(Traducción de Isabel de Juan)
VIGESIMOQUINTA ENTREGA
ZOOEY (19)
-No hace al caso que yo se capaz o no. Pero, sí, da la casualidad de que lo soy. No me apetece entrar en el tema, pero al menos nunca he intentado, ni consciente ni inconscientemente, convertir a Jesús en san Francisco de Asís para hacerle más “amable”, que es exactamente lo que el noventa y ocho por ciento de los cristianos de todo el mundo se empeñan en hacer. No es que sea un mérito por mi parte. Lo que ocurre es que a mí no me atrae el tipo de san Francisco de Asís. Pero a ti, sí. Y, en mi opinión, esa es una de las razones por las que estás pasando esta pequeña crisis nerviosa. Y especialmente la razón de que la estés pasando en casa. Este lugar es como hecho a medida para ti. El servicio es bueno, y hay abundantes fantasmas corrientes calientes y fríos. ¿Qué podría ser más conveniente? Aquí puedes rezar tu oración y fundir en uno solo a Jesús, san Francisco, Seymour y el abuelo de Heidi -la voz de Zooey enmudeció, por un breve instante-. ¿Es que no lo ves? ¿Es que no te das cuenta de la forma tan poco clara y sistemática en que examinas las cosas? Dios mío, no hay absolutamente nada de mediocre en ti, y sin embargo, en este momento, estás metida hasta el cuello en pensamientos mediocres. No sólo la manera en que rezas tu oración es religión de tercera categoría, sino que, por si no lo sabes, tu crisis nerviosa también es de tercera categoría. He visto un par de auténticas cirsis nerviosas y la gente que las sufría no se molestó en elegir el lugar…
-¡Basta ya, Zooey! ¡Basta ya! -dijo Franny, sollozando.
-Me callaré dentro de un minuto, justo un minuto. A propósito, ¿por qué tienes esta crisis? Quiero decir que si eres capaz de derrumbarte con todas tus fuerzas, ¿por qué no puedes emplear la misma energía en estar sana y activa? De acuerdo, ahora no estoy siendo razonable. Y no es cierto, maldita sea. Solamente estoy en contra del porqué, el cómo y el dónde la usas. Me gustaría estar convencido, me encantaría estar convencido, de que no la estás utilizando como sustituto de lo que rayos sea tu deber en la vida, o simplemente de tus deberes cotidianos. Pero lo peor es que no puedo entender, te juro por Dios que no puedo, cómo eres capaz de rezarle a un Jesús a quien ni siquiera comprendes. Y lo que es realmente inexcusable, teniendo en cuenta que te atiborraron con la misma cantidad de filosofía religiosa que a mí, lo que es verdaderamente inexcusable es que no intentes comprenderle. Tendrías alguna excusa si fueses una persona muy simple, como el peregrino, o una persona muy desesperada…, pero tú no eres simple, tía, y tampoco estás tan condenadamente desesperada -justo entonces, por primera vez desde que se había tumbado, Zooey, con los ojos aun cerrados apretó los labios, de un modo muy similar, entre paréntesis, a como lo hacía su madre habitualmente-. Dios Todopoderoso, Franny -dijo -. Si vas a rezar la Oración de Jesús, por lo menos dirígesela a Jesús, y no a San Francisco y a Seymour y al abuelo de Heidi todos en uno. Tenle a Él presente mientras le rezas, sólo a Él, y a Él tal y como era y no como a ti te gustaría que hubiera sido. No te enfrentas a los hechos. La misma condenada actitud de no enfrentarte a los hechos es lo que te ha llevado a este lamentable estado mental en primer lugar, y es imposible que te saque de él.
De improviso, Zooey se llevó las manos a la cara ya sudorosa, las dejó allí un instante y luego las retiró. Volvió a cruzarlas. Su voz se elevó de nuevo, en un tono casi perfectamente coloquial.
