miércoles

MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS - CLARISSA PINKOLA


 CAPÍTULO 4

TRIGESIMOSEGUNDA ENTREGA

El compañero: La unión con el otro

El himno del hombre salvaje (1):

Manawee

Si las mujeres quieren que los hombres las conozcan de verdad, tienen que enseñarles un poco de sabiduría profunda. Algunas mujeres dicen que están cansadas, que ya han hecho demasiado a este respecto. Me atrevo a decir humildemente que han estado intentando enseñar a un hombre que no quiere aprender.

Cuando los hombres ponen de manifiesto una buena disposición, es el momento de revelarles cosas no sólo por este motivo sino porque otra alma lo pide. Ya lo verás. He aquí algunas de las cosas que ayudarán a un hombre a comprender y a salir a medio camino al encuentro de la mujer; éste es el lenguaje, nuestro lenguaje.

En los mitos, como en la vida, no cabe duda de que el Hombre Salvaje busca a una esposa de debajo de la tierra. En los relatos celtas hay célebres parejas de Dioses Salvajes que se aman de esta manera. A menudo habitan en el fondo de un lago, desde donde protegen la vida y el mundo subterráneos. En los mitos babilonios Inanna la de los n1uslos de cedro llama a su amado, el Toro Plow: "Ven a cubrirme con tu furia salvaje." En los tiempos modernos, incluso hoy en día en el medio Oeste de Estados Unidos, aún se dice que la Madre y el Padre de Dios crean los truenos revolcándose en su lecho primaveral.

De igual modo, nada le gusta más a la mujer salvaje que un compañero que se le pueda igualar. Sin embargo, una y otra vez quizá desde el principio de la infinidad, los que quisieran ser sus compañeros no están muy seguros de comprender su verdadera naturaleza. ¿Qué desea realmente una mujer? Es una pregunta muy antigua, un acertijo espiritual acerca de la naturaleza salvaje y misteriosa que poseen todas las mujeres. Mientras que la vieja del cuento de "La viuda de Bath" de Chaucer dijo con voz cascada que la respuesta a esta pregunta era que las mujeres deseaban ejercer soberanía sobre su propia vida, lo cual es un hecho indiscutible, hay otra verdad igualmente poderosa que satisface también esa pregunta.

He aquí un cuento que explica cuál es la verdadera naturaleza de las mujeres. Los que se esfuerzan en comprender la forma de ser y actuar que se muestra en el cuento serán para siempre compañeros y amantes de la mujer salvaje. Hace mucho tiempo la señorita V. B. Washington me regaló un pequeño cuento afroamericano que yo he ampliado y convertido aquí en un cuento literario titulado "Manawee".
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 Manawee

Un hombre fue a cortejar a dos hermanas gemelas. Pero el padre le dijo: "No podrás casarte con ellas hasta que no adivines sus nombres." Aunque Manawee lo intentó repetidamente, no pudo adivinar los nombres de las hermanas. El padre de las jóvenes sacudió la cabeza y rechazó a Manawee una y otra vez.

Un día Manawee llevó consigo a su perrito en una de sus visitas adivinatorias y el perrito vio que una hermana era más guapa que la otra y que la segunda era más dulce que la primera. A pesar de que ninguna de las dos hermanas poseía ambas cualidades, al perrito le gustaron mucho las dos, pues ambas le daban golosinas y le miraban a los ojos sonriendo.

Aquel día Manawee tampoco consiguió adivinar los nombres de las jóvenes y volvió tristemente a su casa. Pero el perrito regresó corriendo a la cabaña de las jóvenes. Allí acercó la oreja a una de las paredes laterales y oyó que las mujeres comentaban entre risas lo guapo y viril que era Manawee. Mientras hablaban, las hermanas se llamaban, la una a la otra por sus respectivos nombres y el perrito lo oyó y regresó a la mayor rapidez posible junto a su amo para decírselo.

Pero, por el camino, un león había dejado un gran hueso con restos de carne al borde del sendero y el perrito lo olfateó inmediatamente y, sin pensarlo dos veces, se escondió entre la maleza arrastrando el hueso. Allí empezó a comerse la carne y a lamer el hueso hasta arrancarle todo el sabor. De repente, el perrito recordó su olvidada misión, pero, por desgracia, también había olvidado los nombres de las jóvenes.

