viernes

SALINGER - FRANNY Y ZOOEY



(Traducción de Isabel de Juan)

VIGESIMOPRIMERA ENTREGA


ZOOEY (15)

-No puedes imaginarte lo gracioso que es todo esto -dijo, con un ligerísimo temblor en la voz, y Zooey la miró. Su palidez era más notable por el hecho de que no tenía los labios pintados-. Todo lo que estás diciendo me recuerda lo que yo intentaba decirle a Lane el sábado, cuando empezó a meterse conmigo. En mitad de los martinis, los caracoles y todo eso. Quiero decir que no nos preocupan exactamente las mismas cosas, pero sí el mismo tipo de cosas, creo yo, y por las mismas razones. Al menos, eso parece -justo entonces Bloomberg se puso de pie en su regazo y, más como un perro que como un gato, comenzó a dar vueltas buscando una postura más cómoda para dormir. Distraídamente, pero como guiándole, Franny le puso una mano en el lomo, y siguió hablando-. De hecho llegué a un punto en que me dije en voz alta, como una loca, si te oigo una palabra más que sea criticona, quisquillosa y destructiva, Franny Glass, tú y yo habremos terminado, lo que se dice terminado. Y durante algún tiempo no me porté demasiado mal. Durante un mes entero, por lo menos, cada vez que alguien decía algo que sonaba académico y pretencioso, o que olía a ego a una legua o algo parecido, al menos me quedaba calladita. Iba al cine o me pasaba horas en la biblioteca, o me ponía a escribir como una loca ensayos sobre la Comedia de la Restauración y cosas así… pero tenía el placer de no oír mi propia voz por algún tiempo -meneó la cabeza-. Luego, una mañana, plaf, volví a empezar. No había dormido en toda la noche, no sé por qué, y tenía una clase de Literatuta Francesa a las ocho, así que me levanté, me vestí, me hice un café y salí a dar una vuelta por el campus. Lo que me apetecía era dar un paseo larguísimo en mi bici, pero tenía miedo de que alguien me oyese sacarla de la caseta, siempre se cae algo, así que entré en el edificio de Literatura y me senté. Estuve sentada un buen rato y finalmente me levanté y me puse a escribir cosas de Epicteto en la pizarra. Llené toda la pizarra, no creí que recordara tantas cosas de él. Lo borré, ¡a Dios gracias!, antes de que empezase a llegar la gente. Pero, de todas formas, fue una chiquillada, Epictero me hubiera odiado por ello, pero… -Franny titubeó-. No sé. Creo que sólo quería ver el nombre de alguien simpático en la pizarra. En cualquier caso, eso me puso en marcha otra vez. Me pasé el día pinchando a todo el mundo. Pinché al profesor Fallon. Pinché a Lane cuando hablé con él por teléfono. Pinché al profesor Tupper. Iba de mal en peor. Incluso empecé a pinchar a mi compañera de cuarto. ¡Oh, Dios, pobre Bev! La pillé mirándome como si tuviera la esperanza de que yo decidiera mudarme de cuarto, dejando que una chica medianamente agradable y normal ocupase mi sitio y la dejara en paz. ¡Fue terrible! Y lo peor era que yo me daba cuenta de lo pesada que resultaba, me daba cuenta de que estaba deprimiendo a la gente, e incluso hiriendo sus sentimientos… ¡Pero no podía parar! No podía parar de pinchar -con expresión algo más distraída, se interrumpió lo justo para empujar los cuartos traseros de Bloomberg hacia abajo-. Sin embargo, lo peor de todo era en clase -dijo con decisión-. Eso era lo peor. Lo que pasa es que se me metió en la cabeza la idea, y no podía quitármela, de que la universidad era sólo un lugar necio e inútil más en el mundo dedicado a acumular tesoros y todo eso. Quiero decir que los tesoros son tesoros, por amor de Dios. ¿Qué diferencia hay en que los tesoros sean dinero, o propiedades, o incluso cultura, o incluso simples conocimientos? Todo me parecía exactamente lo mismo, si quitamos la envoltura… ¡y me lo sigue pareciendo! A veces pienso que el conocimiento, al menos cuando es conocimiento por el conocimiento en sí, es lo peor de todo. Desde luego, lo menos excusable -nerviosamnente, y sin ninguna necesidad, Franny se echó el pelo hacia atrás-. Creo que no me habría deprimido tanto si una vez de cuando en cuando, sólo una vez de cuando en cuando, hubiese al menos una pequeña implicación rutinaria de que el saber debe conducir a la sabiduría, y de que no ser así, ¡no es más que una asquerosa pérdida de tiempo! ¡Pero nunca la hay! En un campus nunca se oye la menor insinuación de que la sabiduría deba ser la meta del conocimiento. ¡Apenas se oye mencionar la palabra “sabiduría”! ¿Quieres oír algo gracioso? En casi cuatro años de universidad, y esto es la pura verdad, en casi cuatro de universidad la única vez que recuerdo haber oído la expresión “sabio” fue en mi primer año, ¡en Ciencias Políticas! ¿Y sabes cómo la usaron? La usaron refiriéndose a un viejo estadista que había hecho una fortuna jugando a la Bolsa y luego se había ido a Washington para ser consejero del presidente Roosevelt. ¡Te lo juro! ¡Cuatro años de universidad, casi! No digo que esto le suceda a todo el mundo, pero cuando lo pienso, me disgusta tanto que me dan ganas de morirme.