-Lo que me deja perplejo, realmente perplejo, es que no puedo entender por qué alguien, a menos que fuese un niño, o un ángel o un simplón afortunado como el peregrino, desearía rezarle a un Jesús que sea mínimamente diferente de cómo aparece en el Nuevo Testamento. ¡Dios! ¡Es sólo el hombre más inteligente de la Biblia, eso es todo! ¿A quién no le saca la cabeza y los hombros? ¿A quién? Ambos testamentos están llenos de santos, profetas, discípulos, hijos predilectos, Salomones, Isaías, Davides, Pablos…, pero, santo Dios, ¿quién, aparte de Jesús, sabía realmente de qué se trataba? Nadie. Moisés no. No me digas que Moisés. Él era un buen hombre y mantenía una hermosa comunicación con su Dios, y todo lo demás, pero esa es exactamente la cuestión. Temía que mantener la comunicación con Él, Jesús se dio cuenta de que no existe separación de Dios -aquí Zooey dio una palmada, sólo una, y no fuerte, y muy probablemente sin proponérselo. Sus manos estaban cruzadas de nuevo sobre su pecho casi antes, por así decirlo, de que la palmada se apagara-. ¡Dios, qué inteligencia! -dijo-. ¿Quién, por ejemplo, habría permanecido en silencio cuando Pilatos le pedía una explicación? Salomón, no. No me digas que Salomón. Él habría pronunciado unas palabras sentenciosas en semejante ocasión. Y no estoy seguro de nque Sócrates no hubiera hecho otro tanto, la verdad. Critón, o el que fuese, habría logrado ganar el tiempo suficiente para pensar un par de frases bien escogidas para la historia. Pero, sobre todo, quién en la Biblia, además de Jesús, sabía, sabía, que llevamos el reino de los cielos en nosotros, en nuestro interior, donde somos demasiado estúpidos, sentimentales y faltos de imaginación para buscarlo? Hay que ser hijo de Dios para saber esas cosas. ¿Por qué no piensas en eso? te lo digo en serio, Franny, completamente en serio. Cuando no ves a Jesús exactamente como era, pierdes todo el sentido de la Oración de Jesús. Si no entiendes a Jesús, no puedes entender su oración…, no la captas en absoluto, te quedas sólo con una especie de cantinela. Jesús era un maestro supremo, por Dios, con una misión terriblemente importante. No era un San Francisco, con tiempo suficiente para entonar unos cuantos cánticos, o para predicar a los pájaros, o para hacer ninguna de esas cosas entrañables que conmueven a Franny Glass. Hablo en serio, maldita sea. ¿Cómo es posible que no veas eso? Si Dios hubiese querido a alguien con la personalidad constantemente atractiva de san Francisco para hacer el trabajo del Nuevo Testamento, lo habría elegido, puedes estar segura. Pero eligió al mejor maestro, al más inteligente, el más afectuoso, el menos sentimental, el menos imitativo que podía haber elegido. Y si no entiendes eso, pierdes todo el sentido de la Oración de Jesús, te lo juro. La Oración de Jesús tiene un propósito, solamente uno. Dotar a la persona que la reza de la conciencia de Cristo. No construir un rinconcito acogedor y más sagrado que ninguno donde un personaje divino pegajoso y adorable te tome en tus brazos y te releve de todas las obligaciones y haga que desaparezcan para nunca más volver todas tus desagradables Weltschemeren y tus profesores Tupper. Y por Dios, si tiene suficiente inteligencia para ver eso (y la tienes) y sin embargo te niegas a verlo, entonces estás utilizando mal la oración, la estás utilizando para pedir un mundo lleno de muñecas y santos y sin ningún profesor Tupper -se sentó de golpe, irguiéndose con una rapidez casi calisténica, para mirar a Franny. Su camisa estaba chorreando, como se suele decir-. Si Jesús hubiera querido que la oración se empleara para…
Zooey se interrumpió. Miró la postura de Franny en el sofá, postrada y boca abajo, oyó, probablemente por primera vez, sus sonidos de angustia, sólo ahogados en parte. Al instante se puso pálido; pálido de ansiedad por el estado de Franny, y pálido, probablemente, porque el fracaso había invadido el cuarto con su olor invariablemente nauseabundo. El tono de su palidez, sin embargo, era un blanco curiosamente puro; es decir, sin mezclas de los verdes y amarillos de la culpa o de la abyecta contrición. Era muy parecido a la usual palidez de un niño que ama con pasión a los animales, a todos los animales, y acaba de ver la expresión de su hermana preferida, muy amante de los conejitos, al abrir la caja que él le hace para su cumpleaños: una joven cobra recién cogida con una cinta roja alrededor del cuello formando un lazo mal hecho.
Miró fijamente a Franny durante un minuto entero, luego se puso de pie con un movimiento inseguro y torpe, nada característico en él. Se dirigió muy despacio al escritorio de su madre, al otro lado de la habitación. Al llegar, resultó evidente que no tenía ni idea de por qué había ido allí. No parecía reconocer las cosas que había sobre la mesa -el secante con las “oes” rellenadas por él, el cenicero con la colilla de su puro- y se volvió para mirar a Franny de nuevo. Sus sollozos habían amainado un poco, o eso parecía, pero su cuerpo seguía en la misma postura abatida, tendido boca abajo. Tenía un brazo doblado debajo de sí, atrapado de un modo que debía de resultar tremendamentge incómodo, si no doloroso. Zooey apartó los ojos de ella, y luego, con cierta valentía, la miró otra vez. Se secó brevemente la frente con la palma de la mano, después se la metió en el bolsillo para secarla y dijo:
-Lo siento, Franny, lo siento muchísimo.
Pero esta disculpa formal sólo sirvió para reactivar, amplificar, los sollozos de Franny. Él la miró fijamente durante otros quince o veinte segundos. Liego salió de la habitación por la puerta del vestíbulo, cerrándola tras de sí.
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