Corrió por segunda vez a la cabaña de las gemelas. Esta vez ya era de noche y las muchachas se estaban untando mutuamente los brazos y las piernas con aceite como si se estuvieran preparando para una fiesta. Una vez más el perrito las oyó llamarse entre sí por sus nombres. Pegó un brinco de alegría y, mientras regresaba por el camino que conducía a la cabaña de Manawee, aspiró desde la maleza el olor de la nuez moscada.

Nada le gustaba más al perrito que la nuez moscada. Se apartó rápidamente del camino y corrió al lugar donde una exquisita empanada de kumquat se estaba enfriando sobre un tronco. La empanada desapareció en un santiamén y al perrito le quedó un delicioso aroma de nuez moscada en el aliento. Mientras trotaba a casa con la tripa llena, trató de recordar los nombres de las jóvenes, pero una vez más los había olvidado.

Al final, el perrito regresó de nuevo a la cabaña de las jóvenes y esta vez las hermanas se estaban preparando para casarse. "¡Oh, no! -pensó el perrito-, ya casi no hay tiempo." Cuando las hermanas se volvieron a llamar mutuamente por sus nombres, el perrito se grabó los nombres en la mente y se alejó a toda prisa, firmemente decidido a no permitir que nada le impidiera comunicar de inmediato los dos valiosos nombres a Manawee.

El perrito en el camino vio los restos de una pequeña presa recién muerta por las fieras, pero no hizo caso y pasó de largo. Por un instante, le pareció aspirar una vaharada de nuez moscada en el aire, pero no hizo caso y siguió corriendo sin descanso hacia la casa de su amo. Sin embargo, el perrito no esperaba tropezarse con un oscuro desconocido que, saliendo de entre los arbustos, lo agarró por el cuello y lo sacudió con tal fuerza que poco faltó para que se le cayera el rabo.

Y eso fue lo que ocurrió mientras el desconocido le gritaba: "¡Dime los nombres! Dime los nombres de las chicas para que yo pueda conseguirlas."

El perrito temió desmayarse a causa del puño que le apretaba el cuello, pero luchó con todas sus fuerzas. Gruñó, arañó, golpeó con las patas y, al final, mordió al gigante entre los dedos. Sus dientes picaban tanto como las avispas. El desconocido rugió como un carabao, pero el perrito no soltó la presa. El desconocido corrió hacia los arbustos con el perrito colgando de la mano.

"Suéltame, suéltame, perrito, y yo te soltaré a ti", le suplicó el desconocido. El perrito le gruñó entre dientes: "No vuelvas por aquí o jamás volverás a ver la mañana." El forastero huyó hacia los arbustos, gimiendo y sujetándose la mano mientras corría. Y el perrito bajó medio renqueando y medio corriendo por el camino que conducía a la casa de Manawee.

Aunque tenía el pelaje ensangrentado y le dolían mucho las mandíbulas, conservaba claramente en la memoria los nombres de las jóvenes, por lo que se acercó cojeando a Manawee con una radiante expresión de felicidad en el rostro.

Manawee lavó suavemente las heridas del perrito y éste le contó toda la historia de lo ocurrido y le reveló los nombres de las jóvenes. Manawee regresó corriendo a la aldea de las jóvenes llevando sentado sobre sus hombros al perrito cuyas orejas volaban al viento como dos colas de caballo. Cuando Manawee se presentó ante el padre de las muchachas y le dijo sus nombres, las gemelas lo recibieron completamente vestidas para emprender el viaje con él; le habían estado esperando desde el principio. De esta manera Manawee consiguió a las doncellas más hermosas de las tierras del río. Y los cuatro, las hermanas, Manawee y el perrito, vivieron felices juntos muchos años.

Krik Krak Krado, este cuento se ha acabado
Krik Krak Kron, este cuento se acabó (1).
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Notas

(1) Este verso al final del cuento es tradicional en el África occidental. Me lo enseñó Opalanga, una griot.

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