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URUGUAY COMO PROBLEMA - ALBERTO METHOL FERRÉ



DUODÉCIMA ENTREGA

4. La necesidad de trascender al Uruguay (4)
En la facilidad de la renta agraria reside el origen de todo un estilo de nuestra problemática social, económica, política y cultural. La índole específica de nuestra renta diferencial permitió una campaña despoblada y la más intensa urbanización de América Latina. Pero a su vez, esa urbanización subsidiada por la renta diferencial no revirtió acumulativamente sobre la estructura general del país con ímpetu modernizador, sino que se enquistó en sí misma, resultando en su conjunto una política económica de despilfarro de esa renta diferencial. El sector terciario de la economía uruguaya consumía su parte de renta diferencial, sin dinámica esencial de efectuar o echar las bases, no ya de una reproducción ampliada, sino ni siquiera de una reproducción simple. La lucha por su cuota-parte de renta diferencial se tradujo en la lucha exclusiva alrededor de la moneda, los cambios y las revaluaciones, las especulaciones, los salarios. Cada grupo de presión quiere su denario de la renta diferencial. Y nada más. Tal el sentido de nuestras luchas políticas y gremiales hasta hoy. Tal el esquema fundamental de nuestra situación. La renta diferencial fue el paraíso de la paz uruguaya y el desfonde de la renta diferencial será el infierno tan temido. La renta diferencial fue la concordia de más de medio siglo, su desaparición será la guerra social ya en ciernes para los años venideros. La incontenible espiral inflacionaria es su prolegómeno, fruto de la guerra fría entre los grupos sociales por una moneda de más en más envilecida. La inflación es lucha dentro del statu quo y a la vez su resquebrajamiento. La inflación aguanta al statu quo, pero acumula en su base la explosión del statu quo. Prolonga la paz y agudiza la violencia venidera.
La producción, la cultura humana, nos señala Freud, se ha erigido sobre la represión, la disciplina de las apetencias. El “principio de realidad” le ha exigido al “principio del placer”, para sobrevivir, la ascética. Sin ascética no ha sido viable ninguna empresa cultural de aliento. Ascetas hubo en la base de la cultura europea, con las órdenes religiosas; ascetas hubo en el origen del capitalismo con el puritanismo, y su máximo exponente el mundo yanki; ascetas emprendieron la revolución socialista, con el partido bolchevique, y ahí está el proceso ruso o el más reciente monasterio laico de la China. ¿Ha conocido nuestro país un ascetismo creador? ¿Tenemos reservas de ejemplaridad? Pareciera que no. Se ha dicho respecto de nosotros que “en el principio fueron las vacas”: antes estuvo la abundancia, luego vino el hombre. Hernandarias fue ya el introductor de nuestra “cibernética natural”, la ganadería, en circunstancias absolutamente excepcionales en la historia universal. No tengo noticia de vaquería semejante. Así, tuvimos la sobriedad rústica de los paisanos; modos austeros en sectores del viejo patriciado, aún ligados a una moral tradicional ella también generada por siglos de escasez sufrida por el hombre; y tuvimos asimismo el sacrifico tenaz y esperanzado de cada inmigrante, proveniente de medios en que la vida era normalmente más dura; pero, pronto, sus hijos en condiciones menos exigentes se ablandaron. De tal modo, la facilidad de la renta diferencial ha generado un aflojamiento general de la vida del país, ha consolidado una mentalidad de comensales, ha hecho privar, diríamos, el “principio del placer” sobre el “principio de realidad” sin penosos caminos indirectos (acumulación de capital, objetivación de trabajo humano no consumido y apto para la producción). Sin la dureza ni las hambrunas de las viejas culturas agropecuarias, sin la implacable acumulación primitiva del capital técnico-industrial, sea bajo el modo liberal o socialista, teníamos como una aptitud innata para asimilar rápidamente las pautas de alto consumo que iban alcanzando las grandes naciones industriales.
Recibíamos las pautas, pero sin su contracara, sin la técnica, la racionalidad de la economía y empresas modernas. Recogíamos el fruto, sin tener el árbol y su savia. Era la paradoja de un desarrollo desigual que beneficiaba al más atrasado, pero esto no iba a ser permanente, y a la postre quedaríamos en lo que éramos: consumidores sin base productiva a la altura de los tiempos.
Las circunstancias excepcionales de nuestra renta diferencial han generado tanto las virtudes afables como los vicios dilapidadores e imprevisores del país. Ello ha generado la extraordinaria falta de economicidad de nuestra estructura económico social. La ausencia de una política pedagógica, con la educación vuelta en sí, irracional cultivadora de míticas “espontaneidades”, con las carreras tecnológicas no sólo descuidadas sino sin aplicación. Sin expertos agrarios, necesitándolos pero dejándolos de lado. Con una cultura baldía, sin funcionalidad, impregnada por una gratuidad que se confunde con libertad. La renta diferencial prohijó el desarraigo y el idealismo en casi todos los aspectos de la vida nacional. Desde nuestros estudiantes hasta el opio monetario. A la vez, dejaba erosionarse a los suelos, a las praderas naturales; y creaba gran atraso rural, en todos los órdenes. “Primario” rústico y “Terciario” parásito, cubriéndose de mutuo desdén. Y se nos hizo cómodo un “keynesianismo” a la criolla, de sustento fisiocrático. ¡Qué sorpresa para Keynes ir de la mano de Quesnay! Ese monstruo bifronte poca vida podía tener, pero cobijó ilusiones de eternidad.
A través del Estado se realizó la democratización de la renta diferencial, aunque sin objetivos congruentes de reinversión y eficacia. Las estatizaciones de servicios públicos e industrias se efectuaron bajo el criterio de “libre empresismo estatal” que atomizó al Estado en entes autónomos y a la vez los sujetó a un doble fin contradictorio: ser receptáculo de la política de clientelas y de servicios baratos al pueblo, sin contar con la capitalización. El resultado ha sido progresivamente acelerado: un Estado administradamente caro, descapitalizado, ineficaz. La Ley de Parkinson ha terminado por desmantelarlo, convirtiéndolo en sistemático empleador de desocupados y pasando de promotor del impulso del país a ser una rémora paralizante. Muere de consunción, con presupuestos de sueldos sin inversiones. Así, la crisis del Estado se identifica con la crisis de los dos partidos tradicionales, que han sido los vehículos de la democratización de la renta y a la vez de la conservación de la estructura fisiocrática del país, detenida. La renta diferencial les ha permitido, con leves vicisitudes y alguna “dictablanda” por medio, mantener al latifundio, y a la concentración urbana en buen nivel de vida. El fin de la renta diferencial pone en cuestión de raíz la función coparticipadora, amortiguadora de las luchas de clases, de los dos partidos. Pero dentro de su relativa homogeneidad común, la crisis destruye ante todo al batllismo, que es como el paradigma de tal situación. Él ha sido, más que ninguno, portavoz de las clases medias y populares urbanas, y su función ha estado esencialmente ligada a los ciclos de mayor prosperidad uruguaya. Ha sido el partido de la prosperidad, y por ello la crisis lo abate, como en 1934 y 1958. ¿Cómo seguir gordo con vacas flacas?

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