OCTAVA ENTREGA
3. El Uruguay Internacional (5)
Siendo canciller Fructuoso Pittaluga se preparaba una conferencia panamericana, y el Ministro tuvo la idea de llevar en la delegación un herrerista para darle mayor representatividad nacional. Visitó a Herrera y le expuso su propósito. Herrera agradeció la atención, pero respondió: “No es conveniente para el país ir todos. Nos ataríamos las manos. Una fuerte oposición ayuda a negociar y preserva de concesiones gravosas. Podrá Ud. decir ¡no puedo, allí está Herrera con medio país en contra! Confío en su patriotismo, pero le advierto que ‘El Debate’ lo atacará duramente desde ya. Buena suerte”.
Todo está dicho para dejar en limpio la dinámica interior del equilibrio internacional, fijar el sentido geopolítico de nuestras posiciones, y los trabajos de balanceo que implican. Todo es saber verdaderamente qué se quiere, y cuales son los medios adecuados para conseguirlo. Quien quiere el fin, quiere los medios y no se entretiene con pompas de jabón. Herrera era, por encima de todo, un patriota de la “patria chica”; y su finalidad preservarla, de acuerdo al único medio posible: no ser infiel a su razón histórica de ser, ni perder el sentido primordial de las raíces hispanoamericanas. En estos últimos decenios, Herrera fue el gran conservador, el consciente guardador de la existencia del Uruguay. Esto lo puso en palpable contradicción con la mentalidad vigente, ideologizante e idealista del común ilustrado uruguayo, en especial si era universitario. No vivía distraído de la historia del país, sabía cuáles eran sus permanencias, sus intereses constantes, sus probabilidades.
Así, se hizo deber mantener contra viento y marea su lazo de amistad perpetua con el Paraguay y sus gobiernos, cualquiera estos fuesen, pues ello respondía a la directriz del equilibrio platense. Su apoyo a Stroessner no fue ni por ser dictador, ni por ser “colorado” (del partido afiliado a Solano López) puesto que Herrera fue hecho general paraguayo bajo gobiernos “liberales”, y en la Guerra del Chaco estuvo con Estigarribia. En suma, para emplear una oposición cómoda y usada (aunque personalmente no la comparto) podría calificarse a Herrera de “maquiavelista”, “realpolitik”, pragmático, en contraste con los “idealistas” (no digo principistas, porque principios tienen ambos, aunque de índole diversa). Pero un maquiavelista a los ojos uruguayos habituales corría el peligro de ser ininteligible -y por ende calumniado. Poca mella le hacía al “deber previsor”. Al punto que podemos afirmar: la resultante objetiva de la política exterior de las últimas décadas, en lo que era posible al país, la acuñó siempre Herrera. Bastaba que hubiera un maquiavelista que supiera realizar la “función compensatoria” para que la resultante no fuera nunca idealista.
Herrera fue insobornable “príncipe” criollo y mañero, cuyo objetivo principal era el amparo de la existencia del Uruguay.
Y llegamos aquí al nudo crucial de nuestra cuestión. Sabida es la escrupulosidad de Herrera respecto a las fronteras. Hizo nombrar Ministro de Relaciones Exteriores en 1959 a Martínez Montero, por su versación en el Río Uruguay y el Río de la Plata. Intuía con desasosiego los nuevos problemas. Ese rebrote de su preocupación por las divisorias, donde aparentemente estaban en juego pocas cosas, daba la impresión de una actitud cerril y anacrónica. Más aún, y a esto está ligado, fue notoria la inquina de Herrera hacia el proyecto de la represa hidroeléctrica del Salto Grande. Era la rendija donde veía el augurio de nuevos tiempos revueltos. En la ya citada obra, “El Uruguay Internacional”, advertía del “peligro sordo, pero muy verdadero, de las afinidades excesivas con los vecinos”. Poco antes, comentaba: “Vinculados por cuenta propia al pensamiento europeo, a veces con exceso, para nada intervienen los fronterizos en la elaboración de nuestras ideas y gustos sociales. Jamás podría decirse que en el orden intelectual nos contagia la tendencia argentina y la tendencia brasileña. Quizá sea uno de los aspectos más halagüeños y sorprendentes de nuestra situación internacional”. Es la plena vigencia de los conceptos de Andrés Lamas: cada uno en su casa, condición de existencia uruguaya. ¿Acaso el tremendo período de las guerras civiles y “anarquías fronterizas” no obligan a “sacar moraleja”?[16] Herrera insiste: “La influencia histórica del Uruguay rebasa las propias fronteras dilatándose, por centenares de leguas, tanto en concepto civil como en sentido militar” [17], por eso los tiempos revueltos tienen profunda raíz: “Causas en mucha parte orgánicas trajeron aquellas tinieblas, que piden tolerancia y cuya apreciación filosófica nos apartaría del asunto. Pero conviene indicar la razón madre de los pasados infortunios: la ingerencia de los limítrofes en la vida nacional y la alianza de nuestros partidos con esos limítrofes”.[18] ¿El Salto Grande no pone solapadamente, otra vez, las viejas pendientes, reestablece conexiones estructurales? ¿Reabrimos la cuestión? El “deber previsor” mira lejos.
“La vida nacional no depende de los fronterizos. Cuando se toma, sobre el mapa, una impresión de conjunto, parece increíble, dado el volumen de los limítrofes, que hayamos podido sustraernos a su atracción; que no seamos un apéndice simple, sin escriturar de sus patrimonios. La sospecha de que ocurriera así no sólo cupo en el criterio extraño. También nuestros estadistas, palpando dificultades agobiadoras de la empresa, sufrieron muchas veces, el asalto de grandes congojas íntimas. ¿Perduraría la obra?"[19] Para hacerla perdurar, Herrera jamás olvidó esa congoja y se hizo su servidor.
¿Cómo no intranquilizarse, por la puesta en marcha de dependencia orgánicas con los vecinos en elementos vitales para la economía del país, con “soberanía compartida”? ¿Qué nos traerán esos polvos?
Pero en eso estamos y necesariamente. Es la nueva e inevitable encrucijada del país. Pareciera que en su literalidad, el acontecer histórico va haciendo imposible la política de Herrera, que ha sido la del Uruguay en que nos hemos formado. Es ese Uruguay, tal como ha sido, el que no puede seguir -aunque muchos se ilusionen de lo contrario al precio de no sopesar verdaderamente el cambio de nuestra situación histórica y sus inéditas necesidades. En lo que me es personal, mucho he aprendido de Herrera, pero sé que ha llegado el momento de la despedida. Pero ¡cuidado! Es en la despedida que la historia debe ser más maestra que nunca. Cuando resuena la vieja advertencia de Lamas y de Herrera: “Ce n’est pas la solution qui approche, c’est le chaos qui commence”. Los hechos obligan a dejar el orden del que Herrera fue celoso custodio, para pasar a la aventura. Pero toda aventura es en pos de un orden. Bueno es entonces saber la lógica del orden que termina, para no tentar la aventura a ciegas y saber la medida exacta de lo que está en juego, de nuestra responsabilidad y sus dificultades. ¿Qué es lo vivo y lo muerto de la herencia recibida? ¿Por qué razones?
Notas
[16] Op. cit., pág. 24..
[17] Op. cit., pág. 28.
[18] Op. cit., pág. 27.
[19] Op. cit., pág. 21.
No hay comentarios:
Publicar un comentario