pasa constantemente de Sócrates a la Biblia y de la Biblia a Sócrates. No puede impedir admitir que antes de la caída, es decir, antes de haber gustado los frutos del árbol prohibido, el primer hombre era por así decirlo incompleto, no era un hombre real, y esto es precisamente por no saber distinguir entre el bien y el mal. Se podría decir inclusive que el adormecimiento espiritual en el que, según Kierkegaard, estaba sumido el primer hombre, significa precisamente que éste no sabía distinguir entre el bien y el mal. Resulta, pues, que la serpiente no ha engañado al hombre: la caída no era una caída, sino, como nos lo mostró Hegel, un momento necesario del desenvolvimiento del espíritu. Cierto que Kierkegaard estaba muy dispuesto lejos de esta concepción. Sin embargo, cuando niega la libertad del hombre inocente establecemente necesariamente un vínculo entre esta creencia y la incapacidad de distinguir entre el bien y el mal. Y se trata del mismo Kierkegaard que tan apasionadamente nos aseguraba que la libertad no era la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, que una tal concepción de la libertad y que la libertad era la posibilidad. (3)
Notas
1) “El síncope de la libertad” no es más que una traducción libre del de servo: arbitrio luterano, de la voluntad avasallada, es decir, de la voluntad que busca la verdad, no por la fe, sino por la razón.
2) El lector recordará sin duda que esta cita ha sido extraída de la Crítica de la razón pura; yo me he limitado a subrayar las palabras “debo necesariamente”.
3) V, 44: “Lo posible de la libertad no consiste en poder elegir entre el bien y el mal. Una tal falta de perspicacia es indigna de la Biblia y del pensamiento. Lo posible consiste en poder.”
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