Se interrumpió y al parecer volvió a entregarse al servicio de los intereses de Bloomberg. Ahora sus labios apenas tenían más color que el resto de su cara. Y además estaban ligeramente agrietados. Los ojos de Zooey no se habían apartado de ella.

-Quiero preguntarte una cosa, Franny -dijo de repente. Se volvió de nuevo hacia el escritorio, con el ceño fruncido, y le dio una sacudida a la bola de cristal-. ¿Qué creés que estás haciendo con la Oración de Jesús? -preguntó-. A eso quería llegar anoche, antes que me dijeras que me largase. Hablas de acumular tesoros, dineros, propiedades, cultura, conocimientos, etcétera, etcétera. Al continuar con la Oración de Jesús, déjame terminar, por favor, al continuar con la Oración de Jesús, ¿acaso no estás intentando acumular algún tipo de tesoro? ¿Algo que es tan negociable como todas esas cosas más materiales? ¿O es que el hecho de que sea una oración lo cambia todo? Con eso quiero decir: ¿para ti supone una diferencia absoluta en qué lado pone alguien sus tesoros, en este lado o en el otro? ¿Allí donde pueden entrar los ladrones, etcétera? ¿Está en eso la diferencia? Espera un segundo, por favor, espera hasta que termine -permaneció unos segundos observando la pequeña tormenta de nieve de la esfera de cristal-. Hay algo en tu forma de rezar esa oración que me da escalofríos, si quieres que te diga la verdad. Tú crees que yo me propongo conseguir que dejes de rezarla. No sé si es así o no, ese es un punto discutible, pero me gustaría mucho que me explicaras qué malditos motivos tiene para rezarla -vaciló, pero no lo suficiente para darle a Franny la oportunidad de interrumpirle-. Por simple lógica, yo no veo ninguna diferencia entre el hombre ávido de tesoros materiales, y el hombre ávido de tesoros espirituales. Como tú misma has dicho, un tesoro es un tesoro, maldita sea, y me parece a mí que el noventa por ciento de los santos de la historia que odiaban el mundo eran tan ambiciosos y poco atractivos, básicamente, como el resto de nosotros.

Franny dijo, en el tono más helado que pudo, con un ligero temblor en la voz:

-¿Puedo interrumpirte, Zooey?

Zooey dejó el muñeco de nieve y cogió un lápiz para juguetear con él.

-Sí, sí. Interrumpe.

-Sé todo lo que me estás diciendo. No me estás descubriendo ni una sola cosa que no haya pensado yo por mí misma. Me estás diciendo que quiero algo de la Oración de Jesús, y, por lo tanto, en realidad soy tan ambiciosa, por usar la misma palabra que tú, como la persona que quiere un abrigo de martas, o ser famosa, o estar nadando en algún absurdo prestigio. ¡Ya sé todo eso! Dios mío, ¿qué clase de imbécil crees que soy?

El temblor de su voz había aumentado hasta ser casi un impedimento.

-Está bien, tranquilízate, tranquilízate.


-¡No puedo tranquilizarme! ¡Me pones frenética! ¿Qué crees que estoy haciendo en esta habitación perdiendo peso sin parar, preocupando terriblemente a Bessie y a Les, trastornando la casa y todo eso? ¿No crees que tengo suficiente sentido común para que me preocupen mis motivos para rezar la Oración de Jesús? Eso es exactamente lo que me angustia. El hecho de que sea más exigente respecto a lo que deseo, en este caso, lucidez, o paz, en lugar de dinero o prestigio o fama o cualquiera de estas cosas, no significa que no sea tan egoísta y egocéntrica como los demás. ¡En todo caso, más! ¡No necesito que el famoso Zachary Glass me lo diga!

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